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Dos vidas y una guerra en diez días

Elena Zhuvak huyó el sábado 5 de Kiev; un día después dormía con su marido y cuatro hijos en un refugio en Edinet, en el norte de Moldavia. Más de dos millones de personas han buscado refugio fuera de Ucrania desde que comenzó la guerra

Guerra en Ucrania
Elena Zhovak, en un centro de acogida temporal para refugiados en Edinet, en el norte de Moldavia, con sus hijas de cuatro años.Gonzalo Hohr (ACH)
Alejandra Agudo

“Mira mi Instagram y verás cómo era mi vida”. Elena Zhuvak, de 41 años, pasó unas vacaciones de ensueño en la playa con su marido y sus cuatro hijos de 15, 13 y dos gemelas de 4, el pasado noviembre. Sus fotos en la red social son la prueba de que esta madre emprendedora, que gestionaba una empresa de limpieza, tenía una vida agradable. Comidas en familia. Poses en la nieve. Bailes con amigas. Hasta que su país fue atacado por Rusia y su ciudad bombardeada. Vivía en Kiev.

Zhuvak vio en directo las imágenes de la huida masiva de la capital de Ucrania el pasado sábado 5 de marzo. Ella estaba allí. No aguantó más. La familia echó la llave y abandonó su hogar en un coche prestado. Un día después, los seis dormían en Edinet, en el norte de Moldavia.

Allí la conoció el equipo de emergencias de Acción contra el Hambre España (ACH). Esta ONG (que nos ha traído hasta aquí) se encuentra de misión en el país para ayudar a la población local a cubrir las necesidades inmediatas de los desplazados, entre otros, acondicionar los centros de acogida temporal improvisados, proveer alimentación ―el trayecto puede prolongarse días desde Ucrania―, productos de higiene y mantas para resguardarse del frío. En ACH consideran que es momento de actuar rápido, han pasado dos semanas desde el comienzo de la crisis y la energía de los voluntarios y la solidaridad ciudadana que han emergido en los primeros momentos de la crisis empiezan a agotarse.

El éxodo ha sido el más rápido de la historia reciente desde la Segunda Guerra Mundial. Más de dos millones de personas han buscado refugio fuera de Ucrania desde que comenzó la guerra: 259.000 han salido por la antigua república soviética, de los que 147.000 han continuado su camino a Rumanía.

No sabíamos si podríamos salir de Ucrania con mi marido... La ley marcial impide que los varones de entre 18 y 60 años abandonen el país... No lo sabíamos, pero sí pueden los que tienen cuatro hijos o más

“Fue un riesgo porque no sabíamos si podríamos salir con mi marido”, continúa Zhuvak, que alterna lágrimas con sonrisas. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, decretó la ley marcial el pasado 25 de febrero, lo que entre otras cuestiones impide que los varones de entre 18 y 60 años abandonen el país. “No lo sabíamos con certeza, pero sí pueden los que tienen cuatro hijos o más”, explica .

Pero ahí no se acababan sus incertidumbres: sus niñas pequeñas no tienen pasaporte internacional biométrico y, según les dicen, sin él no podrán entrar en Rumanía. “Tenemos el certificado de nacimiento”, justifica angustiada. Su objetivo, llegar a Varna donde su madre, de 72 años, tiene conocidos.

“Era peligroso quedarse. Había bombardeos cerca de mi casa”. Ataviada con el mismo abrigo rojo que llevaba el día que se paseó por el mercado navideño de Kiev el pasado diciembre, Zhuvak relata cómo su marido y ella planificaron el viaje más duro de su vida. Una huida. “Empezamos a buscar información del trayecto. Hemos tenido que tomar carreteras secundarias porque las principales estaban destruidas. Decidimos venir aquí a Moldavia porque hay menos gente en la frontera que en Polonia”.

Su rostro cansado, con los ojos hinchados de llorar mucho y dormir poco, es prueba de que su viaje no ha sido solo físico, sino emocional. “El primer día [por el comienzo del conflicto el 24 de febrero], no me creía la información. Me parecía que en el siglo XXI era imposible una guerra en Europa. Pero las bombas caían cada hora todas las noches”.

