Los árboles falsos de la cumbre amazónica del clima
Lo que revelan las estructuras metálicas que han emergido del asfalto de Belém, sede de la próxima Cumbre del Clima, sobre el colapso


¿Qué espera uno encontrar en la Amazonia? ¿Árboles, quizás? El Gobierno de Pará, liderado por Helder Barbalho, fue sensible a esta expectativa. Preocupado por compensar la falta de verde de Belém, la capital del Estado brasileño que gobierna, que en noviembre acogerá a negociadores de (casi) todo el mundo para la COP30, ha encontrado una solución para la ciudad que ha cubierto de cemento la selva y sus arroyos. De repente, en marzo, los habitantes de Belém vieron emerger del asfalto extrañas criaturas de hierro, con el cuerpo envuelto en lianas y la cabeza hecha de macetas. Son “ecoárboles”, aclaró sencillamente el Gobierno. ¿Y qué serían los que quedan en la mayor selva tropical del planeta, si los de hierro son los verdaderamente ecológicos?, parecía lógico preguntar. Más tarde, sorprendido por la reacción negativa, el Gobierno de Pará los rebajó a “jardines colgantes”. Dolido, tal vez, intentó mostrar que se trataba de una inspiración audaz, en sintonía con el momento tecnológico del mundo, y anunció que las estructuras que imitaban árboles imitaban a su vez un invento arbóreo nada menos que de Singapur. Finalmente, la explicación: no había “suelo disponible en la zona debido a la urbanización” y era necesario garantizar algo de sombra a los miles de visitantes que enfrentarán el verano amazónico.
Los árboles son falsos, de eso no hay duda, pero cuentan una verdad profunda sobre la mentalidad que está llevando a la mayor selva tropical del planeta a un punto de no retorno. El verbo que se utiliza para exterminar la vegetación en las ciudades amazónicas es precisamente “limpiar”. Y el gobernador Helder Barbalho ha estado “limpiando” bastante. Para garantizar un mejor flujo de coches en la COP30, planificó obras en el área metropolitana de Belém, incluyendo la Avenida da Liberdade y la Rua da Marinha. Para hacer posible la primera, propuso talar 68 hectáreas de bosque. En la segunda, casi 35 hectáreas de árboles muy reales y verdaderos, de los que capturan dióxido de carbono y lanzan ríos voladores al cielo, se derribaron.
Las élites extractivistas de las capitales y ciudades amazónicas valoran todo lo que es flagrantemente artificial, todo lo que pasa por algún tipo de industria. Los árboles son algo que hay que barrer para sustituirlo por algo limpio, como los “muros verdes” hechos de plantas de plástico que decoran algunos restaurantes refinados. Quienes piensen que se trata solo de una horterada subdesarrollada más vale que presten atención a su entorno o incluso a su propio ombligo. La conversión de la naturaleza en mercancías para ganar dinero para más mercancías se inventó en Europa. Fueron los españoles y los portugueses quienes llevaron las primeras baratijas a los pueblos indígenas de lo que llamarían América. La horterada colonizadora se actualiza ahora con la construcción de búnkeres de lujo para protegerse de la crisis climática y de la horda de desesperados que ya viene con ella. Al fin y al cabo, ¿qué son árboles falsos para quienes creen que es razonable crear un mundo falso donde puedan mantener sus privilegios intactos mientras el planeta y sus habitantes se fríen afuera? Sin olvidar que la superélite multimillonaria, representada por Elon Musk, quiere colonizar Marte. El colapso no expresa tan solo una crisis ética, sino también una crisis estética.
Además de en una eventual sombra, los árboles falsos de la primera COP amazónica podrían convertirse en un monumento a la brutal conversión de la naturaleza en mercancías que está llevando el planeta al colapso. Una conversión que la COP30 debe encontrar la forma de parar. Los árboles falsos también podrían ser un punto donde los lobistas de la industria de los combustibles fósiles que acudirán en masa a Belém pueden hacerse selfies. Los árboles falsos son la verdad del capitalismo que seguirá actuando contra la vida si no somos capaces de detenerlo.
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