A las tres en Alexanderplatz: una furgo multicolor ayuda a jóvenes de la calle en Berlín
La pandemia ha dificultado el apoyo que el Centro de Contacto y Asesoramiento (KuB) presta al creciente número de menores sin hogar en la capital alemana. Así se las apañan durante la pandemia
Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto la sección Planeta Futuro dedicada a informar a diario sobre el progreso de los países en desarrollo, la Agenda 2030, la erradicación de la pobreza y la desigualdad global. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
La furgoneta blanca de dibujos multicolores, entre los que destaca un zombi, aparca en la céntrica Alexanderplatz, justo al lado de la iglesia de Santa María, una de las más antiguas de Berlín. Inmediatamente la quincena de jóvenes que la estaba esperando al otro lado de la calle se precipita hacia ella. Peter Brennan, un hombre que lleva una boina y una sudadera acolchada, y Anjoushka Baer, pelo corto teñido de azul verde y sudadera negra con capucha, sacan del vehículo unas sillas de plástico verde, amarillo y azul, y cintas para precintar, con las que forman una especie de barrera alrededor del bus.
Así es como todo el mundo conoce la furgoneta: el “bus de KuB”. En él, desde hace décadas, el Centro de Contacto y Asesoramiento para niños y jóvenes sin hogar lleva a diario comida, productos de aseo, condones, kit de primeros auxilios o simplemente consejos y apoyo a personas entre los 12 y los 21 años que viven en la calle en Berlín. Aquellos que ahora, por el aumento del sinhogarismo en Alemania, la pandemia y la llegada del frío, se encuentran cada vez más desamparados.
El lugar donde se levanta la Torre de la Televisión, que en su momento fue el gran orgullo de la República Democrática Alemana (RDA) en tanto que símbolo de la sociedad socialista alzándose sobre la capitalista, se ha convertido en los últimos años en el centro de encuentro de las personas jóvenes y de los menores de edad de la ciudad que viven en la calle. No hay datos oficiales con respecto a su presencia en Alemania. “El problema existe desde hace décadas y se debe principalmente a que los servicios sociales han fallado en darles el apoyo adecuado”, apunta Claudia Steckelberg, docente de Ciencias del Trabajo Social de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Neubrandenburg.
“Ahora que, sobre todo por la falta de acceso a la vivienda, crece el sinhogarismo, también lo hace la presencia de las personas jóvenes: cuando las familias viven en espacios pequeños y en pobreza obviamente es mucho más probable tener situaciones de estrés y violencia, de las que las jóvenes escapan o se las echa”. Y subraya el componente de género que determina la separación de la familia: “A menudo a las chicas se las echa por no portarse como se espera de una mujer, por ejemplo por ser agresivas, la misma razón por la que luego se ven expulsadas también de los centros de acogida”. Coincide Eileen Stieher, trabajadora social que lleva un centro de acogida de emergencia para mujeres sin techo en Düsseldorf: “Es una realidad que los políticos están invisibilizando, y no estamos hablando de números pequeños de mujeres y niñas que se están quedando en la calle, y que a menudo acaban en un sinhogarismo oculto en casas de otras personas”.
En esta tarde fresca de noviembre, las sillas de colores dispuestas por Anjoushka y Peter, que llevan más de 20 años ejerciendo el trabajo social en KuB, perteneciente al Servicio de Emergencia de Protección Infantil del Gobierno de la ciudad, se han llenado de cajas de bocadillos, yogures, zumos y agua. Entre las primeras en acercarse a las bolsas de plástico selladas que guardan la comida hay dos chicas: una tiene el pelo rojo teñido, ojos azules maquillados, ortodoncia y un vistoso pijama azul de una pieza; la otra, también lleva el cabello coloreado y va acompañada de un perro.
Son Eireen, de 18 años y Liza, de 23. La perra, July, una labrador mestiza de color negro de dos años, es, según asegura Liza, su mejor amiga. Eireen acude a KuB desde hace dos años y Liza desde hace tres. Como ellas, según las fuentes consultadas, la mayoría de las personas jóvenes de la calle son de ciudadanía alemana; hay muchos hombres, pero también numerosas mujeres y personas trans. No trabajan ni estudian; a menudo tienen a sus espaldas familias con problemas de droga, mentales y económicos (que hacen que sus casas no sean lugares donde se sientan seguras); casi todas han estado tuteladas en algún momento y casi siempre han vivido de un sistema de ayudas estatales que, como recalca la experta Steckelberg, no funciona para ellas. Por eso desconfían de casi todo el mundo: los integrantes de KuB son la excepción.
No trabajan ni estudian, y a menudo tienen a sus espaldas familias con problemas de droga, mentales y económicos
“Me gustan porque están allí para mí”, resume Eireen. La experta Steckelberg también destaca la relevancia del trabajo de la entidad, que desde su creación en 1971 se ha hecho conocer más allá de Berlín: “Lo que les ofrecen es apoyo incondicional: contrariamente a lo que suelen hacer los servicios sociales, no les juzgan ni les dicen qué es lo que tienen que hacer, sino que les acompañan a que lo encuentren por sí mismos”.
