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COLUMNA
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Y luego dicen que si la juventud

Ahora, dicen los denunciadores de la dictadura actual, destacas algo bueno del franquismo y te llaman franquista. Ya se sabe, en esta dictadura no se puede decir nada, no porque te metan en la cárcel, sino porque te critican

Elvira Lindo

Dos ancianas, por decirlo bien y pronto, cargaban sus bolsas de la compra por la acera de una populosa valenciana. Adelantar a mujeres de esas generaciones es tarea ardua porque guardan la vieja costumbre de andar del brazo ocupando la calle, y puede ocurrir, como así fue, que de pronto se paren para enfatizar una afirmación, con lo que las viandantes que vamos detrás hemos de tener reflejos para no caernos sobre ellas. Aun así, agradezco haber escuchado de sus bocas una información valiosa: ambas concluyeron que vivíamos en una dictadura comunista. Confieso que tal afirmación me extrañó porque tenían la edad suficiente como para haber vivido el mandato que el régimen nacionalcatólico imponía a las mujeres, pero luego deduje que ellas distinguían entre dictaduras de distinto palo. Esta dictadura comunista en la que vivimos posee rasgos tan particulares que la opresión no se pilla a la primera. No me hago de nuevas porque no es la primera vez que oigo semejante cosa. Si te paseas cualquier mañana a la hora del viejo aperitivo por el cogollito de Manuel Longares, el barrio de Salamanca, puedes cruzarte con señoras que, blandiendo un vermú, te informan a gritos de estar amordazadas por tan singular dictadura. Tal vez lo que acusan es que su barrio está siendo comprado por ricos latinoamericanos que están dejando en minoría a la flor y nata de la ranciedad castiza, pero el caso es que esta denuncia permanente de la dictadura sanchista, encabezada por la presidenta madrileña, ha calado. Al parecer, en las dictaduras comunistas se persigue sin piedad a los defraudadores de impuestos o a los que se enriquecen con el material sanitario en momentos de extrema gravedad, y por contra, en las democracias ideales, se premia al propagador profesional de bulos, se castiga a quien los denuncia y se desoye la voz de los periodistas que trabajan por contarnos la verdad. Ay, señor, y luego dicen de la juventud, que se está volviendo franquista.

Habrá que empezar a pensar en quién inocula en sus cerebros estas ideas. Alguien les ha ido con el cuento de que Franco mejoró las infraestructuras, que es algo que suena como muy técnico. Antes se hablaba de pantanos, ¿recuerdan?, pero se ve que hasta los nostálgicos encuentran el término propio de un engolado narrador del No-Do y han decidido actualizarlo. Lo bueno, bueno de Franco, eran las infraestructuras, qué caramba. Vino a decirlo la alcaldesa de Valencia, reina de la sensatez, que declaró que cada época tenía su afán. Lejos de mí la intención de quitarle mérito al Caudillo, pero las infraestructuras de Hitler, oye, por favor, o las de Mussolini, muy a la vista por ser un hacha de la arquitectura fascista, ya no digamos las de Pinochet, el del milagro económico. De los desaparecidos, luego ya si eso. Poco recuerdan los nostálgicos de las infraestructuras de aquella política económica de Franco que provocó más de una década de hambruna. Pero claro, una vez que el hambre remitió gracias entre otras cosas al dinero de los emigrantes, a la mano de obra de los presos, al incipiente turismo, el pueblo comenzó a respirar e incluso a soñar con el futuro. Lo que es, es. Pero ahora, dicen los denunciadores de la dictadura actual, destacas algo bueno del franquismo y te llaman franquista. Ya se sabe, en esta dictadura no se puede decir nada, no porque te metan en la cárcel sino porque te critican. Terrible.

Este 20-N, que ha acabado siendo inolvidable, vi a Nati Camacho y a otras antifranquistas veteranas de las que padecieron cárcel en la misma era de las infraestructuras, llevarse las manos a la cabeza: ¡si Madrid estaba lleno de chabolas!, decían, ¡si no llegaba el agua a muchos barrios!, ¡si la gente se construía sus casas por la noche! Aquel Tiempo de silencio. Pero por qué no ver el lado luminoso de aquel tiempo. Con Franco, unos vivían mejor, y otros, como decía Vázquez Montalbán, subían mejor las escaleras.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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