Una aldea indígena trabaja semilla a semilla para salvar un bosque brasileño
En Mato Grosso, las explotaciones agrícolas a menudo se libran de sus responsabilidades de conservación y deforestan más de lo permitido. Las comunidades se han organizado para replantar su territorio degradado
Una mañana de calor húmedo del pasado mes de diciembre, ocho mujeres y su jefe salieron de la aldea indígena xavante de Ripá, una etnia amerindia que habita una región de Brasil, para atravesar una sabana boscosa en el estado de Mato Grosso. Tras unos pocos kilómetros, el camino se terminó. Siguieron andando en fila y atraversaron la hierba que les llegaba hasta las rodillas.
Los escasos árboles de la sabana daban poca sombra, pero el fervor de su misión les ayudaba a avanzar pese al calor. “Escúchenme con atención”, decía la hija del jefe de Ripá, NeusaRehim’Watsi’õXavante. “El amor que sentimos por las plantas y las semillas nos hace caminar bajo el sol abrasador sin quejarnos”.
La mayor parte de los 20.000 xavantes que sobreviven están en el Cerrado, un mosaico de bosques espinosos y pastizales arbolados que cubre el 40% de este Estado al oeste de Brasil. Más seco y menos denso que la selva amazónica al norte, el Cerrado tiene su propia flora y fauna exóticas. Los biólogos conservacionistas lo consideran la sabana más rica del mundo en términos biológicos y los investigadores afirman que el 5% de las especies vegetales y animales del mundo habitan en ella. Pero, en las últimas décadas, los madereros han talado enormes franjas de bosque en Mato Grosso, y han transformado el 12% del Cerrado en pastos y tierras de cultivo.
Los madereros han talado enormes franjas de bosque en Mato Grosso, y han transformado el 12% del Cerrado en pastos y tierras de cultivo.
Hace siete años, los miembros de Ripá se unieron a un grupo que trabajaba para restaurar parte de la vegetación de la zona y, al mismo tiempo, apuntalar la menguante fortuna de los residentes mediante la venta de las semillas que cosechaban allí. Desde que tienen uso de razón, los aldeanos han realizado frecuentes viajes de recolección por su territorio, llamados dzomoris, expediciones en las que cazaban y recolectaban frutos y raíces de forma experta. Ahora hacen estos viajes específicamente para recoger las semillas necesarias para replantar los terrenos degradados del Cerrado. “Con las semillas, reforestaremos”, afirmaba el jefe de Ripá, José SerenhomoSumenéXavante. “Por eso necesitamos semillas autóctonas”. Hasta ahora, el movimimento ha ayudado a replantar 74 kilómetros cuadrados de bosque.
Irónicamente, los compradores son a veces las mismas personas y empresas culpables de los grandes proyectos de tala que han generado la necesidad de replantar. Y, entre los gobiernos que promueven la reforestación, se encuentran los mismos organismos que no impidieron la destrucción del bosque en primer lugar.
Un día después de la jornada de recolección de semillas, el jefe xavante se levantó temprano y se pintó la espalda, el pecho y el pelo con pintura de guerra roja y negra. Se colocó en el claro, donde los niños de Ripá suelen jugar al fútbol. Bajo un cielo nublado, varios hombres también embadurnados de pintura de colores se reunieron a su alrededor. Cantaban y golpeaban el suelo con pesados garrotes y arcos de caza. El jefe estaba furioso por la profanación del bosque de su territorio por parte de los forasteros. Rabiaba por una operación minera no indígena dentro de su reserva. “¡Miren cómo están robando la tierra!”, exclamó. Cerró la reunión con un ulular que imitaba el canto de un pájaro.
Los casos de “invasión, explotación ilegal y daños” en tierras nativas en Brasil por parte de extranjeros casi se han triplicado desde que el presidente derechista del país, Jair Bolsanaro, asumiese el cargo en 2019.
Según un informe publicado en agosto por el Consejo Misionero Indígena, una organización afiliada a la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, los casos de “invasión, explotación ilegal y daños” en tierras nativas en Brasil por parte de extranjeros casi se han triplicado desde que el presidente derechista del país, Jair Bolsanaro, asumiese el cargo en 2019. El jefe explicó que, por muy indignantes que sean esas ofensas, la mayor parte de la destrucción del bosque de sabana se ha producido en tierras privadas fuera del territorio indígena. Y que resulta “aún más difícil detener eso que desalojar a los intrusos en sus tierras”. Los inversores han comprado y arrasado enormes zonas de bosque primario y las han sustituido por plantaciones industrializadas de soja, maíz y algodón. Esta destrucción se ha acelerado durante los casi cuatro años de gobierno de Bolsonaro. El Cerrado está experimentando la mayor tasa de deforestación desde 2015, según datos recientes publicados por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE). Entre agosto de 2020 y julio de 2021 se perdieron unos 8.531 kilómetros cuadrados de bosque entre Mato Grosso y una docena de otros Estados brasileños.
El día anterior, el jefe xavante había cruzado la sabana calurosa para recoger semillas y ayudar a restaurar los bosques talados de Mato Grosso, aunque solo fuera de forma simbólica. Una vez que los recolectores bajaron del camión, subieron la suave pendiente hacia las montañas de Roncador, una cresta rocosa sagrada. Cuanto más se acercaban a la cima, más altos y juntos crecían los árboles y el aire sofocante se iba refrescando.
Se detuvieron en un pantano que cubre un cerro entre riscos y las mujeres se desplegaron por los laberínticos riachuelos de agua. Recogieron puñados de buriti, el fruto de una palmera (mauritia flexuosa), del suelo empapado, porque es ahí donde prospera, y los depositaban en las cestas de cuerda que tejen con la fibra de las hojas de la palmera.
