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Javier Milei
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El presidente nonazi

Es penoso, es preocupante que un señor con esa incoherencia, con esa violencia, sea presidente de una república. Por suerte, en este momento, la Argentina es un país de cuarta sin ninguna posibilidad de cumplir esas amenazas

Javier Milei, asiste a la 55ª reunión anual del Foro Económico Mundial (FEM) en Davos, Suiza, el 23 de enero de 2025.
Javier Milei, asiste a la 55ª reunión anual del Foro Económico Mundial (FEM) en Davos, Suiza, el 23 de enero de 2025.Yves Herman (REUTERS)
Martín Caparrós

¿Por qué le da vergüenza decir que es nazi? ¿O es alguna forma extraña del pudor de un muchacho que siempre fue muy tímido? Hace dos días el patético presidente de la República Argentina saltó como leche hervida cuando muchas personas de muchos países interpretaron el saludo nazi del gran patrón Elon Musk como un saludo nazi. Entonces el señor Milei salió a defender a su nuevo jefe con la finura que lo caracteriza: “Nazi las pelotas”, escribió, olvidando como siempre las comas, en la red N.N. Y culpó de todo, faltaba más, a “la progresía internacional”, y la amenazó: “No sólo no les tenemos miedo. Sino que los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta en defensa de la LIBERTAD. Zurdos hijos de putas tiemblen. La libertad avanza. VIVA LA LIBERTAD CARAJO”, escribió –pisoteando, otra vez, la puntuación y la tipografía: es sólo un presidente.

Si se considera que, para el señor Milei, los “zurdos hijos de putas” incluyen por ejemplo al ínclito Joseph Biden y su partido demócrata, se entiende que sus enemigos son tantos que ahora mismo debe haber millones y millones de personas temblando por el mundo. Lo más turbador, lo caricaturesco, es que publique una diatriba para decir que él y sus amigos no son nazis y la concluya con amenazas que lo ponen del lado de los nazis, stalinistas, fascistas y otros grandes asesinos de la historia: “Zurdos hijos de putas tiemblen, los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta”. Si yo quisiera demostrar que no soy un ladrón no anunciaría que voy a salir a robar desaforado. Quizá no se da cuenta, quizás habría que explicárselo, como tantas otras cosas: es humillante tener un presidente que no cesa de contradecirse, que se habla encima sin parar.

(Como cuando explicó, al otro día, que las medidas proteccionistas de su presidente Trump no son proteccionistas sino que “su política comercial es parte de su estrategia geopolítica” –proteccionista: todo lo contrario de la ensalada “anarcocapitalista” que él dice sostener, donde el Estado jamás debería imponer reglas al Mercado. O cuando dijo en Davos que “una nueva clase política, amparada por ideologías de corte colectivista, (…) reemplazó libertad por liberación, utilizando el poder coercitivo del Estado para distribuir la riqueza creada por el capitalismo. Su justificación fue la siniestra, injusta y aberrante idea de la justicia social, complementada por entramados teóricos marxistas cuyo fin era liberar al individuo de sus necesidades”.

O cuando siguió diciendo que “el wokismo se las arregló para pervertir esa idea elemental de preservar el medio ambiente para el disfrute de los seres humanos y pasamos a un ambientalismo fanático donde los seres humanos somos un cáncer que debe ser eliminado”, y que “no es casualidad que estos mismos sean los principales promotores de la agenda sanguinaria y asesina del aborto” y que “vemos las hordas de inmigrantes que abusan, violan o matan a ciudadanos europeos que solo cometieron el pecado de no haber adherido a una religión en particular. Pero cuando uno cuestiona estas situaciones es tildado de racista, xenófobo o nazi”, dijo, entre tantas otras cosas, en ese mismo discurso preñado de iluminaciones.)

Es penoso, es preocupante que un señor con esa incoherencia, con esa violencia, sea presidente de una república. Por suerte, en este momento, la Argentina es un país de cuarta sin ninguna posibilidad de cumplir esas amenazas –ni ninguna otra. En este momento nuestro fracaso es nuestra salvación. Menos mal, porque el no-nazi que la preside mantiene, según las encuestas, el apoyo de la mitad de sus habitantes, o algo así.

Ahí está, si acaso, el núcleo del problema: en los millones de argentinos que, tan genuinamente satisfechos por la baja de la inflación –que ahora rondaría el 50% anual–, tan firmemente convencidos de que los corruptos mileístas son menos dañinos que los corruptos macristas o kirchneristas, tan tajantemente distraídos de ese 30% o 40% de compatriotas que no consiguen comer todo lo que querrían, apoyan a un señor que dice que va a ir hasta el fin del mundo para perseguir a todos los que no piensen como él. Es probable que no sea nada nuevo: que sea, de un modo u otro, la misma proporción de argentinos que aplaudían a los militares asesinos de los años 70. Siempre hay una cantidad de gente así, existen, nadie los persigue hasta el último rincón del planeta, pero hay momentos más felices en que se ven obligados a hablar más despacito, momentos en que reivindicar amenazas y crímenes no parece tan cool.

Este no es uno de ellos. Al lado de su presidente Trump amenazando con tomar por las armas el Canal de Panamá o plantar su gloriosa bandera en el planeta Marte, las bravatas del señor Milei son, por decirlo con sus propias palabras, los grititos de un pedófilo en un jardín de infantes donde los niños no estuvieran “desnudos, atados y envaselinados” sino que corrieran y saltaran muy vestidos y se burlaran de ese bravucón torpe que los persigue a trompicones. Hay, sin embargo, un efecto perverso de la globalización: el señor Trump solo retoma la tradición norteamericana de mandar soldados a matar lejos de sus fronteras, pero la Argentina hasta ahora se limitaba a sus propias víctimas. Que este no-nazi prometa ir a “buscar a los zurdos hasta el último rincón del planeta” es un avance significativo. Hay MAGAs para todos: Make Argentina a Global Asshole es una opción posible, aunque quizá no la más deseable. Les queda a los argentinos decidir si quieren seguir votando a ese señor que la propone a gritos. Aunque quizás el juicio de la mayoría sea más simple: mientras les baje la inflación el resto les da igual, que grite lo que quiera total no pasa nada. O casi nada: así empezaron los mejores, Adolfo, Benito, Donald y el resto de la clica, y así estamos.

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