_
_
_
_
Red de redes
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Así intenté dejar X y fracasé

Abstenerse en la red social de Musk se transforma en una adicción a otro montón de plataformas

Un usuario de X consultaba en noviembre la cuenta de Elon Musk en dicha red.
Un usuario de X consultaba en noviembre la cuenta de Elon Musk en dicha red.NurPhoto ((Getty))
Rebeca Carranco

En la serie de televisión Machos alfa (una especie de Aquí no hay quien viva para mileniales), uno de los personajes es una instagramer. Se ha quedado embarazada y, como vive de contar su vida, se plantea qué hará en adelante. Sufre un sangrado vaginal y, en un momento de intimidad, le confiesa a su hermana que por un segundo se sintió aliviada al pensar que había perdido al bebé (sí, muchas futuras madres aterradas experimentan ese tipo de sentimientos). “¡Eso no lo digas en Insta, eh!”, le dice la hermana, temerosa de que arruine su nueva etapa de instamami. “¿Puedes olvidarte por un segundo de las putas redes sociales y hablar como si viviésemos en el mundo real?”, se queja la otra.

La hermana no responde, pero ya respondo yo: no, es imposible. ¿Qué sentido tiene ya vivir la vida sin pensar además en contársela a la gente? ¿O acaso el mundo puede seguir rodando sin que sepa que has salido a correr por la mañana, que a mediodía has fingido que leías un libro y que por la noche has ido a cenar a un sitio de modernos absurdamente caro, pero que queda genial en las fotos? Y no, no finjan, mis queridísimos lectores (algunos piscis, seguro), porque no hace falta tener Instagram y ser un jovenzuelo para ir aireando la propia vida a los cuatro vientos. Que todos vemos esos estatus de WhatsApp que los boomers alimentan sin descanso.

Sin duda, uno de los momentos más complicados en los tiempos modernos es cuando se decide dejar alguna red social. Últimamente, está de moda irse de X (¡que tiene 16 millones de usuarios en España, 112 millones en Europa!) por aquello de que su dueño es un tecnoligarca que ha decidido usarla en beneficio de su propia agenda política, un poquito reaccionaria. Su ejército son los millones de cuentas, entre ellas muchísimas de instituciones y de medios de comunicación, sin las que X no podría existir. Aquí se ha debatido profusamente si es mejor irse o quedarse, con argumentos de todo tipo. En todo caso, la que firma optó por dejar de alimentar esa red social.

Firmé la despedida el 8 de diciembre: “Acabo el año en Bluesky. Intentaré, como el que deja de fumar, que esta red sea para mi totalmente secundaria”, tuiteé por ¿última? vez. “Veurem!”, añadí, curándome en salud. Pocas cosas resultan más bochornosas que desfallecer constantemente, y públicamente (por pequeña que sea la audiencia), en un objetivo tan aparentemente sencillo como dejar de tuitear. Es enseñar sin pudor que se posee una voluntad más de mantequilla que de hierro.

Las primeras semanas de abstinencia se llevan relativamente bien. Incluso con alivio cuando surge alguna polémica enconada sobre la que ya no hace falta pronunciarse. Los momentos de mono se palían con sucedáneos, como Bluesky, o LinkedIn, la red del bienquedismo. Incluso se viven momentos álgidos en los que una se permite aleccionar a los demás: “No sé cómo seguís posteando en X”.

Hasta que se vuelve al trabajo. Un tiroteo en La Mina, un barrio de Sant Adrià de Besòs (Barcelona), resulta suficiente para desatar la locura: vale, si no puedo tuitear la noticia, porque dije que no lo haría, lo pongo en Bluesky. Ante la ausencia de interacción, busco un plan b: subo una story a Instagram. Incluso sopeso la posibilidad de quitarle el candado, aunque esté lleno de fotos de una niña de tres años. ¿Y LinkedIn? ¡Y TikTok! Un vídeo rápido, de 30 segundos…

Al acabar el día, la abstinencia en X se ha transformado en la adicción a un montón de redes más. Al final, opto por el retuit en X como solución de futuro. Y como consuelo me repito aquello de que el periodista debe estar donde está la gente. Es mejor eso que admitir el fracaso total.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_