El desastre de dar de lado a las enfermedades tropicales desatendidas
Garantizar el acceso a los medicamentos que curan estas dolencias no solo generaría beneficios sanitarios y humanitarios obvios, sino que traería aparejados dividendos sociales y económicos extremadamente elevados
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El respaldo al presidente estadounidense Joe Biden respecto a la petición de suspender las patentes para las vacunas contra la covid-19 refleja la intensidad de la presión mundial para garantizar el acceso universal a la inmunización; sin embargo, los más pobres del planeta sufren muchas otras enfermedades prevenibles y tratables, con terribles consecuencias sociales y económicas.
Las enfermedades tropicales desatendidas (ETD) —como la elefantiasis, el tracoma, la ceguera de los ríos y las infecciones por parásitos intestinales— prácticamente no existen en las economías avanzadas, pero entre quienes viven en la pobreza extrema son las infecciones más frecuentes. Unas 1.000 millones de personas —entre ellas, más de 750 millones que viven por debajo de la línea de pobreza fijada por el Banco Mundial, de 1,90 dólares al día [82 céntimos de euros]— sufren ETD cada año.
Ese sufrimiento puede ser extremo, ya que las ETD causan fuertes dolores y discapacidad a largo plazo, que suele llevar a la estigmatización social. En el caso de los niños, los contagios interrumpen la educación y causan desnutrición, que afecta el desarrollo intelectual y cognitivo, y atrofia el crecimiento. Y, como interfieren con la educación y el empleo, las ETD dejan a la gente atrapada en la pobreza.
Sin embargo, aunque se pierden cada año casi 17 millones de años de vida saludable debido a las ETD, estas enfermedades son en gran medida evitables y a muchas se las puede combatir con unas pocas píldoras básicas. Garantizar el acceso amplio a estos medicamentos no solo generaría beneficios sanitarios y humanitarios obvios, sino que traería aparejados dividendos sociales y económicos extremadamente elevados y sostenidos.
Pensemos en los parásitos intestinales, la ETD más difundida y una de las más tratables. En 1998 comenzamos a estudiar un programa de salud pública que ofrece tratamiento contra esta enfermedad a decenas de miles de niños que asisten a las escuelas primarias en Kenia. Gracias a un ensayo con control aleatorizado pudimos medir de manera fiable el impacto del programa, comparando centros educativos donde se proporcionó al tratamiento con otras, idénticas, donde no dio.
En las escuelas que recibieron tratamiento registramos mejoras en las mediciones de salud de los niños y una asistencia considerablemente mayor. Luego nos lanzamos a un proyecto que duró dos décadas, para seguir a una submuestra representativa de miles de esos niños. Cada aproximadamente cinco años el equipo de investigación llevó a cabo encuestas para reunir información sobre sus ingresos y nivel de vida, así como los lugares donde habían elegido vivir y cómo les iba en otros aspectos de sus vidas.
Los resultados de este conjunto de datos transversal poco frecuente son sorprendentes. Veinte años más tarde, quienes recibieron el tratamiento de desparasitación adicional en la escuela —ahora estos niños tienen alrededor de 30 años— informaron de remuneraciones por hora un 13% mayores y un gasto 14% mayor en productos de consumo que quienes no lo recibieron. Además, un mayor porcentaje de ellos se mudó a grandes áreas urbanas, como Nairobi, lo que les permitió acceder a mejores oportunidades económicas.
Si consideramos que el costo del tratamiento de desparasitación anual es de aproximadamente 50 céntimos de dólares (40 céntimos de euro) por niño cuando se encara a gran escala, la tasa de rentabilidad de esta inversión en la salud de los niños es astronómica y cubre varias veces su costo. Afortunadamente, los gobiernos de la India, Kenia, Nigeria, Etiopía y Pakistán lo han reconocido y están trabajando con ONG para implementar programas masivos de desparasitación, que actualmente llegan a más de 280 millones de niños al año. Pero aún falta mucho por hacer para cubrir a los casi 600 millones que siguen en riesgo de infecciones parasitarias.
Los gobiernos de la India, Kenia, Nigeria, Etiopía y Pakistán están trabajando con ONG para implementar programas masivos de desparasitación que actualmente llegan a más de 280 millones de niños al año
Lo mismo ocurre en términos más amplios con la lucha contra las ETD: durante las últimas dos décadas, gobiernos, organizaciones sin fines de lucro, y donantes bilaterales y privados lograron enormes avances con tratamientos extremadamente baratos y eficientes. Gracias a ello estamos más cerca que nunca de derrotar a las ETD, pero todavía no lo logramos.
La pandemia de la covid-19 está empujando incluso a más gente hacia la pobreza —y aumentando el riesgo de enfermedades debilitantes— este es el momento para redoblar nuestros esfuerzos y combatir las ETD; pero las crecientes presiones sobre los presupuestos gubernamentales y la mayor competencia por el financiamiento parecen destinadas a detener el progreso... y hasta a revertirlo.
El gobierno británico —líder mundial en programas innovadores de asistencia extranjera— anunció recientemente que recortará el 90 % de su financiamiento para combatir las ETD. Debido a esa decisión, millones de personas no accederán a sus tratamientos y muchos medicamentos, que ya están en los países donde hay que aplicarlos, podrían caducar mientras están almacenados por la falta de fondos para distribuirlos. Para las poblaciones más vulnerables del mundo, las consecuencias serían catastróficas.
Por eso instamos al gobierno británico a revertir su decisión y alentamos a otros ejecutivos a colaborar con el financiamiento faltante. Las intervenciones contra las ETD son unas de las inversiones en salud más eficientes que pueden hacer los países, especialmente en un momento en que aumenta la pobreza y proliferan las enfermedades. Para poner fin al flagelo de las ETD y proteger a los más pobres del mundo debemos dejar de desatender las enfermedades tropicales.
Michael Kremer es premio nobel de Economía 2019, es profesor de Economía en la Universidad de Chicago y director del Development Innovation Lab. Edward Miguel es profesor de Economía Ambiental y de los Recursos y director del cuerpo docente del Center for Effective Global Action en la Universidad de California, Berkeley.
Copyright: Project Syndicate, 2021. Traducción al español por Ant-Translation
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