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COLUMNA
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El impudor

Hay jueces al servicio de la impunidad desaforada. En Madrid llueve sobre mojado. Primero fue un padre, luego un hermano y ahora un novio que hace negocios con repercusiones sociales graves

Isabel Díaz Ayuso y Alberto González Amador
Isabel Díaz Ayuso paseaba por Madrid con su novio Alberto González Amador en febrero de 2022.Lagencia Press

En los crispados debates de la democracia española, conviene recordar que José Luis Ábalos ya no es militante del PSOE, forma parte del Grupo Mixto en el Congreso y su antiguo partido votó a favor de que perdiera el aforamiento para que fuese juzgado. Yo no opino sobre su culpabilidad, no sé, pero celebro la decencia de que un partido evite convertirse en amparo de figuras sospechosas. Fue también el caso de Errejón y Sumar. La psicolingüística nos ha enseñado que uno mismo debe controlar sus monólogos interiores si se quiere mantener un buen estado de ánimo público. La persona que se abandona a la furia interior acaba comportándose con ira desatada. Eso me lo enseñó la poesía, porque uno debe controlarse por dentro para no escribir versos que aparezcan como desahogos de patetismo o cursilería. También se aprende en el camino del colegio y del trabajo. Sofocar los arrebatos ayuda a no entrar en conflicto con los demás. En política, esa necesidad de pudor ético debe respirarse dentro de los partidos.

Las relaciones entre la justicia y la ética política rompen límites cuando se utilizan las influencias para detener o pervertir los procesos judiciales. Hay jueces al servicio de la impunidad desaforada. Los últimos acontecimientos dejan al descubierto casos extremos de deshonestidad. En Madrid llueve sobre mojado. Primero fue un padre, luego un hermano y ahora un novio que hace negocios con repercusiones sociales graves, por ejemplo, la privatización de la sanidad pública y el desbordamiento de sus servicios. Miles de ancianos murieron en las residencias de Madrid porque alguien dio la orden de que no fuesen tratados en la pandemia por los profesionales que podían salvarles la vida. Mala gente hay en todas las casas y todos los partidos. Lo doloroso para la democracia es que un partido abandone las reglas del pudor y se convierta en amparo de gente acostumbrada a los comportamientos turbios.

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