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Lecturas Internacionales
Columna
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Gracias a Trump, Putin ya roza la victoria

La negociación entre Rusia y EE UU es el primer capítulo de la nueva división del mundo en áreas de influencia, al estilo de la conferencia de Yalta de 1945

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, recibe al enviado de Estados Unidos, Steve Witkoff, este viernes en el Kremlin.
Lluís Bassets

Putin ya roza la victoria con los dedos. No será por mérito de sus tropas, encalladas en una larga guerra de desgaste, después de embarrarse en crímenes de guerra y contra la humanidad y caer derrotadas en la ofensiva relámpago con la que pretendían controlar Ucrania. El mérito es entero de Trump, de su giro antieuropeo y antiatlantista, que le ha llevado a adoptar los argumentos del Kremlin sobre las causas de la guerra, aceptar como propias gran parte de sus exigencias y rechazar las garantías de seguridad demandadas por Zelenski para evitar nuevas agresiones rusas. Si la alcanza, será el éxito de una paciente y calculada estrategia, en la que ha combinado la seducción, el halago y el soborno para captar al propio presidente de Estados Unidos como máximo y decisivo agente de los intereses rusos en Washington.

La negociación entre Rusia y Estados Unidos, a espaldas de Ucrania y sin la Unión Europea, es el primer capítulo de la nueva división del mundo en áreas de influencia que está ahora en marcha, al estilo de la conferencia de Yalta de 1945, cuando Roosevelt, Churchill y Stalin se repartieron los despojos de la victoria sobre Hitler. Como entonces, son los avances de los ejércitos los que trazan las fronteras. Salta a la vista en la propuesta de Trump, que reconoce la soberanía rusa sobre Crimea, acepta los “hechos sobre el terreno” en las otras cuatro provincias parcialmente ocupadas por Rusia y deja a Ucrania desprotegida y fuera de la OTAN, en un implícito reconocimiento de la aspiración rusa a recuperarla algún día.

La eventual integración de Ucrania en el espacio europeo queda al albur de la voluntad y la fuerza de las capitales que cuentan, fundamentalmente Londres, París y Berlín. Así es como Trump se lava las manos del futuro europeo para concentrarse en su rivalidad con China y en la hegemonía sobre el entero continente americano, al que añade Groenlandia como soberbio acceso a los recursos del Ártico. A Rusia le corresponde el espacio euroasiático, alrededor del antiguo dominio geopolítico soviético, en el que el nacionalismo imperial incluye a Ucrania entera y, en cuanto Europa se distraiga, a otros países del desaparecido bloque socialista. China tiene ante sí el reto de Taiwán, cuya anexión le daría el pleno dominio de los mares circundantes y del crucial estrecho de Malaca, pero esto es ya un capítulo avanzado de la gran subasta en marcha entre superpotencias.

De momento, si Trump y Putin imponen su partición de Ucrania, la historia reciente nos insinúa lo que nos espera. Tendremos un nuevo telón de acero, versión siglo XXI. Escalará el incipiente rearme, como siempre más intenso en el Este que en el Oeste. El nacionalismo imperial ruso barruntará otro zarpazo. Habrá irredentismo ucranio. Se confrontarán dos modelos de sociedad, una democracia liberal, pluralista, abierta y europea y una autocracia fuertemente militarizada, sin libertades políticas y euroasiática, con un sistema represivo y carcelario digno sucesor del zarismo y del estalinismo. La partida se jugará también en los frentes electorales interiores, donde Moscú encontrará aliados en los populismos xenófobos y extremistas.

Sin integración en la OTAN o sin una garantía de seguridad equivalente, que en el corto plazo solo la dan los suministros, la logística y la inteligencia militar de Estados Unidos, todo serán ventajas para Putin. Puede aspirar a repetir otra “operación técnico-militar” en cuanto tenga a los europeos despistados y divididos y suficientes fuerzas, blindados y misiles para volver a despedazar a Ucrania. Se lo facilita mientras tanto un plan de paz que propone levantar las sanciones económicas y reforzar la cooperación con Washington. Los negocios rusos siempre tienen un premio para Trump, que además se cobra de Ucrania las tierras raras y la explotación de la central nuclear de Zaporiyia. Aunque despojada de territorio desde el Este y de recursos minerales desde el Oeste, Trump dice cínicamente que también ganan los ucranios, puesto que Putin ha renunciado de momento a quedarse con el país entero.

Hay abundantes antecedentes del significado de la paz en ciertas condiciones, como la entrega de Checoslovaquia a Hitler en 1938 o el pacto Ribbentrop-Molotov de 1939 para repartirse Polonia. Para evitar tales escenarios, Ucrania necesita a la OTAN y a Estados Unidos, al menos durante una etapa de transición. Sin tal auxilio, las tropas que pongan los europeos carecerán de recursos disuasivos para evitar que Rusia rompa la tregua, como ha hecho otras veces con sus anteriores compromisos respecto a Ucrania. La UE tiene todavía en sus manos la muy convincente palanca que son las sanciones y los fondos rusos embargados. Si no sirve para doblar el brazo a Putin y a Trump, al menos permitirá que los europeos tengan silla y cuente su voz en la negociación de la paz.

'The Age of Forever Wars. Why Military Strategy No Longer Deliver Victory’

Lawrence D. Freedman. 'Foreign Affairs', volumen 104, número 3. Mayo/junio 2025

‘Trump’s peace plan for Ukraine rewards Russian aggression’

Max Boot. 'The Washington Post'. 24 de abril.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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