Abducidos por el canto
En ese “no me importa lo que digan los demás” reside parte del problema


En los eventos masivos —recitales, marchas, manifestaciones, actos políticos— es fácil dejarse llevar por la euforia. Aun así, creo que nunca grité consignas con las que no estuviera de acuerdo. Durante la adolescencia, que atravesé en la Argentina en plena dictadura, podía desgañitarme con aquello de “El que no salta es un militar”, pero no me unía al cantito de “El que no salta es un inglés”. Había enemistad por la guerra de Malvinas, pero me parecía un despropósito repudiar a todos los habitantes de un país. Por estos días, en la Argentina se habla mucho acerca de si fue la fuerza del antiperonismo la que le otorgó el triunfo al partido oficialista, La libertad avanza, en las elecciones legislativas del 26 de octubre. El peronismo no parece muy dispuesto —más bien, nada dispuesto— a revisar qué rol le cabe en la historia reciente del país, como si hasta ayer nomás hubiéramos sido gobernados por extraterrestres. El día de 2023 en que se llevó a cabo el ballotage por las elecciones presidenciales, fui hasta el búnker de Unidos por la Patria —por entonces, el nombre del partido peronista cuyo candidato era Sergio Massa—, que está a cuatro cuadras de donde vivo. Había pasado una hora desde el cierre de las urnas y el clima era de fiesta. Una delegación de UOCRA, el sindicato de obreros de la construcción, aporreaba bombos con el entusiasmo de los ganadores y miles de personas cantaban: “No me importa lo que digan / lo que digan los demás. / Yo te sigo a todas partes, / cada día te quiero más”. Poco después se supo que había ganado Javier Milei con el 56% de los votos, 11 puntos por encima de Massa. Pensé entonces, y lo pienso ahora, que en ese “no me importa lo que digan los demás” reside parte del problema: lo que no se quiso ver, lo que no se quiere ver, lo que posiblemente no se verá nunca. Es el peligro de repetir el canto: se vuelve parte de uno, se torna carne, ceguera y convicción.
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