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tribuna
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¿Dónde está Europa en la lucha por las tierras raras?

La UE parece no reaccionar ante la agresiva política china y debería aprender de Japón

Mina de tierras raras de MP Materials en California

Las tierras raras han pasado de ser raras a ser famosas. No hay discusión geopolítica donde no se hable de ellas y la razón es simple: China controla la extracción y el refino, así como la producción de los imanes de tierras raras. El país asiático ha decidido controlar su uso fuera de sus fronteras a través de licencias a la exportación, dada la creciente importancia de las tierras raras para las cadenas de suministro de bienes como las baterías, los coches eléctricos, las turbinas, los aviones o los semiconductores, entre muchos otros.

Por si fuera poco, las tierras raras también tienen una importancia capital para el armamento de precisión, una cuestión cada vez más relevante en un mundo que afronta una creciente militarización. También es, sin duda, un factor de primer orden para Estados Unidos en su competencia estratégica con China. Tanto que a su presidente, Donald Trump, no le ha quedado más remedio que aceptar las condiciones de China tras su encuentro con el presidente Xi Jinping en Busan, Corea del Sur, el pasado 30 de octubre.

A cambio de un año de tregua en el que China se compromete a seguir proporcionando tierras raras, la Administración de Trump ha tenido que reducir los aranceles al país asiático y, lo que es más importante, eliminar sus propios controles a la exportación de semiconductores clave para el desarrollo de la inteligencia artificial que la industria china necesita en su carrera por el dominio de esta tecnología.

El riesgo para Europa de los controles a las tierras raras es tan importante como para EE UU, si no más. Para empezar, la Unión Europa no cuenta con reservas de tierras raras ni con palancas que pueda utilizar para negociar con Pekín. Además, sus empresas son tan vulnerables como las americanas, desde Airbus, a Volkswagen y otros fabricantes de vehículos eléctricos, así como toda la industria militar que Europa tiene tanta necesidad de desarrollar ante la imparable amenaza rusa.

A pesar de la desigualdad de condiciones, que preocupaba enormemente a Bruselas antes de la cumbre Trump-Xi, la UE ha conseguido adherirse a la misma tregua que EE UU. Pero ahí acaban las buenas noticias. Estados Unidos, antes de que China amenazara con sus controles a la exportación, ya había empezado a tejer redes de acuerdos para la producción y refino de estos minerales, esfuerzo que solo se ha acelerado cuando la amenaza se ha hecho real. La Administración de Trump está cerrando acuerdos con Australia, Malasia, Vietnam, Brasil y Ucrania e, incluso, ha firmado contratos a largo plazo con la única planta del mundo capaz de refinar las 17 tierras raras a escala industrial: la fábrica de Solvay en La Rochelle (Francia).

La Unión Europea, en cambio, no parece acabar de reaccionar. Si el motivo es que ya ha legislado al respecto ―la ley de Materias Primas Críticas se aprobó en 2024 con objetivos ambiciosos de aumento de extracción (10%), procesamiento (40%) y reciclado (15%) dentro de la UE para 2030―, todos somos conscientes de que esos objetivos no se van a alcanzar, puesto que el plan carece de financiación significativa, mecanismos rápidos de autorización de proyectos mineros y, sobre todo, de contratos vinculantes de suministro alternativo que garanticen volúmenes reales a corto plazo. Aunque la UE ha firmado marcos de asociación con Canadá, Namibia, Chile y otros, el avance es demasiado lento y aún no han generado capacidad operativa relevante. Los proyectos propios (Suecia con Norra Kärr, Portugal con Mina do Barroso o Alemania con reciclado) avanzan muy lentamente debido a las trabas burocráticas, pero también por la estricta regulación medioambiental europea.

En este contexto, de quien más deberíamos aprender es de Japón, que fue el primero en sufrir un corte en el suministro de tierras raras por parte de China en 2010. A pesar de las importantes inversiones realizadas por este país para reducir la dependencia del gigante asiático, aún le compra el 62% del total de importaciones de tierras raras, frente al 100% de 2010. En los últimos 15 años, Tokio ha forjado alianzas con Australia, Vietnam y Kazajistán, ha impulsado el reciclaje doméstico y ha creado reservas estratégicas. Y a pesar de todo esto, Japón se ha puesto otra vez en acción ―tras los anuncios de controles a la exportación que China ha lanzado este año― para acelerar los esfuerzos público-privados para construir una cadena de suministro independiente, incluyendo subsidios para procesamiento local y exploración en el Pacífico Sur.

Dada la importancia de las tierras raras para la industria europea ―civil y militar― no podemos dejar pasar este año de tregua sin avanzar rápidamente en la búsqueda de alternativas a China. Ahí Japón ofrece una gran oportunidad. Tokio busca colaboradores para que la incipiente cadena de producción que lleva años diseñando sea rentable. Para ello necesita atender más demanda que la propia y la Unión Europea debería ofrecer su colaboración, aunque sea a precios superiores a los de China. Cooperando en crear demanda, Japón debería estar dispuesto a compartir la tecnología que ha ido acumulando sobre tierras raras. Finalmente, qué duda cabe de que Europa debe utilizar las empresas europeas ya especializadas en el terreno para sus propios planes, como la francesa Solvey y otras. Mapear el conocimiento existente, utilizarlo y compartirlo con Japón a cambio del suyo es la manera de avanzar en el espinoso, pero importante, reto de garantizar un suministro fundamental.

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