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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado
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Tribuna
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Literatura africana: ¿existe o es una convención sin contenido?

El escritor sudanés Abdelaziz Báraka Sakin, autor de ‘El Mesías de Darfur’, reflexiona en este artículo en exclusiva sobre por qué las letras no pueden adscribirse a ninguna nación o pueblo, sino que portan simplemente la identidad de cada autor

Un retrato de Abdelaziz Báraka Sakin.
Un retrato de Abdelaziz Báraka Sakin.Wolfgang Tanner
Abdelaziz Báraka Sakin

¿Qué es literatura africana, en qué lengua viene escrita, qué asuntos trata? ¿Quiénes son los escritores africanos? ¿Dónde residen y de qué color es su piel? El término “literatura africana” resulta incómodo y, en general, su delimitación académica solo puede lograrse a costa de complejos y rebuscados excesos metodológicos.

Para empezar, y dado que no existe idioma alguno que podamos llamar ‘lengua africana’ sino millares de lenguas locales, cabe preguntarse si la literatura africana es cualquiera que venga escrita en alguna de ellas. Quiero decir: ¿basta que un poeta francés o español escriba un poema en wólof para que pase a ser un escritor africano? O bien, si un narrador norteamericano negro escribe una novela en hausa, ¿estará contribuyendo a la literatura africana? Estas dos preguntas traen consigo otras dos. Cuando un africano se sirve de alguna lengua occidental, ¿consideraremos que su obra es literatura africana o, por el contrario, lo clasificaremos bajo el rótulo del idioma del que se ha servido?

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Además, ¿la africanidad literaria de un texto dependerá del lugar de residencia del autor, junto con sus orígenes, su lengua y los asuntos que trate? Así, por ejemplo, la obra de Léopold Senghor, ¿es literatura francesa o africana? O, si pienso en mi caso, ¿lo que escribo es literatura árabe o africana? En 2016 obtuve el premio de literatura africana que otorga cierta fundación camerunesa-suiza y, ese mismo año, un galardón internacional en Francia y cuatro años más tarde, el Instituto del Mundo Árabe de París me concedió un galardón por las letras árabes. ¿Qué es la literatura africana? O, mejor dicho, ¿cuál es la literatura no africana?

¿James Baldwin fue un escritor africano o americano? Toni Morrison y Amanda Gorman, ¿producen literatura africana o americana?

¿Será literatura africana todo lo que han escrito o escriben autores de África en cualquier lengua? ¿Y cómo podremos decidir quiénes son los escritores de África? ¿El criterio determinante es su nacimiento, las migraciones de sus antepasados? ¿El color de su piel? ¿James Baldwin fue un escritor africano o americano? Toni Morrison y Amanda Gorman, ¿producen literatura africana o americana?

No existe una literatura africana, puesto que los asuntos que tratan los escritores en general son muy similares por doquier. Tal como afirmó Virginia Woolf, “cualquier asunto es válido para una novela”, lo que incluye la esclavitud, el colonialismo o el medio ambiente.

También los instrumentos técnicos que los escritores utilizan son los mismos. La poesía es la poesía, del mismo modo que la novela es la novela, la haya escrito Miguel de Cervantes, Naguib Mahfuz o Chinua Achebe.

Si tuviera que escoger a algunos escritores africanos figuraría el francés Camara Laye, autor de ‘El niño africano’. Y Alan Paton, autor de la novela ‘Llanto por la tierra amada’, sudafricano, pero de origen europeo

Acaso lo más fácil sea vincular la literatura con la lengua en que viene escrita, de modo que existen la literatura inglesa, francesa, árabe o nubia por el hecho de que se expresan en sus respectivos idiomas. El problema es que los argelinos escriben también en francés y que García Márquez usa el español. Al igual que yo, Báraka Sakin, me sirvo del árabe, por más que no soy un escritor árabe, sino un sudanés que escribe en árabe. Pero también en esa autodefinición hay mucho de impreciso, de confuso. Mi madre nació en el Chad y mi padre en el sultanato de Masalit, que se integró en Sudán en 1922, gracias a un acuerdo en el que se estipulaba el derecho del sultanato a separarse transcurridos 100 años a partir de la firma, es decir, precisamente este año. ¿Puedo seguir sosteniendo que soy un escritor de Sudán, siendo así que mi familia residió en Etiopía largos años y que hablaban tigriña?

El único modo de salir de este atolladero consiste, según lo veo yo, en atribuir la literatura exclusivamente a su autor o su autora, que es un individuo de identidades múltiples. Puede haber nacido en un país determinado, pero vivir en otro; conocerá distintas lenguas o hablas, aunque haya estudiado en otra diferente y quizá decida servirse, a la hora de escribir, del idioma que le parezca mejor para expresar su arte. Y este pertenece solo al escritor. Solo puede hablarse del arte de una persona.

Si tuviera que escoger a algunos escritores africanos y mencionar sus obras, no sin mala intención, en la lista figuraría el nombre de Camara Laye, a pesar de que, aun siendo francés, escribió un libro llamado El niño africano. Incluiría también a Alan Paton, autor de la novela Llanto por la tierra amada y que era sudafricano, pero de origen europeo. A Naguib Mahfuz, el escritor árabe egipcio; a Tayeb Saleh, el autor sudanés arabizado, y a mi amiga la escritora senegalesa Ken Bugul. Igualmente figurarían en mi lista Chinua Achebe, el nigeriano que escribía en inglés y el keniata Ngugi wa Thiong’o, quien pasó del inglés a su lengua local para volver más tarde al inglés, a impulsos de los intensos vaivenes de su pensamiento. Y no sé si estaría acertado al incluir asimismo a Fernand Hibbert, que era haitiano, a la novelista y poeta afroamericana Alice Walker y a otros más.

Porque, con franqueza, sigo sin saber qué es literatura africana, quiénes son sus autores, en qué lengua viene escrita; del mismo modo que ignoro cuál es el color de la piel de un escritor africano, cómo se llama o dónde vive. La literatura no puede adscribirse a ninguna nación o pueblo, sino que porta simplemente la identidad de cada autor.

Abdelaziz Báraka Sakin es autor de ‘El Mesías de Darfur’, publicado por Armaenia Editorial y traducido por Salvador Peña Martín.

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