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Ser joven y resistir en Gaza

A los chicos como Nas, Jumana o Al Dali les ha costado mucho disipar los traumas de la guerra y encontrar una razón para seguir vivos. El ‘skate’, la pintura o el deporte son claves para cientos de ellos

Gaza
El equipo de baloncesto paralímpico femenino entrena en el polideportivo La Paz, para personas con discapacidad, algunos heridos durante el conflicto.Nicola Zolin

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Una nube de polvo entra bruscamente por la ventana de la vivienda de Nasrallah Abu Karsh, un joven de 19 años al que todos llaman Nas. Otra explosión acaba de sacudir el campamento de refugiados de Shati, situado en las afueras de la ciudad de Gaza, junto a la playa. En él viven más de 85.000 personas en una superficie de tan solo 52 kilómetros cuadrados. Es 15 de mayo; el quinto día de ataques israelíes a la Franja de Gaza, y los equipos de rescate excavan en los escombros para salvar vidas, pero lo único que pueden hacer es certificar la muerte de 10 miembros de una familia palestina que vivía en las instalaciones. De repente, resurgen en Nas los recuerdos de pesadilla de la guerra de 2014.

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El 28 de julio de aquel trágico año, el joven estaba jugando con sus amigos fuera de casa cuando una explosión repentina hizo saltar por los aires parte de su barrio. Despertó semanas más tarde en la cama del hospital con el cuerpo lleno de quemaduras. “¿Dónde están mis amigos?”, fue lo primero que preguntó. Él había sido el único de los 11 que había sobrevivido. Cuando el viernes 21 de mayo se declaró el alto el fuego entre Israel y Gaza, otros 66 niños habían muerto por las bombas israelíes de un total de 243 víctimas, y 2.000 personas más habían resultado heridas.

El Ejército israelí ha declarado que su objetivo eran los combatientes de Hamás, responsables del lanzamiento de cohetes contra Israel en represalia por la violencia de los colonos en el barrio de Sheikh Jarrah, en Jerusalén, y en el lugar sagrado de la mezquita de Al Aqsa. Sin embargo, los civiles de Gaza son los que han vuelto a pagar el precio más caro. “Me parte el corazón ver a los niños en la calle estos días. Sé lo que han pasado los padres de mis amigos. Me he convertido en una especie de hijo para todos ellos. Por desgracia, esta es la vida en Gaza. En Gaza no hay vida”, explica Nas.

A los jóvenes como Nas les ha costado mucho disipar los traumas de la guerra a través de los años, buscando una razón para vivir, para resistir, para seguir vivos. Cuando conoció a un equipo de activistas italianos que construían un ‘skatepark’ en Gaza, Nas descubrió algo que le hizo sentir que, si pertenece a alguna parte, es a una cultura internacional más amplia. En tiempos de paz, la gente corriente pasa la tarde junta en el parque de patinaje, haciendo lo que le gusta. “Mira ese niño, Yasser”, dice, “tiene 10 años y viene a patinar cada día. Antes no tenía nada que hacer. Ahora invierte toda su energía y su pasión, y cada tarde vuelve a casa satisfecho”.

Me parte el corazón ver a los niños en la calle estos días. Sé lo que han pasado los padres de mis amigos. Por desgracia, esta es la vida en Gaza. En Gaza no hay vida
Nas, un joven de Gaza

De los aproximadamente dos millones de personas que viven en la franja, el 75% tienen menos de 25 años. Una sociedad muy joven, con escasas o nulas oportunidades profesionales y un futuro sombrío. Muchos dicen que quieren irse para siempre, otros están demasiado atados a su familia y a sus amigos, como Nas y su amigo Alaa al Dali.

En 2018, Al Dali se convirtió en el mejor velocista palestino, pero sus sueños de competir a nivel internacional se han visto truncados: en las protestas de la Gran Marcha del Retorno, un francotirador le disparó en la pierna y la bala casi le desintegró el hueso y le dañó los músculos, las arterias y las venas. “Fui con mi equipo de ciclismo para expresar mi frustración porque me impedían ejercer como atleta y para exigir los derechos que me corresponden como a todo el mundo”, explica. “Lo que pasó fue que me dispararon y tuvieron que amputarme la pierna”. Junto con sus amigos y compañeros de equipo Nedal Shaluf y Ayman Zoroub, el joven ha seguido pedaleando con una sola pierna por las accidentadas carreteras de Gaza, la más larga de las cuales no mide más de 35 kilómetros. “Si no puedo ir a las Olimpiadas, iré a los Juegos Paralímpicos”, afirma con determinación. Aunque en Gaza no hay equipo de ciclismo adaptado, Al Dali se ha propuesto crear uno ‒los Gaza Sunbirds‒ y buscar a otros lesionados que quieran unirse a él. Cuando consiga formar un grupo, espera convertirse en su entrenador.

En Gaza hay otros equipos paralímpicos con listas llenas de personas con discapacidades congénitas o lesiones causadas por las guerras o las protestas en la frontera. Hay equipos de baloncesto, uno de kárate y yudo para invidentes, y uno de fútbol con jugadores que han perdido algún miembro. “La práctica del deporte es muy beneficiosa para todas esas personas”, explica Al Dali. “Hacer deporte es la mejor manera de recuperar la fuerza física y psicológica”.

A pesar de los esfuerzos y el entusiasmo de los equipos, las posibilidades de competir fuera de Gaza son escasas. En la mayoría de los casos, Israel no permite que la gente salga. Quienes tienen la oportunidad de salir una vez, a menudo no vuelven por miedo a quedarse atrapados en Gaza para siempre. A muchos otros, sencillamente les gustaría viajar para ver el mundo y competir con un equipo internacional. Es el caso de Jumana Shahin, la primera jugadora de baloncesto de Gaza. Shahin, de 25 años, trabaja ocasionalmente como traductora y periodista autónoma, pero su frustración ha aumentado con el tiempo por la imposibilidad de cumplir sus sueños. “Es difícil tener una vida feliz y normal aquí”, se lamenta. “He estudiado toda mi vida y no puedo hacer aquello para lo que estoy preparada. Por eso jugar en un equipo es importante para todos nosotros. Nos da unidad y fuerza para persistir en nuestra lucha diaria. Es fácil renunciar a la esperanza en momentos como este, pero no podemos permitir que ocurra. De todos modos, no tenemos otra opción”.

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