Política politiquera
El politiqueo es el gran lujo que se han dado los sistemas democráticos avanzados, capaces de funcionar con eficacia pese a haberse convertido en caja de resonancia de las florituras partitocráticas


El título de esta columna es una traducción libre de la expresión francesa politique politicienne, que alude a nuestro más castizo “politiquear”, que según el Diccionario de la RAE significa “intervenir o brujulear en política. Tratar de política con superficialidad o ligereza”. El sentido que ha ido cobrando el término se ha expandido, sin embargo, a aquella práctica del arte de la política que lo reduce a puro sectarismo, juegos de poder, exhibicionismo retórico, uso de tejemanejes y un largo etcétera. Es decir, la política tal y como es percibida por quien contemple la forma en la que algunas élites políticas hacen uso de su profesión. Más de dos tercios de la información política, del reflejo que emite en el espacio público, está dirigida a subrayar postureos conflictuales, chascas, aspavientos; o a emitir relatos improvisados incompatibles entre sí. Lo gestual sobre lo sustantivo. El teatrillo acaba prevaleciendo sobre cualquiera que sea el tema que dé pie a su representación.
He vuelto a caer en la expresión al ver la declaración de ruptura de Junts con el Gobierno, un verdadero ataque con pólvora mojada, porque este último apenas se da por enterado. Que la legislatura quede desarmada no parece importar; el espectáculo continúa, solo hace falta maquillar un poco el guion. O cuando contemplo las peripecias de Mazón, el fiscal general del Estado o los Koldos. Que no se me malinterprete; no niego la gravedad de lo que estaba o está en juego, sino el circo político y mediático organizado en torno a estos asuntos. Por no hablar de la comparecencia de Sánchez en el Senado, donde bastó que apareciera con gafas para hundir la estrategia entera urdida por el PP. Un golpe maestro de quien ha sabido leer mejor que nadie cuáles son las reglas que hoy imperan en este extraño mercado de la comunicación política.
El politiqueo es el gran lujo que se han podido permitir los sistemas democráticos avanzados, capaces de funcionar con eficacia a pesar de haberse convertido en caja de resonancia de las florituras partitocráticas. La cuestión es si podemos seguir así en tiempos tan convulsos, si nos lo podemos seguir permitiendo. Por un lado, porque crece de forma sostenida la animadversión hacia la política establecida que alimenta el voto populista; por otro, porque impide fijarnos en otras formas de ejercer la política, más concentrada sobre la solución de problemas y menos sobre el rendimiento que cada gesto, postura o decisión pueda tener para satisfacer el interés de este u otro partido. Antes dijimos que la imagen de la política aparece hoy como un iceberg invertido: el politiqueo es lo que está a la vista, lo sumergido son los temas o problemas que deberían interesarnos a todos y merecerían un verdadero debate público. Solo sabemos que cuando cuestiones que exigen una resolución urgente, como la vivienda o la nueva pobreza, llegan al Parlamento, mutan de forma casi mecánica en una disputa politiquera.
Y vuelvo a lo de Junts y a la reacción del Gobierno. Objetivamente, se ha dado un importante golpe a la gobernabilidad, la capacidad para legislar y emprender reformas. Pero ignoramos si es parte del chantaje que este grupo venía practicando o una postura rígida y definitiva. Y aun tratándose de esto último, ¿hasta dónde estaría dispuesto a llegar el Gobierno en su pretensión por agotar la legislatura? Gobernar sin gobernabilidad es un oxímoron, y aunque esto no es óbice para que Sánchez, un alquimista del poder, siga intentándolo, no puede caer en la parálisis sin labrar su ruina futura. Creo que está aguardando el momento propicio para convocar elecciones. Solo tiene que esperar un par de errores más de Feijóo.
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