El 8M planta cara al antifeminismo
El movimiento que deslumbró por su vitalidad hace siete años necesita cerrar la división para enfrentarse al revanchismo contra sus logros
El movimiento feminista vuelve a salir a las calles este 8 de marzo con más razones que nunca ante la creciente ola reaccionaria que amenaza con recortar los derechos de las mujeres, las personas migrantes y el colectivo LGTBIQ+, principales objetivos de la ultraderecha global. Combatir esa ola es la bandera de las manifestaciones convocadas para hoy en distintas ciudades de toda España. Unas marchas que discurrirán, por cuarto año consecutivo, por separado, en una división del feminismo español que ya se antoja permanente.
De América a Europa, el auge de los partidos que niegan la violencia de género, cuestionan abiertamente el derecho al aborto, ignoran la persistencia de la brecha salarial y atacan los derechos de las personas trans pone de actualidad la advertencia de Simone de Beauvoir: “Nuestros derechos nunca pueden darse por sentados”. Ese discurso alimenta, a su vez, un peligroso sentimiento entre los hombres más jóvenes de que el feminismo ha llegado demasiado lejos, como recogen las encuestas de opinión: ellos apuestan cada vez más por partidos reaccionarios y ellas, por formaciones de izquierdas. Una disparidad que pone en riesgo la llegada a lo que la premio Nobel Claudia Goldin llama “la última milla” y que consiste en superar el último obstáculo para lograr la igualdad de género en el lugar de trabajo y en el ámbito personal.
Las redes sociales y las urnas recogen los avances de ese discurso revanchista que ha hecho encender muchas alarmas. En Estados Unidos, desde la llegada de Donald Trump, al menos una veintena de grandes corporaciones han paralizado sus programas de igualdad para alinearse con las medidas tomadas por la Casa Blanca en el Gobierno federal. El portal de empleo InfoJobs recoge que el liderazgo femenino en las empresas en puestos de responsabilidad y dirección ha caído del 34% de 2022 hasta el 25%. Al ritmo actual, reducir la brecha de género no se logrará hasta 2062, según el Índice ClosinGap.
En España, pese a los intentos de la ministra de Igualdad, Ana Redondo, por recoser las heridas y recomponer la unidad del movimiento, con la promesa de abolir la prostitución —uno de los principales puntos de desencuentro— y aprobar una ley de trata en esta legislatura, la brecha abierta en el feminismo a raíz de la aprobación de la llamada ley trans está resultando difícil de superar. Es verdad que la diversidad de opiniones solo se produce cuando un movimiento gana en tamaño y apoyo, como ha sucedido desde las exitosas manifestaciones de 2018, y que el debate sereno siempre es positivo. Pero también es cierto que ambas posiciones deberían ser capaces de aparcar sus diferencias una vez al año para celebrar de forma conjunta el Día Internacional de la Mujer en una marcha unitaria. Existe un amplio espectro de reivindicaciones que merecen y exigen una sola voz.
El 8M llega este 2025 en un momento complicado para la izquierda, que ha tenido que lidiar con denuncias por violencia sexual en sus filas, contra el exdiputado de Sumar Íñigo Errejón y el exdirigente de Podemos Juan Carlos Monedero, así como acusaciones relacionadas con la prostitución hacia el exministro socialista José Luis Ábalos. Estos casos revelan la distancia entre el discurso feminista de la izquierda y la realidad de que el comportamiento abusivo tiene que ver con el poder, y confirman lo que el feminismo ha repetido siempre: que la violencia es estructural y no hace distinciones. Esa sigue siendo la verdad que hace necesario este 8M y todos los siguientes.
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