‘Caso Aldama’: aparencias que no engañan
Resulta que toda esa banda con pinta de apandadores, pícaros, vendehúmos y vividores eran unos apandadores, pícaros, vendehúmos y vividores
En un libro estupendo y muy celebrado que ha salido este año, la autora retrata a un amigo suyo, también escritor. Es un dibujo de apenas unas frases, pero le bastan dos trazos a mano alzada para exponer toda su verdad en canal. Conozco a ambos, y una noche en que tomaba una cerveza con el retratado, le dije que me había gustado mucho esa radiografía nítida que acababa de leer en el libro de nuestra amiga común. “Te tiene caladísimo, te ha visto el alma”, le dije. Él se revolvió divertido y lo negó con la boca pequeña. Normal: es un gran seductor que ha cultivado el misterio y la complejidad. Se sabe incognoscible, y a ningún presumido le gusta verse desnudado por nadie, ni siquiera por una amiga.
Un poder de la buena literatura es traspasar la barrera de las apariencias y exponer una forma de verdad que los retratados prefieren ocultar o suponen que esconden tan bien que nadie la nota. Por eso, los escritores tendemos a creer que las apariencias son engañosas siempre y que cada persona lleva dentro esa verdad que no quiere que veamos. Puede ser una gran verdad, una verdad perturbadora, o una verdad chiquita y divertida, pero lo importante es que las personas no sean nunca lo que parecen a primera vista. Si no, no hay historia que contar.
Pero la realidad suele ser terca, obvia y zafia. Demasiadas veces, las cosas son lo que parecen, y si no se descubren antes es porque mantenemos viva la esperanza de que no lo sean. El caso Aldama (ya no puede ser el caso Koldo, desde que sabemos que Koldo era lo que aparentaba: un recadero) es riquísimo en estas decepciones. Resulta que toda esa banda con pinta de apandadores, pícaros, vendehúmos y vividores eran unos apandadores, pícaros, vendehúmos y vividores. La corrupción atrae siempre al mismo tipo de personas. Aún no hemos conocido a un corrupto que se haya gastado su fortuna robada en libros de filosofía o que tenga por costumbre acostarse pronto y escuchar discos de Mahler en su casa. Todos se tiran al lujo hortera y al desparrame prostibulario, y acaban en compañía de individuos como el de Desokupa. Parecen empeñados en protagonizar secuelas de La escopeta nacional. Por eso sorprende que los investigadores tarden tanto en pillarlos, a no ser que tengan mentalidad de escritor y descarten la primera impresión por evidente. No les culpo: yo aún necesito creer que la apariencia engaña. La realidad no puede ser lo que parece. La realidad nos debe un poquito de misterio, basta ya de tanta obviedad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.