Soy africano, soy español... y otros asuntos de la identidad
El historiador Antumi Toasijé recorre su propia vida para mostrar cómo en España se empieza a hablar de afrodescendientes pero quedan aún años para que se entienda lo amplio que es ser africano
Decía Sartre que el ser humano está condenado a la libertad, de modo que es radicalmente responsable de sus actos. No estaba inventando nada nuevo, es esa radical responsabilidad la que lleva a Harriet Tubman, Marcus Garvey, William Edward Burghardt Du Bois, Frantz Fanon, Molefi Kete Asante, Ama Mazama y tantas y tantos otros, africanas y africanos de la diáspora a conquistar su libertad y su africanidad.
El pasado jueves 30 de marzo se estrenó online el documental La herencia perdida afroespañola[*] de Pedro Edu Hondó, trabajo en el que he tenido la fortuna de participar. El documental trata, además de otras muchas cuestiones, la africanidad de España. La relación de España y África, tan invisibilizada en la educación, en la memoria colectiva y en todas las instancias sociales y culturales del país. La película había sido estrenada en junio de 2016 en el marco del festival Afroconciencia y este re-estreno me lleva a unas reflexiones que me veo en la necesidad de compartir, pero no voy a hablar del documental, prefiero que lo vean, voy a hablar de identidades.
Hace unos 35 años, cuando inicié mi toma de conciencia como ser humano radicalmente libre, no existía la palabra afrodescendiente. Bueno… existía, pero en España nadie la utilizaba. Hace unos 15 años, cuando cofundé en la Universidad de las Islas Baleares la Asociación de Estudios Africanos y Panafricanismo, empezaba a utilizarse en Latinoamérica pero seguía sin aplicarse esta palabra a las personas españolas de ascendencia africana. El caso es que en esa asociación había personas hermanadas por la experiencia africana nacidas tanto en África como en Latinoamérica.
En España, específicamente aquellas personas con orígenes en Latinoamérica, que tuviesen ancestros africanos, hace apenas unos años, no podían reclamarse más que negras o mulatas; indigno término animalizante que proviene de mula, es decir; el cruce de una yegua (visto como el blanco) y un asno (visto como el negro). Incluso para esta última categoría étnico-social pretendidamente “intermedia” no se asumía generalmente una relación suficiente con África, que se antojaba demasiado remota y poco relevante.
A los nacidos en el continente americano con orígenes africanos que queríamos hacer gala y honra de los mismos, no nos quedaban muchas opciones para explicar lo que somos. A no ser que recurriésemos a la experiencia del mundo anglosajón, particularmente de los Estados Unidos. Allí el Panafricanismo y el nacionalismo negro habían sido las ideologías que desde finales del siglo XIX, habían provisto de conciencia de africanidad y negritud respectivamente a las poblaciones hoy llamadas afrodescendientes. A ello ayudaba el hecho de que en inglés African y Black son dos términos prácticamente intercambiables, casi sinónimos.
En España, en cambio, se asumía y se asume que hay africanas y africanos blancos (denominados moros) y africanos negros denominados subsaharianos, otro profundo error designativo ya que el Sáhara es mayoritariamente negro. También son más saharianos que sahelianos en Mauritania, Malí, Níger, Chad y Sudán; cuyos habitantes son designados como subsaharianos. Los llamados moros, es decir los amazigh, han sido y son diversos en color.
Además de lo anterior, en la América invadida por los enviados de la monarquía hispánica, se había creado el sistema de castas, que subdividía a los colonizados en 16 rocambolescas categorías entre las cuales mestizo y mulato fueron dos de las más exitosas en lograr contener la sublevación de los oprimidos. Lo anterior pervive hoy. El mulatismo era y es todavía, un insidioso mecanismo que tiene por objetivo establecer escalas de color que se corresponden con niveles distintos de privación de derechos. Es el llamado colorismo, es decir; la tendencia a ensalzar los matices de color.
Existe una lucha contra el colorismo tanto externa: frente al colono, como interna: dentro de la propia comunidad racializada, ya que, debido a la presión del poder eurocéntrico y leucocéntrico (leuco- es una partícula procedente de la palabra griega que indica el color blanco) en Latinoamérica y en España, hasta finales de la pasada centuria, el ser mulatos, trigueños, pardos,... ha sido la triste pretensión de gran número de afrodescendientes con el objetivo de elevar su estatus ante la sociedad dominante nombrada como criolla blanca, algo que rara vez ocurría en los EE. UU.
