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Tribuna
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Trump, Musk y el algoritmo NRx

Quienes no quieran ser cómplices culpables de la hegemonía que buscan los oligarcas tecnológicos deben marcharse de X

Ilustración de Eva Vázquez para la tribuna 'Trump, Musk y el algoritmo' de José María Lassalle, 6 de enero de 2024.
Eva Vázquez
José María Lassalle

El triunfo arrollador de Donald Trump nos interpela a todos los demócratas. Especialmente porque lo ha hecho mediante una poderosa alianza contra el liberalismo que hace razonable la democracia. Recordemos que el propósito de las ideas liberales fue moderar la mayoría y evitar que fuese irresistible y absoluta. Un contrapeso de autoridad que debía balancear el impacto del poder de la mayoría si admitimos, como hace el populismo, que ella sola justifica las decisiones que se fundan en la fuerza desnuda del mayor número.

Después del desenlace democrático del 5 de noviembre, ¿qué hacer para contrarrestar el auge definitivo del populismo? Esta es la pregunta que deberíamos responder sin olvidar que sus defensores son demócratas radicales. No les molesta la democracia, sino la desconfianza liberal ante ella cuando se declina sin adjetivos. Por ello, piensan que las reglas liberales son las que hacen fallida la democracia. La quieren imponiendo la sencillez del orden inapelable que surge de esgrimir la mayoría. Y, de paso, que los liderazgos en los que se apoya se perpetúen al combatir lo que la debilita: la posibilidad de revertirla al favorecer la alternancia mediante la acción crítica de quienes disienten de aquella.

El principal problema que trae la victoria de Trump es que coloca al populismo en el corazón sistémico de la democracia global y con el respaldo de un complejo industrial-tecnológico que utilizará toda su potencia algorítmica para difundir su evangelio antipolítico por todo el mundo. Eso significa que ya no sirven los diagnósticos y hay que pasar a la acción.

Trump ha ganado por muchas razones. Pero la principal está en que se ha apoyado en un populismo 5.0 que ha perfeccionado la potencia de fuego del ecosistema de desinformación que ensayó con MAGA a partir de 2016. Desde entonces ha robustecido la nebulosa sistémica de cuentas y canales de redes sociales que agrupó bajo su liderazgo y que han hecho del odio antipolítico un entretenimiento de masas digital. Un negocio basado en una subcultura adicta a conspiraciones y bulos que hacen de la agitación una fuente híbrida de beneficios económicos y electorales. Algo que durante la pasada campaña presidencial escaló mediante el empleo de la IA generativa como propagadora masiva de contenidos deep fake contra Kamala Harris. ¿Cómo evitar ahora que no convierta la democracia desde la Casa Blanca en una deep fake tan rentable como manipulable para sus intereses y los de aquellos que apostaron por él desde ese complejo industrial-tecnológico al que me refería y que cobra forma de manera cada vez más nítida?

Para responder la pregunta hay que tener en cuenta que el populismo que lo respalda se nutre del poderoso imaginario subversivo de los laboratorios NRx. Que es el acrónimo empleado por sus promotores y sobre los que habló Sergio Fanjul en el suplemento Ideas el pasado 24 de noviembre. Conviene insistir al respecto porque la antigua Twitter, ahora X, es el canal de propagación de sus contenidos. Lo hace con un algoritmo que los visibiliza en forma de sesgo sistémico. Es lo que aquí denomino el algoritmo NRx y sobre el que hablé en El liberalismo herido (Arpa, 2021). En sus páginas analicé también la Ilustración oscura que, pensada por Nick Land y Mencius Moldburg, da soporte a los NRx con una confusa mezcla de libertarismo tecnológico post-Ayn Rand y supremacismo new age y paleoconservador. Un peligroso cóctel que emplea el esoterismo de la Revolución Conservadora alemana que nutrió el nazismo, así como la invocación de un aceleracionismo de silicio que ve en la innovación por la innovación la salvación transhumanista que resolverá los retos cancelatorios que pesan sobre el futuro del planeta. Ofreciendo, entre otras soluciones, Marte como la nueva frontera.

