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Tribuna
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Vox desafía a la España ‘boomer’

Nadie quiere verlo, pero la precariedad juvenil y el hundimiento de las viejas clases medias ya están reventando nuestro sistema desde dentro

El líder de Vox, Santiago Abascal, conversa con Pepa Millán, portavoz del partido en la Cámara baja, en marzo.
Estefanía Molina

Vox no quiere ser una derecha como el Partido Popular, ni tampoco su muleta, sino desafiar aquello que Pablo Iglesias solía tildar de ”régimen del 78″. Es decir, transformar el tablero político y sustituir a largo plazo al partido de Alberto Núñez Feijóo. La ultraderecha quizás se haya dado cuenta de que existe un caldo de cultivo social, económico y generacional para acabarle de dar la puntilla a nuestro bipartidismo clásico. Ha ocurrido ya en otros países.

Lo extraño que no haya pasado aún en España. El 15-M puso por primera vez en jaque los cimientos de nuestro sistema, pero Partido Popular y PSOE resistieron el envite de sus competidores. Entre tantos motivos, tuvo mucho que ver con el llamado cerrojo del bipartidismo. Este no solo pivota alrededor de dos grandes partidos que tienden al centro, sino que también está sostenido por una importante base social que es la generación del baby boom. Los nacidos alrededor de los años sesenta han moldeado España como la entendemos: su mirada atraviesa nuestra democracia, empresas, instituciones... Son además la generación más decisiva políticamente. No tienden tanto a votar extremos porque vivieron la Transición y saben lo que ha costado conquistar esos derechos y libertades. Por tanto, que el bipartidismo mute, o el PP sea reemplazado por otra fuerza, solo puede venir de un relevo generacional, y de un cambio cultural o de valores.

Es ahí donde entra la crítica de Santiago Abascal a la Conferencia Episcopal. Los adeptos a la ultraderecha llevan tiempo impugnando pilares asociados tradicionalmente a la derecha clásica. A Alvise Pérez, por ejemplo, no le sentó bien que el rey Felipe VI cumpliera su función de sancionar la ley de amnistía. Enfrentarse a los obispos es solo otra forma de escenificar esa pulsión antisistema. En Génova 13 no han entendido hasta qué punto la jugada de Vox triunfa entre ciertas edades: asistimos a una derecha que no se mueve por las lógicas de 1978 o de estas últimas décadas.

Precisamente, la España que se cuece se parecerá cada vez menos al imaginario boomer. Cuando esa generación no esté, se tambalearán dos cosas: la hegemonía del bipartidismo, y la creencia tan asentada de que una fuerza extrema no pueden ganar en nuestro país unas elecciones. Nadie quiere verlo, pero la precariedad juvenil y el hundimiento de las viejas clases medias ya está reventando nuestro sistema desde dentro.

Primero, el partido de Abascal se está lepenizando: gana fuerza entre obreros y parados. La ultraderecha ha sabido explotar el mensaje de que PP y PSOE son lo mismo: muchos se sienten “perdedores del sistema” y no creen que la alternancia, el cambio en el color del Gobierno, vaya a solucionar sus problemas.

Segundo, una generación entera se está socializando ya en el malestar. Si hoy no hay un estallido en las calles de España por la situación tan mísera de nuestros jóvenes es porque el problema está parcheado: los baby boomers aún pueden tener a sus hijos en casa, ayudarles a pagar facturas, o darles la entrada de un piso. El contrato social ha implosionado, ya no va de que los jóvenes vivirán mejor que sus mayores: los primeros difícilmente pueden emanciparse por sí solos.

En consecuencia, cuando esos padres ya no estén, España se puede arrojar a un peligroso escenario de polarización social, fruto de la desigualdad creciente. Al ritmo que vamos, si la única forma de corregir el empobrecimiento crónico es vía herencia familiar, algunos ciudadanos irán acumulando propiedades, y otros, solo tendrán su fuerza laboral. A Vox todavía lo frenan dos factores: el voto femenino, y su menor implantación entre los jubilados, pero los segundos irán siendo reemplazados demográficamente por una generación perdida. Los valores autoritarios están en auge entre nuestra juventud porque muchos no creen que la democracia les haya aportado bienestar material. La muerte de los ideales clasemedieros augura el fin de partidos moderados y apuntala las pulsiones reaccionarias o adanistas.

El fetichismo de la ultraderecha con la inmigración no es casual. Para los más precarios supondrá la lucha del penúltimo contra el último de la sociedad, un chivo expiatorio ante su pesar. Entre algunos jóvenes, en cambio, es un símbolo del statu quo actual: cala la percepción de que el bipartidismo solo se preocupa de los problemas de sus padres. Se importan trabajadores para “pagar las pensiones”, mientras se rehúye de los dramas que ellos padecen, como sus bajos salarios, incapacidad de formar familia, o la vivienda.

Algunos dirán que Podemos o Ciudadanos ya intentaron sustituir a PP o PSOE y fracasaron. Ese diagnóstico ignora que en 2015 todavía existía una fuerte ilusión de que el sistema podía cambiar a mejor, pero ahora no: el idealismo ha sido destronado por el nihilismo entre muchos ciudadanos. La frustración es la bandera de esos “nuevos indignados”.

En ningún lado está escrito que tenga que ser Vox quien asalte los cielos esta vez, pero es evidente que la España que viene nada tiene que ver con la que conocieron los boomers. Se está dejando un amplio margen para que los huecos que la democracia no llena los ocupen los extremos.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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