Su última publicación en Instagram data del 21 de febrero: sus hijas en clase de ballet. Zhuvak no ha vuelto a compartir imágenes, pero no tiene inconveniente en ser fotografiada y mostrar el sufrimiento que la guerra le ha causado. A su lado, su amiga Tania interviene en la conversación. Habla ucraniano y ruso, y decide que sea su hijo de 15 quien relate en inglés cómo la guerra ha dado un vuelco a su vida.

Tania y Saba, de 15 años, en el refugio temporal para ucranianos que huyen de la guerra en Edinet, en el norte de Moldavia.
Tania y Saba, de 15 años, en el refugio temporal para ucranianos que huyen de la guerra en Edinet, en el norte de Moldavia.Gonzalo Hohr (ACH)

“Iba al colegio como habitualmente. Y mi madre me dijo que había empezado la guerra y no me lo creía. Así que lo busqué en Internet y vi los posts del presidente [Zelenski] y me enteré de que sí”, comienza el chico. Solo un día después del primer ataque ruso, la empresaria colgaba en la cuenta de Instagram una instantánea de una manifestación en la céntrica plaza de Toronto de Kiev para pedir apoyo militar para Ucrania.

Los cambios han sido rápidos para los ucranianos: tanto para los que se han quedado a combatir en un país destruido y los que se han marchado dejando atrás un hogar. “Por supuesto, la escuela cerró. Seguía en contacto con mis amigos por SMS”, sigue Saba. En apenas una semana, los bombardeos se intensificaron, pero el chico no se terminaba de creer que había una guerra. “Incluso aunque escuchaba las explosiones”, reconoce. “Pensaba que era en otro sitio. Pero lo peor es cuando los padres entran en pánico, están asustados y te gritan”.

No me creía que hubiera una guerra. Incluso aunque escuchaba las explosiones. Pensaba que era en otro sitio
Saba, 15 años

Según Unicef, la mitad de los ucranianos que han abandonado su país son niños. “Muchos han quedado profundamente traumatizados”, denunció Catherine Russell, directora ejecutiva del organismo ante el Consejo de Seguridad de la ONU el 7 de marzo. Si la alta mandataria se dirigía a los miembros, desde el día que comenzó la guerra, Tania empezó a lanzar mensajes a sus 73 mil seguidores, especialmente a sus seguidores rusos, para frenar la contienda.

El mismo día 24 de febrero, cuando Vladimir Putin ordenó el primer ataque, Tania les dedica una publicación a sus abuelos: “Hace mucho tiempo que os fuisteis, pero pasasteis por la Gran Guerra, caminasteis junto a todos los pueblos de la URSS, donde rusos y ucranianos yacían en la misma trinchera, todos los pueblos lucharon hombro con hombro contra el agresor Hitler. ¡Lo sé, tengo suscriptores de Rusia, ayúdanos! (…) ¡No a la guerra fratricida! (…) ¡Solo queremos vivir, trabajar y criar a nuestros hijos!”

Su mensaje del 3 de marzo bajo un autorretrato sombrío rezaba así: “Llamamiento a mis familiares de Rusia, a mis compañeros de clase, a mis amigos que aún tengo. (…) Hoy estamos en el séptimo día de GUERRA. El ejército de su país está matando a civiles y niños en Ucrania, bombardeando zonas residenciales, violando todas las leyes de la moralidad y la humanidad. ¡Apelo a ustedes! (…) La sangre de nuestros hijos no solo está en las manos de su presidente, sino también en las suyas, en todos los que callan y se mantienen neutrales”.

Imágenes de la cuenta de Instagram de Elena Zhuvak.
Imágenes de la cuenta de Instagram de Elena Zhuvak.

Dos días después, como su amiga y junto a ella, tal como se aprecia en la foto en la que posan juntas sonrientes en sus Instagram, Tania partió hacia Moldavia. Iban de paso y se alojaron en una de las casas que las organizaciones locales moldavas están habilitando para la acogida temporal de los “refugiados”, palabra esta con la que muchos todavía no acaban de identificarse. Porque son muchos los que creen y así lo aseguran que retornarán pronto a sus casas. “Tarde o temprano volveremos. Tenemos algo de dinero y amigos allí [en Ucrania]”, afirma Saba.

Tras descansar y comer caliente, prosiguen su rumbo. La noche del 9 de marzo habrán llegado a su destino en Varna, en Bulgaria. “Estamos cansados, sobre todo los niños. Pero bien”, informa Zhuvak por mensaje. De momento, comienzan otra vida.

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Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

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