Este delirio futurista rayano con la ciencia-ficción hace de la ideología NRx un fenómeno político gamificado extraordinariamente viral que tiene a Elon Musk como su Mesías. No en balde, SpaceX, X, Neuralink, Tesla o Boring configuran un multibranding corporativo que busca la hegemonía en el ecosistema digital norteamericano. Recordemos que Musk pretende no solo conquistar el espacio para llegar a Marte, sino liderar la movilidad autónoma sin emisiones y, de paso, controlar el conocimiento geotécnico de las materias primas críticas y los nuevos materiales que pueden llegar a superar las limitaciones energéticas y de refrigeración asociadas a los problemas calóricos que produce el incremento de la capacidad de computación. A todo ello hay que añadir la apuesta que hace Musk desde hace años por encabezar la investigación neurotecnológica que impulsa con el fin de colocarse a la vanguardia de la experimentación en IA fuerte, que es la que puede conducirnos más rápidamente hacia el objetivo soñado por los transhumanistas de una superinteligencia. En fin, un suma y sigue de poder que encarna a la perfección el complejo industrial-tecnológico que forja el capitalismo cognitivo en Estados Unidos desde hace una década y que ahora recibirá el impulso definitivo con Trump. Quizá, con el objetivo de ganarle a China el pulso que libran en el estrecho de Taiwán por la hegemonía planetaria si Washington logra que el gigante asiático caiga en la famosa trampa de Tucídides.

De ahí que no sea tan extraño que Musk dijera durante la pasada campaña presidencial que es la “MAGA oscura” que respalda a Trump. Un guiño deliberado a la Ilustración, también oscura, que, como explicaba Fanjul, quiere reemplazar la democracia liberal por una oligarquía tecnológica que promueva una revolución digital sin límites éticos. Para lograrlo, dicen sus seguidores, es necesario que Estados Unidos sea gobernado por un consejero delegado que haga suya la audacia militar de un déspota ilustrado como Federico el Grande de Prusia. Una tesis que parece alucinante, pero en la que cree el vicepresidente electo, JD Vance. Seguidor de Mencius Moldburg, es lector entusiasta de Bronze Age Mindset: un best seller en internet que escribió BAP, pseudónimo de uno de los autores NRx más seguidos a través de sus Caribbean Rhythms.

Sin embargo, el poder de la democracia no pasará a manos de un consejero delegado si el pueblo no lo quiere también. Algo que solo podrá suceder si la Ilustración oscura derrota antes a la Ilustración clásica. Aquella que Kant definía como la salida del hombre de su minoría de edad. Y aquí es donde X y el algoritmo que sustenta la circulación de sus contenidos es fundamental. Sobre todo, porque trabaja para que la polarización dogmática y el gregarismo devuelvan a la mayoría de la sociedad al deseo de querer vivir bajo la autoridad de una oligarquía que decida por ella. Un fenómeno que impulsa la destrucción de los fundamentos morales de la razón comunicativa al socavar diariamente el legado ilustrado que define a la democracia liberal al soportar esta impunemente los golpes que la vulneran con el ruido, la intolerancia, el odio y el dogmatismo que circulan sin restricciones éticas por X. De este modo, se destruye la idea de ciudadanía y se impide que la mayoría se sirva de su entendimiento racional sin la guía de otros. Un asalto reaccionario a la razón que convierte a X en una herramienta de destrucción masiva de la democracia liberal que solo puede detenerse si se modera el algoritmo NRx reduciendo los datos que lo alimentan. Esto solo puede conseguirse si quienes todavía están no quieren ser cómplices culpables de la hegemonía que busca Musk y hacen suya la apelación a la razón práctica kantiana que apuesta por no volver a abrazar culpablemente la minoría de edad. O lo que es lo mismo: abandonando X sin mirar atrás.

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