Tener cuenta bancaria y acceso a crédito, una asignatura pendiente en el Norte de África
El Banco Mundial estima que un 70% de los hogares de la región se administra con economía sumergida

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La caída de los ingresos petroleros, el desplome de las divisas y el parón debido a la crisis sanitaria por la covid-19 han provocado que el cóctel se haya vuelto más que explosivo para la economía y el mercado monetario de los países que integran la región del MENA (Middle East and North Africa, en sus siglas en inglés). El Norte de África destaca por ser una de las regiones del mundo con mayor concentración de la banca y menor tasa de consumidores de sus servicios. “El número de entidades es muy reducido y se encuentran dominadas por grandes bancos, normalmente públicos o con una importante participación estatal”, subraya Olivia Orozco, coordinadora de Formación y Economía de Casa Árabe. De hecho, según datos estimados del Banco Mundial, publicados en 2017, solo el 43% de los argelinos tiene alguna cuenta en el banco, mientras que en Egipto esta cifra se desploma hasta el 33% y en Marruecos la estimación es aún peor, un 29%.
La inclusión financiera es, en la última década, una prioridad para gobiernos y organismos de desarrollo a nivel global, hasta el punto de ser un factor que propicia siete de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados por las Naciones Unidas y que se deberían alcanzar, como tarde, en 2030. El G20 ha reconocido en los últimos años que es un factor clave en la lucha contra la pobreza. “En el caso del Norte de África se arrastran una serie de problemas estructurales que, pese a los intentos de liberalización y reforma, no se han resuelto y siguen limitando el papel del sector financiero como distribuidor de capital” apunta Orozco.
Como consecuencia, “la capacidad de generar empleo y desarrollo de sus economías está sustancialmente mermada debido a la limitación de acceso al crédito de buena parte de la población —en su amplia mayoría rural—, así como del sector privado, formado principalmente por pequeñas y medianas empresas, la mayoría familiares, que operan de manera informal”.
El futuro de las finanzas en el Norte de África pasa por la banca digital
A medida que los países han ido poniendo la carne en el asador en lo que a inclusión financiera se refiere, han quedado en evidencia los obstáculos propios y que impiden avanzar. Entre ellos, garantizar servicios financieros a las poblaciones difíciles de alcanzar, como las mujeres y los habitantes de zonas rurales empobrecidas; aumentar la capacidad y los conocimientos en la materia de la ciudadanía; o la emisión generalizada de un documento de identidad —del que no todo el mundo dispone— con el que abrir una cuenta y tener acceso al capital o al crédito. “Uno de los principales problemas es que el nivel de educación financiera es bajo y eso está inhibiendo el desarrollo del sector bancario y de la economía de estos países”, señala Abdelhafid Benamraoui, economista y profesor en la Universidad de Westminster.
En esta línea, Benamraoui asegura que el futuro de las finanzas en el Norte de África pasa por la banca digital: “Invertir en banca online permitiría a las entidades remodelar su funcionamiento y satisfacer las necesidades económicas y sociales de los más de 200 millones de personas que viven en la región”.
Un flirteo entre fe y economía
Con la idea de atraer dinero del mercado informal al gran imán de la bancarización y abordar así su problema de liquidez, Argelia ha recurrido a las finanzas islámicas en un intento de apuntalar su economía, tras meses de desplome como consecuencia de la crisis sanitaria global.
Durante los últimos meses, tanto autoridades políticas como bancarias han tratado de extender el modelo de banca islámica entre una población musulmana que considera el sistema bancario tradicional incompatible con su credo. Este modelo económico busca ser respetuoso con la sharia (ley islámica), que no solo rige el aspecto financiero sino todos los aspectos de la vida en general. Según ella, se considera inmoral pagar o recibir intereses por el préstamo y la aceptación de dinero, así como la inversión en empresas que suministran bienes o servicios considerados contrarios a sus principios. Esto no quiere decir que los bancos islámicos no cobren intereses, sino que la sharia exige que banco y cliente fijen el precio del bien prestado más una cantidad extra que el segundo pagará en un tiempo establecido. De esta manera, se considera que el préstamo no está sujeto a las condiciones cambiantes del mercado, por lo que no hay lugar a la especulación.
A finales de febrero, el Gobierno argelino aprobó un decreto ejecutivo para regular el takaful, un servicio de seguros nacional que cumple con los preceptos y que formaría parte de este amplio desarrollo gubernamental para promover las finanzas islámicas y propulsar, de paso, la banca. Esta declaración de intenciones pretende movilizar la economía sumergida que asfixia al país y que el Banco Nacional de Argelia estima que podría ascender hasta los 30.000 millones de euros.
Mohammed Boudjelal, economista argelino especializado en finanzas islámicas y miembro del Alto Consejo Superior Islámico de Argelia, asegura que hay muchas semejanzas entre los países del norte de África porque todos, excepto Libia, fueron colonizados por los franceses. Por ese motivo, “la aparición de las prácticas bancarias islámicas es bastante nueva, ya que se ha heredado un sistema bancario que no encaja con el patrimonio cultural de la región”. Sin embargo, “las cosas se están moviendo ahora hacia mejores horizontes”, vaticina.
Así pues, este idilio entre fe y economía ha propiciado un clima de esperanza entre los sectores económicos del país, que coinciden en que la movilización de estos fondos, hasta el momento sumergidos, podría reflotar la situación socioeconómica de la región agravada por la pandemia.
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