En Latinoamérica, para las comunidades negras en lucha, las y los auto-liberados (llamados cimarronas y cimarrones), las y los afrodescendientes mulatistas, es decir quienes creen que tener sangre europea en las venas, es algo deseable y mejor que ser de ascendencia africana plena, eran vistos con recelo por quienes perseguían un horizonte realmente libre de opresiones, debido a sus frecuentes perfidias. Lamentablemente eso arrojaba también una mirada de sospecha sobre muchas personas afrodescendientes cuya tonalidad clara de piel, que no sus actos, les hacía sospechosos de traición. Esto condenaba al desarraigo a muchas personas que, como es mi caso, hemos transitado por cambios físicos e identitarios, porque los cuerpos, como las mentes cambian.
Personalmente desde que adquirí conciencia de todas estas complejas problemáticas me reclamé como africano en un sentido amplio. Por fortuna, tras mi matrimonio, en Guinea Ecuatorial, hace ya casi 20 años, en una ceremonia tradicional, fui adoptado como un böobé (bubi). También me fue otorgado uno de los nombres que tengo actualmente, un nombre con significado, y el otro nombre lo adopté modificándolo a partir de un malnom mallorquín, simplemente porque coincidía con un término en akan.
Desde entonces como böobe de adopción hago gala de esa africanidad voluntaria; radicalmente libre. Siempre que se me preguntó y se me pregunta qué soy, contesté y contesto que africano. Si se me pregunta de dónde, digo que de Guinea Ecuatorial, aunque como país postcolonial habría mucho que debatir para un panafricanista. Si se me pregunta por la etnia digo que bubi. Si se me preguntaba por mi lugar de nacimiento, eludía y eludo la cuestión para evitar confusionismos identitarios, ya que ese lugar no es mi identidad principal. No hay nada peor que el tener que escuchar tipismos y estereotipos sobre un lugar que uno desconoce, aunque haya nacido allí. Si se me pregunta qué me siento digo que africano y español. No hay contradicción en lo anterior, como no la hubo para las y los amaziguíes andalusíes, negros y blancos (mal llamados bereberes) o las y los africanos españoles del Siglo de Oro, sí; africanas y africanos españoles.
Como böobe de adopción hago gala de esa africanidad voluntaria; radicalmente libre
Bien, ahora tenemos el término afrodescendiente, pero, aunque está claro, en buena lógica, que toda y todo africano es afrodescendiente, parece que lo contrario, es decir que todo afrodescendiente es africano, no está tan reconocido en España. Cierto es que afrodescendiente parece implicar una mezcla de influencias, pero ¿no es ese también el caso de África? El hecho es que el término African, y convoco a cualquiera a consultarlo en el Merriam Webster, me incluye a mí y todos aquellos afrodescendientes que, con nuestras lógicas variaciones en los tonos de piel, participamos de la historia y la identificación con la cultura africana particularizada o generalizada, vivamos en España o en cualquier otro lugar del mundo.
Incluso me atrevo a aseverar que una escogida y florida minoría de personas denominadas blancas, por estar muy concienciadas, merecen tal nombre; aunque no posean la experiencia denominada negra de racialización. Si aquellas minorías africanas, cada vez más numerosas, que viven en África pero sólo hablan lenguas europeas, sólo consumen productos europeos y sólo adoptan estéticas, escalas de valores y prioridades completamente europeas se reclaman más africanas que las y los afrodescendientes en lucha contra los supremacismos leuco-euro-céntricos; entonces estaríamos diciendo que ser africanas y africanos es una cuestión puramente geográfica. Por fortuna no es así. Si de África fueron arrebatados nuestros antepasados, contra todo derecho; contra todo convencionalismo tenemos derecho a reclamarnos africanas y africanos y esto lo saben bien las y los panafricanistas, las y los africano-centrados.
Un ejemplo son los nombres recuperados o adoptados. Estos son el resultado de una decisión consciente de no querer aceptar el genocidio cultural que sobre nuestros antepasados se quiso hacer. Quien no quiera entender esto que vuelva a ver la escena en la que arrancan a Kunta Kinte su nombre a latigazos y luego imagine que eso le pasó a su tatarabuela o tatarabuelo. Es esa recuperación de la identidad robada, la postura que ha sido denominada como afrocéntrica, no me opongo siempre que se entienda la diferencia entre afrocentrismo y afrocentricidad, lo primero es ideología, lo segundo ontología [**]. En cualquier caso, cada cual es libre de llamarse María o Francisco, y también es libre de llamarse Chinedu o Rijolé; por algo existen leyes que permiten el cambio de nombres.
