El premio Herodes
La incoherencia de Xavier García Albiol podría reportarle, si existiera, un galardón que la Conferencia Episcopal entregaría para distinguir al mandamás que menos haga para afrontar el desafío de la pobreza y la desigualdad en su territorio


Semanas atrás el representante de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, concedió una entrevista a La Vanguardia. En ella, tras constatar la falta de apoyos parlamentarios del Gobierno, reclamó que el presidente Sánchez se sometiera a una moción de confianza o que en caso contrario adelantara las elecciones. Fue una intervención de crítica política que levantó suspicacias. Aunque es habitual que los representantes de la Iglesia se involucren en la política, suelen utilizar canales menos llamativos. El anterior Papa, que solía dejarse llevar por las ganas de hablar de todo, en ocasiones puso el acento sobre cuestiones de alarma humanitaria y con ello automáticamente se ganaba el desprecio de algunos representantes políticos que llegaron a desvestirlo de las túnicas del cargo para rebajarle, con desprecio, al apelativo de Ciudadano Bergoglio. El Ciudadano Argüello, sin embargo, tuvo a los pocos días una oportunidad de oro para involucrarse de nuevo, y con motivo, en las visiones políticas de nuestro país. En Badalona, el alcalde logró consumar el desalojo policial de un antiguo instituto abandonado en el que malvivían 400 personas. Lo hizo además con chulería chabacana, convencido de que el rédito electoral de tan grosera medida bien valía pasar un ratito de sonrojo.
Es fácil ser un sheriff sin escrúpulos contra los que no tienen cómo defenderse. Los débiles son el rival perfecto para salir bien en la foto. En cambio, requiere más valentía enfrentarse, por ejemplo, a las mafias de la vivienda y el turismo, que son los verdaderos enemigos de las ciudades grandes. Ahí los fuertes se arrugan. Que además el desalojo se produjera en la semana previa a la Navidad permitió a Luis Argüello otra intervención política. Durante los días siguientes, cayeron sobre Badalona y alrededores unas lluvias torrenciales que obligaron a los sin techo expulsados por segunda vez de otro asentamiento provisional a buscarse el refugio debajo de los puentes de una autovía. Es complicado encontrar una escena más navideña que esta, que remita mejor a todo aquello que de niños nos enseñaron para dotar de algo de significado humano a las fiestas comerciales. Badalona compite además por alzarse con el prestigio de poseer el árbol de luces navideño más grande del país. La incoherencia del alcalde pronavideño podría reportarle, si existiera, el Premio Herodes, galardón que la Conferencia Episcopal entregaría para distinguir al mandamás que menos haga para afrontar el desafío de la pobreza y la desigualdad en su territorio.
Ahora que dicen que se ha puesto de moda la religiosidad en libros, películas y musicales, nada resulta más afrentoso para los que ordeñan la vaca del nuevo misticismo que enfrentarse a la realidad cruel y desoladora que nos circunda ante la indiferencia general. El silencio eclesial se rompió en Badalona cuando una parroquia ofreció, bajo las lluvias intensas, la posibilidad de albergar durante unos días a parte de los sin techo. Para frenarlo, un grupo de vecinos se manifestó en contra, paralizó la acogida y logró que barrieran a los peregrinos de allá, rumbo a la nada. Tan solo la movilización de entidades de ayuda social, algunas como Cáritas, y la voz de algunos párrocos implicados de verdad logró que los discursos facilones quedaran al desnudo. Toca involucrarse, claro que sí, pero quizá menos en la batallita partidista y mucho más en el ambiente hostil con que el humanismo de hoy es recibido cada vez que aspira a lograr que no toda la dignidad de este mundo sea pisoteada sin remedio
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