Además, igual que para la mayoría del grupo reunido alrededor del bus, también para Eireen y Liza la que reciben de KuB es la única comida en condiciones de todo del día; en el caso de Liza, también lo es para su perra July. Aún más en tiempos de covid-19, cuando el miedo y la crisis económica han mermado fuertemente las entradas que las personas de la calle tenían gracias a las limosnas.
“Es cada vez más difícil que la gente dé dinero”, explica Liza. “Yo creo que no se quieren acercar demasiado porque nos sentamos en el suelo”. Por su parte, la trabajadora social Anjoushka destaca un aumento de la agresividad percibida, que en su opinión hace que mucha menos gente esté ahora dispuesta a ayudar a las personas de la calle, y también a apoyar su trabajo. En cambio, según relata Peter, las donaciones, especialmente de comida y ropa, siguen llegando a la entidad igual que antes.
El trabajo de KuB sí se ha visto claramente afectado por la pandemia: si antes de la covid el bus viajaba todos los días de la semana con cuatro trabajadores y hacía tres paradas, hoy viaja de cuatro a cinco días, con dos personas y tiene dos paradas.
Aparte del bus, KuB también tiene un centro de día y uno de acogida nocturna, el único de la ciudad en el que los chicos pueden quedarse sin que se tenga que avisar a la Administración Pública, en el barrio históricamente turco y hoy gentrificado de Kreuzberg. A raíz de la pandemia, la entidad ha tenido que recortar sus servicios presenciales a la mitad. Si antes el centro de día estaba abierto de diez de la mañana a seis de la tarde, y todo el mundo era bienvenido, ahora cierra a la una del mediodía. A la primera planta del edificio, donde están la cafetería, los baños, la sala del chill-out con la televisión, los sofás de piel negra y el futbolín, con conexión a Internet y el teléfono, la lavandería y el cuarto de la ropa, solo pueden entrar máximo 15 jóvenes por hora. A la vez, para cumplir con las medidas sanitarias, la disponibilidad de acogida nocturna, de la que a menudo Eireen disfruta, ha pasado de 16 a 8 personas. “Si llegan mujeres siempre les damos prioridad, porque sabemos que para ellas pasar la noche fuera es mucho más peligroso que para sus compañeros varones”, apunta Peter Brennan.
Sobre todo quisiera que en el futuro la vida ya no fuese tan dura conmigo.Liza, joven sin hogar
Por la pandemia también han desaparecido algunos momentos de cercanía que eran especialmente importantes tanto para Eireen y las demás, como para el personal de KuB: la comida del domingo, que Peter preparaba para todo el mundo y hoy entrega para llevar a quienes toquen el timbre para pedirla; las fiestas de navidad o las excursiones. Las mismas cosas que muchísimas personas echan de menos en estos tiempos, pero que, según apunta Steckelberg, para ellas tienen un valor añadido: “Cuando no tienes un hogar, poderte encontrar físicamente es mucho más importante para la supervivencia diaria que cuando lo tienes: todo el mundo necesita un lugar para disfrutar, discutir, descansar y cuando no tienes dinero y te miran mal, entonces tienes muchas menos posibilidades de encontrarlo; especialmente para las chicas, estar en grupo también es mucho más seguro”.
En estos momentos, las restricciones por la covid impiden que KuB lleve a cabo también el asesoramiento en su sede. Por eso Anjoushka, Peter y la decena de trabajadores de KuB se está organizando para que el bus pueda pasar más rato en la calle en los próximos meses. “Con la llegada del frío será todo mucho más difícil para nosotros, pero sobre todo para las niñas y los niños; por eso intentaremos ayudar más”, concluye Anjoushka con una sonrisa que esconde una mueca de preocupación. “Lo más importante es que mantengamos abierta la acogida nocturna: tenemos que ofrecer una cama y un lugar seguro porque se trata de menores y tienen que ser una prioridad de la ciudad de Berlín”, apunta con voz serena y decidida Peter Brennan.
Son las cuatro y media de la tarde y la oscuridad ya se ha apoderado del cielo berlinés. El bus se prepara para marchar y pronto el grupo se dispersa. Una pareja de policías observa a lo lejos, para asegurarse de que no se junten más de 10 personas tal y como establecen las restricciones. Liza y Eireen van cada una por su camino, acompañadas de sus novios, que también viven en la calle. Ambas sueñan con salir de allí y encontrar un trabajo como cuidadoras de animales. “O por lo menos un curro donde pueda ir con July”, dice Liza. “Sobre todo quisiera que en el futuro la vida ya no fuese tan dura conmigo”, concluye.
Este artículo es parte de una serie realizada gracias a IJ4EU (Investigative Journalism for Europe).
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.