Lo que hay que temer frente al asalto de Putin y Trump
Europa puede resistir la doble embestida si miopes cálculos políticos de interés partidista o nacional no impiden la respuesta unida que hace falta

Europa está bajo asedio. Desde Oriente, la atacan los tanques y misiles de una Rusia que quiere reconstruir su imperio, lo que supone reconquistar espacios, quebrar independencias y ablandar resistencias mucho más allá de Ucrania. Desde Occidente, la acechan los ataques del trumpismo, que ha metamorfoseado la relación transatlántica de la condición de alianza a una mezcla entre desentendimiento, intentos de subyugación extractivista e interferencia política para favorecer a sus correligionarios locales. Las dos corrientes confluyen e interactúan conformando un gigantesco remolino que nos succiona a los europeos y a todos los defensores de la democracia, los derechos humanos y la legalidad internacional hacia un abismo. Se veía venir desde hace tiempo, pero desgraciadamente los europeos no nos preparamos adecuadamente.
¿Qué hacer ahora? Lo primero es entender la gravedad de la situación. La conferencia de Múnich ha dejado claro que entramos en una nueva época imperialista. Los imperios tienden a colonizar quienes no tienen la fuerza para disuadirles y resistirles. Lo segundo es entender que Europa puede perfectamente disuadir y resistir si halla la voluntad política de hacerlo. A partir de ahí la hoja de ruta está clara, salvo para quienes estén cegados por dogmatismo ideológico —o mezquino interés partidista.
Es obvio que hay que sostener a Ucrania compensando el apoyo que EE UU retira y asumiendo protagonismo en garantizar un alto el fuego si se pacta uno. Debemos lograr que Ucrania no colapse. Su capacidad de lucha es el ingrediente decisivo para una paz digna y duradera, el antídoto contra un pacto venenoso entre Donald Trump y Vladímir Putin, un pacto que liquide a Ucrania como país independiente y soberano.
Sostener a Ucrania es la primera línea de defensa, aquella que permite evitar que los imperios avancen arrollando. Esa línea de defensa en el espacio es también la que ofrece el tiempo para que los europeos nos adaptemos al nuevo mundo. Es obvio también que hay que disponer de una capacidad defensiva disuasoria y de una autonomía estratégica de las que seguimos lejos. Es necesario dar un salto, con esfuerzos en todos los niveles, desde el nacional hasta el comunitario, pasando por iniciativas con geometría variable. Hay que invertir más dinero para tener más capacidad, y hay que invertirlo de forma más coordinada. Son necesarios eurobonos, relajación de reglas fiscales. No es racional pensar que podamos conformar unas fuerzas armadas europeas a corto o medio plazo. Pero sí es posible fortalecerse y estrechar filas como para disuadir nuevas aventuras rusas.
Pero esas no son las únicas defensas que hay que cuidar. Hay que configurar también nuevos sistemas de protección de nuestras democracias, que sufren y sufrirán interferencias y sabotajes de los agitadores del Kremlin y de los sostenes tecnológicos de Trump. El objetivo de ambos es el mismo: aprovechar el flanco que expone la libertad de expresión para intoxicar nuestro debate y favorecer fuerzas nacionalpopulistas afines a ellos y contrarias al proyecto de integración europea que es la clave de la resistencia antiimperialista. Aquí también hay que erigir defensas. Si en lo anterior hacen falta armas y coordinación militar, aquí hacen falta normas, tribunales, sanciones y coordinación de servicios de inteligencia.
Pero hace falta más. Subyacente a todo esto se halla el imperativo de las reformas económicas que mejoren competitividad, productividad, innovación. En definitiva, propiciar el vigor económico que respalda toda autonomía y fuerza disuasoria. Hace falta, como nos indica Enrico Letta, completar el mercado único, volando las barreras residuales que existen en sectores como la energía, las telecomunicaciones, las finanzas, mantenidas hasta ahora por miopes cálculos nacionales. Hace falta invertir en sectores estratégicos para dar nuevo brío a un espacio económico que languidece, como nos exhorta Mario Draghi.
Afrontamos adversarios formidables. Son temibles. Pero los europeos tenemos todo lo que hace falta para resistir y hacernos respetar en este nuevo mundo, a través de la UE o de otras formas de cooperación regional. El PIB de Rusia es poco superior al de España. Nuestras sociedades tienen talento y capacidades como para competir con las más avanzadas. La única cosa de la que hay que tener realmente miedo es de que no sepamos aparcar calculillos políticos mezquinos —por interés partidista o nacional— para hacer lo que debemos y podemos hacer. Juntos.
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