La gente contra el Congreso
En la política española actual hay demasiados ecos de la francesa, que hace tiempo que ha dejado de ser una inspiración


Es curioso que la votación más cabal del Congreso en un lustro (el rechazo a la reducción de la jornada laboral por obra de la pura lógica izquierda contra derecha, como si fuéramos un país normal) se considere la más contraria a la voluntad popular. Se dice que la propuesta ya ha triunfado “en la calle” y fue tumbada por la política “destructiva” de la oposición. Aunque admiro el compromiso social de Yolanda Díaz y no comparto la visión ideológica de la oposición, esta es, en buena lid, la mayoritaria en la cámara, que es donde reside la soberanía popular.
Y no en la calle. A pesar de lo que se nos repite a ambos lados de los Pirineos, y solo hace falta ver los disturbios con 470 detenidos por las protestas del “Bloqueemos todo” en Francia. La calle no puede imponer su ley al Legislativo. En la política española actual hay demasiados ecos de la francesa, que hace tiempo que ha dejado de ser una inspiración. Y el afrancesamiento más preocupante no es la permeabilidad de la política a los movimientos sociales, que es legítimo siempre que no se recurra a la violencia —aunque recientemente demasiadas manifestaciones degeneran en disturbios, lo cual es inaceptable incluso cuando sea por los fines más nobles, como detener la masacre en Gaza—.
El peor vicio que estamos adoptando de los franceses es la maximización del bienestar personal (menos horas de trabajo para los empleados y menos impuestos de los necesarios para los sectores con capacidad de influencia) y la minimización del ahorro colectivo. A pesar del tirón de la economía, nuestra deuda pública sigue por encima del 100% del PIB (¿qué pasará cuando se invierta el ciclo?) y la francesa es del 114%. ¿Cómo vamos a sostener unos servicios públicos que, a ojos de la ciudadanía, están deteriorándose? ¿Y qué futuro dejaremos a unos jóvenes que, si tienen la suerte de emanciparse, están condenados a pagar la factura de nuestra laxitud presupuestaria?
En la jornada laboral, el progreso consiste en dos cosas. La primera es trabajar menos. Como señala un informe del BBVA Research, en 1870 los asalariados echaban, de media, 3.000 horas al año. Ahora, poco más de la mitad. La segunda es acompasar el descenso de horas trabajadas al aumento de la productividad. Y, en las comparativas internacionales, la jornada laboral en España está donde le corresponde por su productividad. Si trabajamos de más (como hace siempre EE UU) o de menos (como intenta a menudo Francia), sufriremos. Trabajar es un castigo divino, pero el ocio es un premio diabólico.
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