Crear contenido con la hipocresía
En este mundo actual es imposible ser un virtuoso sin parecer un loco o actuar como un nazi


Hace justo un año, dábamos la quinta vuelta en busca de un sitio en el que aparcar que no quedara más cerca de casa que de la playa en la que teníamos intención de tumbarnos un rato. En el coche, ya hace años que no me dejan poner música porque mis gustos ―en vez de suavizarse con los años― se han radicalizado, por lo que íbamos con un podcast. Hablaban dos personas que analizaban con un toque de humor y otro de información bastante bien googleada las realidades actuales. Estaban hablando del turismo masivo. Mientras me bajaba por tercera vez para ver si ese Mini de alquiler entraría en ese hueco entre un contenedor y un vado, pensé que igual debía hacer caso a esas personas, volver al interior del vehículo, quitar el podcast, poner un disco de Public Enemy y decirle a mi acompañante: “Cariño, vámonos a casa, no masifiquemos, no participemos de este aquelarre que nos sume en una espiral de inflación, gentrificación, contaminación y exhibicionismo”. Pero lo que pasó es que cuando me metí de nuevo en el coche para informar de que ahí tampoco cabíamos, las personas justo anunciaban que ese iba a ser el último programa de la temporada. Se iban de vacaciones. A Tailandia. Inmediatamente, como es menester en la facción con más alta autoestima y menos conciencia de la realidad de la izquierda española, se arrancaron con una serie de bromas sobre lo hipócritas que eran (jaja), sobre lo sobrevalorada que está la coherencia (¡jaja!), sobre, bueno, “es que somos lo peor” (¡¡¡jaja!!!).
Obviamente, en este mundo actual es imposible ser un virtuoso sin parecer un loco o actuar como un nazi. Es inevitable que cada día hagas o digas cosas que sabes que no están bien, que pueden ayudar a que aumente el nivel de los mares, la ferocidad de los tifones o el precio de la vivienda en varios códigos postales. Pero lo que parece especialmente sangrante es producir contenido y facturar con el discurso que condena las maldades inherentes al capitalismo, pero también con el que se ríe de las buenas intenciones de quienes las condenan. Éticamente está feo, aunque estéticamente te parezca algo de Prada.
En fin, lo que no se puede hacer es añadirle a la hipocresía un chorro de soberbia, pues entonces lo que nos sale es pura mezquindad. Es duro asumirlo, creador de contenido, pero no puedes ser protagonista de todo: del mal, de la denuncia del mal, y de la denuncia de los que denuncian el mal. Eso sí, hasta que Elon Musk y Taylor Swift no vendan sus jets privados, yo paso de reciclar el plástico. Te lo cuento en un podcast.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