Cada generación enfrenta sus desafíos, y generalmente esos desafíos son reediciones de viejos problemas. Ahora emerge y se visibiliza cada vez más por fortuna una generación de afrodescendientes, afroespañolas y afroespañoles hijos de las últimas migraciones de la presente centuria y finales de la anterior. Estos hijos e hijas de África y España o de África, América, Europa y Asia, tienen generalmente conciencias diversas, porque tienen historias de vida y familia múltiples y más complejas que las de las y los descendientes de esclavizados en América. Esta lógica diversidad, parece confundir a muchos. Un sector del nuevo inclusismo construido desde arriba, busca africanas y africanos que considera auténticos, y con ello descarta a las y los afrodescendientes de la experiencia africana y a las personas negras de piel más clara, de la experiencia negra.
Se trata de defender el derecho a la diferencia, el respeto a la diferencia identitaria
De un tiempo a esta parte, en los eventos y actos públicos que celebran la diversidad o denuncian el racismo existente, eventos a menudo jugosamente subvencionados, sobre todo si los gestionan esas grandes organizaciones en las que las personas africanas no son más que instrumentos. Se buscan africanas y africanos o afroespañoles de verdad, es decir, lo que ellos entienden como “negros auténticos” o “africanas y africanos auténticos” y a ser posible jóvenes y algo chic, reeditando una forma insidiosa de colorismo. Porque ese ser realmente negros, “auténticamente africanos” no es sino una construcción más del esquema de opresión e inocula el veneno de la competitividad por la autenticidad dentro de la comunidad afroespañola. Esto tiene sus víctimas; amargamente, casi en secreto, vengo oyendo con creciente frecuencia: “no soy suficientemente negra” o “no soy suficientemente africano” para que mi experiencia afro y mi análisis sean tenidos en cuenta como legítimos o auténticos.
Al escollo anterior cabe sumar los esfuerzos de quienes desprecian la experiencia de africanidad y las disyuntivas en torno a la racialización, por falta de información, falta de imaginación, falta de interés o simple malicia. Son quienes dicen que apelar a estas cuestiones es simplemente fomentar un artefacto que denominan racismo a la inversa; un fantasma completamente ficticio que sólo existe en sus mentes ya que, como dice el refrán: “siempre cree el ladrón que todos son de su condición”. Es más sencillo que todo eso, se trata de defender el derecho a la diferencia, el respeto a la diferencia identitaria, porque no es la homogeneidad lo que nos hace iguales sino el reconocimiento a una condición humana que es siempre y por definición poliédrica.
Para vencer esa falaz división colorista, el panafricanismo sigue siendo la única ideología radicalmente anti-imperialista y anticolonial que permite unir a oprimidas y oprimidos africanos y afrodescendientes al margen de colorismos, contra todas las formas de opresión leuco-euro-céntricas que buscan subdividir para vencer y dominar a las hijas e hijos de África esparcidos por el mundo. Es el hermanamiento de africanas y africanos de todas las tonalidades. Porque el tener conciencia de africanidad es suficiente para tener una experiencia africana; que nadie se engañe con el colorismo mulatista.
Si el mulatismo no fuese colorista no tendríamos nada en su contra, pero lo es. Lo primero es la historicidad de esa experiencia africana, una historicidad que es cultural y socializada. La africanidad es diversa y compleja, la africanidad de España, algo que exploramos en el documental La herencia perdida afroespañola, también. Y, sobre todo, compete a las personas africanas y afrodescendientes definirla; a riesgo de ser desposeídos incluso del derecho a la autodefinición.
Por lo demás entiendo y he asumido, que, debido a la descomunal ignorancia existente en España sobre las cuestiones identitarias y muy particularmente sobre todo lo relacionado con África y sus diásporas, algunas personas hayan interpretado que mi propia identidad africana es una impostura, algo artificial u oportunista. Allá cada cual, no me quita el sueño. He esperado varias décadas a que se empiece a hablar de afrodescendientes (afroespañolas y afroespañoles) y, ahora que se empiezan a normalizar estos términos, puedo esperar unos cuantos años más a que se entienda lo amplio e inclusivo que es ser africana y africano.
Antumi Toasijé es historiador africólogo y Director del Centro Panafricano y de Estudios Panafricanos
* “La herencia perdida afroespañola” puede verse online en: http://www.africanidad.com/2017/03/estreno-online-del-documental-la.html
** Para saber más: Antumi Toasijé Si me preguntáis por el panafricanismo y la Afrocentricidad. Madrid, Centro de Estudios Panafricanos (2013).
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