¿Para qué sirve reconocer a Palestina?
La medida no es solo simbólica: impacta en las conciencias y anima a las víctimas

Un éxito rotundo. La inauguración del período de sesiones de la Asamblea General de la ONU ha visualizado la absoluta soledad física del Gobierno criminal israelí: casi todos los representantes se ausentaron. Y ha evidenciado la indiferencia general ante su único patrón, el de Estados Unidos, que ¡los criticaba!
En la práctica, ha servido para ampliar la nómina de Gobiernos que han formalizado su reconocimiento del Estado palestino: más del 82% de los 193 miembros de Naciones Unidas, un referéndum mundial apabullante. Aunque el Consejo de Seguridad ―que las minoritarias grandes potencias pueden bloquear― haya negado por sexta vez reconocer a ese Estado.
Significativo. Entre quienes han dado el paso, en esta oleada revitalizada desde mayo de 2024 por España e Irlanda, figuran tres miembros del G-7: Canadá, Francia, Reino Unido. Los dos europeos, potencias nucleares. Y además, Reino Unido es quien fraguó el invento del Estado de Israel.
Hay mucha buena gente que se pregunta: ¿para qué sirve ese reconocimiento? No es que practiquen el cinismo de la frase pronunciada por José María Aznar cuando España fue la movilizadora europea: “¿a qué Estado se refiere?, ¡Pero si no existe!”. Aunque se interrogan si el alcance y efecto de la medida son solo simbólico-diplomáticos.
No. Va más allá. Reconocimiento del otro y aislamiento propio influyen en los criminales, los desincentivan. Animan a las víctimas. Y sobre todo, impactan en las conciencias del entrañable pueblo israelí, aún bastante pasivas: el cambio deberá venir de ahí, principalmente de ahí. Y del eco que le presten los vecinos regionales, que a causa del exterminio en Gaza paralizan su reconocimiento… del Estado de Israel.
La clave para maximizar el impacto de esta movida es que se simultanee con la aceleración de los procesos judiciales internacionales contra Netanyahu y sus cómplices; con los intentos de imponer sanciones económicas desde la UE, que ya ha iniciado España; y con la movilización civil, que ha empezado con las protestas en la Vuelta ciclista y en Eurovisión.
Se necesita tiempo ―aunque la matanza no lo presta—como demostró el caso paradigmático del boicot a la Suráfrica del apartheid racista. Acabar con él costó más de tres decenios.
Desde que en 1959 la pequeña Jamaica prohibió sus exportaciones, hasta que en 1990 el Gobierno blanco se rindió ante la ruina económica y liberó a Nelson Mandela, iniciando la transición a la democracia (1994). En medio se sucedieron plantes de consumidores, embargos comerciales, acuerdos de desinversión, exclusiones de eventos deportivos como los olímpicos y los mundiales de fútbol…
Cuando esa dinámica se acelera en todos los frentes ―diplomático, económico, social, cultural y deportivo― resulta imposible pararla. También los cínicos y los fachas creían que el apartheid sería eterno.
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