Brasil abre una autovía en una zona protegida de la Amazonia para acoger a los invitados de la cumbre del clima de Belém
La ciudad, donde el 80% de la ciudadanía no tiene saneamiento, se prepara a marchas forzadas para recibir en noviembre a los 50.000 visitantes previstos


La ONU llevará su próxima cumbre climática a la Amazonia tras dos ediciones en países volcados en la extracción de petróleo. Será en Belém, una ciudad de Brasil con una precaria infraestructura y ubicada en la mayor selva tropical del mundo, que se prepara a marchas forzadas para acoger a los miles de personas que desembarcarán en noviembre para participar en la COP30. Reflejo del coste medioambiental de celebrar la cumbre en un ecosistema sensible es la construcción de una autovía de cuatro carriles y 13 kilómetros que cruza una área protegida en la zona metropolitana, con la vista puesta en descongestionar el infernal tráfico de Belém y recibir a los visitantes, incluidos los negociadores de los próximos acuerdos para afrontar la emergencia climática.
Toda nueva infraestructura en la Amazonia suele ser polémica. A la controversia por esta carretera en Belém o la BR-319, que pretende unir Manaos con el resto de Brasil, se suma el dilema del Gobierno sobre si autorizar la exploración para buscar petróleo en el delta del río Amazonas. El presidente Luiz Inácio da Silva es partidario, su ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático, Marina Silva, no.
La bautizada como avenida de la Libertad, en Belém, es una autovía que debería estar lista para la cumbre y pretende conectar las ciudades del interior del Estado de Pará con la capital. Las obras, con la consiguiente tala de árboles, han comenzado después de que las autoridades ambientales dieran el visto bueno tras años de polémicas por el impacto ecológico. El asunto es controvertido porque la autovía cruza una área protegida por ley de 7.500 hectáreas que fue creada hace tres décadas para preservar dos manantiales que abastecen a la ciudad y un parque. Además de su valor ambiental, esos terrenos tienen un significado histórico para los indígenas tupinambá. En respuesta a un reportaje sobre la autovía publicado este miércoles por la BBC, el Gobierno de Lula ha difundido una nota en la que afirma que no es un proyecto federal ni está vinculado con la COP. No obstante, el Ejecutivo estatal prevé terminarla justo un mes antes de la cumbre.
Belém es una de las grandes ciudades de la Amazonia, capital de un Estado llamado Pará que es mayor que Francia y España juntos. Con una economía muy dedicada al sector agropecuario y un alto índice de violencia, es campeón brasileño de desforestación. Ubicada al sur de la desembocadura del Río Amazonas, la ciudad de la próxima COP tiene 1,3 millones de habitantes y una infraestructura tan pobre que el 80% no tiene saneamiento básico. Legado de décadas de crecimiento desordenado.
Llevar la COP a Belém fue un empeño personal del presidente Lula. Allí se congregarán entre el 10 y el 21 de noviembre decenas de miles de visitantes, incluidos representantes de Gobiernos, ONGs y empresas. Arrancará antes, con una cumbre de líderes, los días 6 y 7.
Pese a sus múltiples carencias, Lula eligió la ciudad amazónica por afán pedagógico frente a la comodidad que ofrecen Río o São Paulo. El veterano político considera esencial que los negociadores conozcan de primera mano este ecosistema, vital para regular la temperatura planetaria. Quiere que, por encima del relato a menudo romántico, experimenten la realidad y los desafíos que afronta. “No voy a adornarla [la ciudad], no voy a sacar a los pobres de la calle, no voy a hacer lo que no se puede hacer. Quiero que vean nuestro Belém tal y como es”, insistía recientemente.
Cuando el gobernador de Pará, Helder Barbalho, aliado de Lula, inauguró en junio pasado las obras de la autovía —otra cicatriz en la selva— destacó que aliviará el intenso tráfico de entrada y salida de Belém, pero también mencionó aspectos verdes: 30 pasadizos para fauna, carriles bici, iluminación por energía solar y tres viaductos para peatones.
A medida que se acerca la COP, afloran los problemas de Belém para recibir a las delegaciones de los países y a los activistas, que esta vez sí serán bienvenidos. De entrada, la capacidad hotelera es insuficiente. Belém vive una fiebre especuladora con precios de resort suizo para las fechas críticas. Puede resultar más barato comprarse un apartamento ahora que alquilar uno para las dos semanas de la cumbre. El aeropuerto está en obras para duplicar su capacidad, están construyendo un enorme parque…
El presidente brasileño minimiza las quejas y anima a los visitantes a adaptarse: “Si no tienes un hotel de cinco estrellas, duerme en uno de cuatro. Si no tienes uno de cuatro, duerme en uno de tres. Si no tienes un hotel de tres estrellas, duerme mirando al cielo, será maravilloso”, ha dicho.
Las últimas COP se celebraron en Azerbayán y Emiratos Árabes Unidos, países con economías fuertemente dependientes de los hidrocarburos. Aunque Brasil también extrae petróleo, destaca porque es uno de los nueve países amazónicos y tiene una respetada política ambiental —salvo en la etapa Bolsonaro—.
Mientras espera la COP y presume de resultados espectaculares contra la deforestación, Brasil estrecha la cooperación con la OPEP y coquetea con buscar petróleo en la cuenca del Amazonas, atraído por los fabulosos hallazgos de su vecina Guyana. El Instituto Brasileño de Medio Ambiente, que depende del ministerio homónimo, analiza hace meses la solicitud de la empresa Petrobras para investigar el potencial petrolero en esa área sensible. Los técnicos del organismo se oponen, según ha publicado la prensa local. Mientras Lula sostiene que se puede explorar de manera sostenible, los ambientalistas se llevan las manos a la cabeza y le reclaman que vete los nuevos yacimientos.
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