Estrellas en la azotea
Muchos de los cuerpos celestes que vemos de noche ni siquiera existen. Solo vemos su agónico destello detrás del cual ya no hay nada, salvo la posibilidad de soñarlas como Goethe
Goethe en su viaje a Italia pasó por Castelvetrano, una localidad del interior de la isla de Sicilia donde se hospedó ya de noche en una humilde pensión. Rendido por el cansancio durmió hasta la salida del sol y durante el desayuno, antes de partir, dijo haber soñado que unas estrellas pasaban por el techo de la habitación. Si yo hubiera sido el dueño del establecimiento le hubiera dejado que partiera de Sicilia con ese sueño feliz, pero el ventero le dijo la verdad. Realmente no había soñado. Era verano, hacía calor e iluminado solo con un candil, tal vez el poeta no se dio cuenta de que en el techo de la habitación había un gran agujero abierto al universo por donde había visto pasar las estrellas durante la duermevela. En cualquier caso, queda por saber si para Goethe tenía más fuerza la realidad o la ensoñación. Ayer llamé a una amiga para contarle estas cosas. Le pregunté qué tal le iba en la vida. Me dijo que en ese momento, puesto que la noche era espléndida llena de estrellas, había subido a la azotea a tender la colada. “Acabo de colgar en el tendedero unas bragas bajo la constelación de Orión”, me dijo. Muchas estrellas que vemos de noche ni siquiera existen. Solo vemos su agónico destello detrás del cual ya no hay nada, salvo la posibilidad de soñarlas como Goethe. Mientras tendía la ropa y me describía la belleza del cielo estrellado, le recordé las últimas palabras que pronunció el replicante de la película Blade Runner: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. Vi rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser”. Mi amiga añadió que, si fuera cierto que detrás del destello de muchas estrellas ya no queda sino soñar, por su parte no se lo podía permitir. Aunque imaginara que tendía la ropa en la azotea como si se tratara de la Puerta de Tannhäuser más allá de Orión aún tenía que preparar la cena a su hijo, acostarlo, bajar la basura, planchar y no sé cuántas cosas más.
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