Cómo nos convertimos en ‘hooligans’
Comentaristas sin particulares conocimientos legales han celebrado o denostado la sentencia sobre García Ortiz


En el grupo de WhatsApp de mi familia, donde hay varios médicos, cada vez que alguien hace una consulta de salud quien contesta con más aplomo, seguridad y contundencia es uno de los que se dedica a otra cosa. Los médicos son mucho más cautelosos, y no digamos si la consulta está relacionada con su área de especialización.
En algunas cosas, eso recuerda a las valoraciones de las sentencias judiciales, como hemos podido ver con la condena al ya ex fiscal general del Estado Álvaro García Ortiz, en un caso que combinaba de manera jugosa la justicia, la política y los medios. Algunos han señalado que la sentencia respondía a lo previsto; lo que no se ha salido de lo esperado han sido las reacciones.
Comentaristas sin particulares conocimientos legales han celebrado o denostado la sentencia. En algunos casos señalaban como anomalías figuras asentadas: digamos, por ejemplo, el concepto de autoría mediata. Algunas de esas opiniones aparecían tan pronto que hacían pensar en el personaje de Woody Allen que presumía de los resultados de su curso de lectura rápida: He leído Guerra y paz en veinte minutos; trata de Rusia. (Mientras, expertos como José María de Pablo o Tsevan Rabtan, autor del estupendo Anatomía de la ley, explicaban la sentencia y apuntaban matices, acuerdos y críticas).
A diferencia de lo que ocurre en el chat familiar, las opiniones brotan perfectamente alineadas, con los mismos argumentos y expresiones idénticas: a veces, se diría, por indicación más o menos expresa; pero otras veces gracias al polen de ideas “que aquí y allá fertiliza de forma similar mentes que no han tenido contacto directo”, como decía William Faulkner en una frase recogida por Darío Villanueva. Y, a diferencia de lo que ocurre en otros oficios, en el caso del comentarista el síndrome Dunning-Kruger no es un impedimento para el desarrollo profesional. Puede ser un impulso a su carrera y contribuye a dar vidilla y atrevimiento a la declamación de un argumentario.
Es un fenómeno desalentador que vemos en análisis de sentencias judiciales, series o novelas. Del debate público se puede decir algo similar a lo que cuentan (y posiblemente sea falso) que dijo Gandhi de la civilización occidental: parece que sería una buena idea.
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