Gobernar Argentina sin excusas
Tras la victoria en las legislativas, Javier Milei tiene la obligación de buscar consensos básicos para su agenda de reformas


La ultraderecha del presidente argentino, Javier Milei, celebró el domingo por la noche un triunfo electoral inesperado en las elecciones legislativas de medio mandato. La Libertad Avanza, su partido, venció con casi el 41% de los votos, diez puntos más que los obtenidos por el peronismo kirchnerista y sus aliados. Un impacto particular tuvo la victoria por medio punto en la poderosa provincia de Buenos Aires, un bastión controlado por el kirchnerismo, donde hace menos de dos meses los candidatos del presidente habían perdido por más de un millón de votos en elecciones locales. El resultado global fue sorprendente. Milei y sus aliados tendrán desde el 10 de diciembre, fecha de inicio del nuevo Congreso, 93 diputados (56 más que los actuales) y 19 senadores (13 asientos más). La bancada del Gobierno se queda así a 39 diputados y 20 senadores de la mayoría necesaria en ambas cámaras para impulsar proyectos propios.
En la noche electoral, los argentinos vieron a un Milei más moderado que de costumbre y dispuesto a tejer acuerdos, sobre todo con los gobernadores provinciales, dueños del poder territorial. Todos ellos han salido muy golpeados de esta elección, con duras derrotas locales. Sería un error de Milei considerar que su victoria es un apoyo de la ciudadanía a lo hecho hasta ahora. Al día siguiente de las elecciones, los problemas de Argentina siguen ahí. La economía se tambalea, atada a los cambios de humor del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. El estadounidense prometió a Milei una ayuda de 20.000 millones de dólares bajo la forma de un swap (intercambio de divisas) y una suma similar para cancelar deuda externa con capitales privados. En los días previos a la elección había supeditado el rescate a un triunfo electoral de la ultraderecha. Consumado el resultado, le toca ahora a Milei usar los votos obtenidos para reencauzar una economía incapaz de sostenerse por sí sola.
Milei no hizo autocrítica alguna sobre su plan económico, basado en un superávit fiscal a cualquier precio, tasas de interés altísimas y un tipo de cambio entre bandas sostenido mediante intervenciones del banco central. El resultado ha sido una gran recesión, más desempleo, caída del consumo y reservas internacionales en rojo. El presidente siempre atribuyó sus dolencias al ruido político. Acusaba al kirchnerismo de bombardear su gestión desde el Congreso, asustando así a los inversores, que temían un regreso al poder de “los kukas”, como llama a los peronistas. Los problemas, en resumen, estaban afuera.
Esos nubarrones se han despejado y Milei ya no tiene excusas. El balón está ahora de su lado y juega ante rivales muy debilitados. A la ultraderecha le ha llegado el turno de gobernar, esto es, impulsar proyectos de ley que considere necesarios para las reformas que propone, armar un Gabinete de ministros con capacidad de gestión, administrar las inevitables rencillas internas y, sobre todo, avanzar hacia consensos básicos que permitan una gobernabilidad sin sobresaltos.
Si Milei lee el triunfo como una ratificación sin matices a todo lo hecho hasta ahora, chocará contra las mismas piedras que han lastrado sus dos primeros años de Gobierno. Si, en cambio, lo interpreta como un mandato de la ciudadanía, podrá hacer política. La necesidad de acuerdos con la oposición es una buena noticia para la democracia argentina: obligará a Milei a recalibrar su gestión, ceder en sus posiciones más radicales y abandonar el tono pendenciero con el que ahoga la política.
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