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Columna
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El ocaso de la verdad

Incluso los mejores analistas están tan desbordados por el tsunami de desvaríos que apenas logran asomar la cabeza antes de ser arrollados por la siguiente ola

Javier Sampedro

Los historiadores del futuro se van a dar un fiestón cuando analicen la pandemia de estupidez que anega el mundo en este triste 2025. De hecho, es improbable que consigan entenderla, pues ni siquiera nosotros, que la estamos padeciendo en carne mortal, somos capaces de digerirla, de racionalizarla, de domesticarla. Comprender un fenómeno es la condición necesaria para poder gestionarlo, pero incluso los mejores analistas, esos a los que tú y yo leemos, vemos y oímos, están tan desbordados por el tsunami de desvaríos que apenas logran asomar la cabeza para tomar una bocanada de aire antes de ser arrollados por la siguiente ola gigante.

Estados Unidos, Argentina y buena parte de Europa han caído en un abismo tenebroso en que la verdad ha dejado de importar. Los científicos estamos acostumbrados a esos ataques del lado oscuro de la fuerza, aunque sabemos que la verdad siempre se abre camino. A veces tarda cuatro siglos, que fue lo que le llevó al Vaticano perdonar a Galileo por el horrendo pecado de haber dicho la verdad sobre el cosmos y la posición de la Tierra en él. De manera paradójica, tuvo que ser Juan Pablo II, uno de los papas más reaccionarios del siglo XX, quien reconociera en 1992 —con 359 años de retraso— que la Iglesia se había equivocado al condenarlo por defender el modelo heliocéntrico de Copérnico.

Como esta gente predica que tenemos un alma inmortal, supondrá que Galileo se sentirá agradecido por ello sentado a la derecha de Dios Padre. A los que no creemos en fantasmas, toda esa fábula del perdón nos deja fríos, glaciales, abúlicos y más cabreados que una mona. A mí, lo de Galileo me recuerda al mantra que repiten los tertulianos de derechas cada vez que a un juez se le ve el plumero político. Oh sí, dicen enseguida, la instrucción es discutible, pero el sistema judicial español es garantista y el error será corregido por instancias superiores. Vale pero, ¿cuándo lo será? ¿Después de que hayan conseguido cargarse al presidente del Gobierno, a su mujer, a su hermano, al fiscal general, a Bolaños y a quién más? ¿Tendremos que esperar 359 años hasta que el Papa tenga una revelación? Yo no creo que eso sea lo que los ciudadanos cultos e informados entiendan por un sistema garantista.

También tengo un problema con los tertulianos de izquierdas. Se obcecan en discutir con argumentos racionales lo que no son más que intoxicaciones emitidas por oscuros estrategas con el propósito exclusivo de engañar a los sectores más ignorantes de la población. Ya sabemos que la Vuelta ciclista no acabó en Sarajevo, que los manifestantes de Madrid no son miembros de los jemeres rojos de Pol Pot y que España no es una dictadura comunista, pero la gente que se cree eso no escucha jamás a ningún tertuliano de izquierdas ni tiene la menor intención de hacerlo. Los analistas inteligentes están clamando en el desierto. Las manipulaciones de la derecha no van dirigidas a ellos, y discutirlas con argumentos es inútil. Los intelectuales progresistas tienen que encontrar nuevas formas de convencer a unas personas intoxicadas hasta la médula por los estrategas mendaces e irresponsables a los que, por alguna razón, les estamos consintiendo marcar la agenda política.

Yo mismo soy una víctima de toda esa basura mediática o seudomediática, política o seudopolítica, porque me paso el día cabreado por las sandeces que me veo forzado a oír. Tengo una naturaleza adictiva, y padezco una fuerte propensión a seguir los debates políticos. Hay gente ahí a la que admiro mucho, pero me estoy quitando. Los enredos de la derecha, la derechona y la ultraderecha perjudican mi salud más que el tabaco y el alcohol juntos. Pero créanme, voy a votar a los otros pese a todo el ruido que hagan los unos.

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