El beneficio neto de toda la comunidad por la venta del buriti y otras semillas será de unos 1.200 dólares (1.210,88 euros) este año
Los xavantes comen habitualmente buriti y saben que es popular en todo Brasil. Pero, estas mujeres no venden la fruta fresca, sino que venden las semillas. El beneficio neto de toda la comunidad por la venta de estas y otras semillas será de unos 1.200 dólares (1.210,88 euros) este año, y complementará sus ingresos por la venta de artesanía y las modestas subvenciones del Gobierno. Los ingresos no son la razón principal para llevar a cabo este trabajo. “Los no indígenas están destruyendo el Cerrado y no entienden la naturaleza”, se lamenta Neusa. Cada dzomori (expedición de recolección en la lengua xavante) ayuda a reparar el daño. En este viaje, que duró un día entero, los buscadores encontraron más cosas que buriti.
Una mujer del equipo se subió a la nudosa y achaparrada copa de un árbol de murici (Byrsonimacrassifolia). Agarró unas ramas y lo sacudió con fuerza. El árbol vibró y cayeron frutos maduros que parecían manzanitas amarillas. Un poco más lejos, otras arrancaban frutos pálidos del tamaño de un mango de las esbeltas ramas de un árbol angelim. Echaron la fruta en las cestas y por la tarde, cada una de las mujeres había recogido más de seis kilos de fruta, toda ella con semillas comercializables.
Una obra de amor
El Código Forestal de Brasil y las leyes estatales exigen que los terratenientes conserven una parte de su propiedad en su estado original y el porcentaje varía según la región y el tipo de vegetación. En Mato Grosso, se supone que entre el 35% y el 80% de la selva está protegida, aunque la realidad es que las explotaciones agrícolas a menudo se libran y conservan menos de lo que deberían. Los propietarios que desbrozan ilegalmente, ignorando el requisito de conservación de terrenos, deben volver a plantar árboles autóctonos y, en algunos casos, lo hacen, lo que crea la demanda de semillas como el buriti, el murici y el angelim.
Las grandes explotaciones de productos básicos representan la mayor parte del mercado. El Código Forestal es el que más atención presta a la replantación de las riberas de los ríos, y la construcción de carreteras y otros proyectos de obras públicas suelen estar obligados a reponer la vegetación que dañan. Las semillas recogidas por comunidades como la de Ripá contribuyen a restaurar esas tierras.
En sus 15 años de actividad, la Rede de Sementes do Xingu ha vendido más de 300 toneladas de 220 especies de semillas
Los lugareños de Ripá y otros 24 grupos indígenas del Estado venden lo que recogen a un mayorista conocido como Rede de Sementes do Xingu (RSX). Es el mayor proveedor de semillas autóctonas de Brasil. En 2007, una coalición de indígenas y no indígenas la fundó como forma de reforestar las tierras a lo largo del río Xingu, un importante afluente del Amazonas, cuyo nacimiento está en Mato Grosso. La tala para la extracción de madera y la apertura de explotaciones ganaderas habían desnudado las orillas del río, debilitando y contaminando los arroyos de la cuenca del Xingu.
RSX envía semillas a los agricultores y otros clientes y también ayuda a plantarlas. Los agricultores de dentro y fuera de los territorios indígenas y también algunos habitantes de las ciudades contribuyen a las reservas de RSX, la mayoría de las cuales se plantan dentro de Mato Grosso.
En sus 15 años de actividad, RSX ha vendido más de 300 toneladas de 220 especies de semillas, entre ellas del árbol pequi, que tiene el tamaño de una nuez, y la semilla del embaúb, que es más pequeña que un grano de arroz.
La cantidad de terreno que ha replantado hasta la fecha es extraordinaria, una superficie casi del tamaño de Barcelona. Los compradores combinan las semillas secas que adquieren con docenas de otras especies en una mezcla que, sembrada a mano, debería crecer hasta convertirse en una arboleda que se asemeje al bosque nativo en una década.
Pero, en Mato Grosso, el mayor productor de cereales de Brasil y que alberga la mayor cabaña ganadera del país, ni siquiera 74 kilómetros cuadrados pueden equilibrar lo que se tala cada año. Solo el año pasado, los madereros deforestaron más de 30 veces más de lo permitido, 1.000 kilómetros cuadrados.
Bruna Ferreira, que lleva muchos años como directora de RSX, reconoce que la tarea digna de Sísifo de recuperar los bosques “a veces parece inútil”. Pero en una entrevista señalaba que sus logros no deben juzgarse enteramente por el pequeño porcentaje de tierra deforestada que se restaura. El esfuerzo es “una labor de resistencia, que hace más fuertes a estas comunidades”. Revitarlizar el Cerrado parece sobre todo una obra de amor, pero merece la pena, añade Neusa. “Si amas el Cerrado, te devuelve lo que le das”, concluía.
Después de que el jefe, su hija y las demás mujeres regresaran a la aldea, tenían más trabajo que hacer. DjaniraPe’WeeXavante revisó los frutos de murici que habían traído, eligió los mejores para comer, quitó las partes podridas y dejó las semillas fuera para que se secaran.
No muy lejos de ella, un enorme campo de soja excavado en la espesa selva muestra que el amor, por sí solo, no protegerá la selva que queda en Mato Grosso. El campo es plano como un tablero de mesa y sin rasgos distintivos, aparte de las interminables hileras de plantas de soja idénticas y las líneas dejadas por las máquinas agrícolas, tan rectas como las de una cartilla de caligrafía. El líder xavante, José SerenhomoSumenéXavante, señala con enfado que esta granja fue permitida por uno de los muchos jefes que piensan que el dinero que ganan ahora es más importante que un bosque sano.
La producción de este reportaje ha contado con el apoyo del Pulitzer Center.
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