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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Salvar a Mazón y a Feijóo, aun a costa de Europa

El filibusterismo del PP en Bruselas contra Ribera forma parte de una estrategia para tapar su responsabilidad en la gestión de la dana

La ministra Teresa Ribera participa en la audiencia ante el Parlamento Europeo para confirmar su cargo como vicepresidenta para una Transición Limpia, Justa y Competitiva, este miércoles en Bruselas.
La ministra Teresa Ribera participa en la audiencia ante el Parlamento Europeo para confirmar su cargo como vicepresidenta para una Transición Limpia, Justa y Competitiva, este miércoles en Bruselas.OLIVIER HOSLET (EFE)
El País

Las grandes crisis sacan lo mejor y lo peor de cada país; de su ciudadanía y de su clase política. El pasado marzo se cumplieron 20 años del mayor bulo jamás contado en la joven democracia española: el 11-M de 2004, un atentado yihadista reventó varios trenes y causó 192 muertos en vísperas de unas elecciones generales. “Tengo la certeza de que ha sido ETA”, dijo el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, a varios directores de periódicos, incluido EL PAÍS. Después se armó toda una teoría de la conspiración totalmente ajena a la evidencia y a lo que acabó dictaminando la sentencia judicial. Todo para tapar una mentira política. No sirvió.

Esa dinámica vuelve a aparecer en el horizonte. Hace dos semanas, el cielo se abatió en forma de agua sobre Valencia y causó más de 200 muertos. Con un aviso rojo de la Aemet desde el amanecer, la Generalitat presidida por Carlos Mazón fue incapaz alertar en tiempo y forma a sus ciudadanos ante la catástrofe climática; las negligencias de Mazón son cada vez más claras y son incomparables a los fallos que pueda haber protagonizado el Gobierno central. Generalitat y Gobierno consiguieron durante unos días mantener la unidad con encendidos elogios del presidente valenciano a la rapidez y disponibilidad del Ejecutivo central. Pero la errática estrategia de los populares ha conectado finalmente con su tradición y ha decidido tapar un error catastrófico pasando al ataque. El PP ha elegido a la vicepresidenta Teresa Ribera como víctima propiciatoria para tapar su mala gestión. El debate está ya definitivamente embarrado. Y no solo en España: también en Bruselas.

El bloqueo que el Partido Popular Europeo, a través del PP español, está imponiendo para que se constituya la próxima Comisión Europea, en un momento en que las instituciones comunitarias debieran ser más estables que nunca, tiene pocos precedentes. Dilatar (aun a riesgo de frustrar) el nombramiento de todo el Ejecutivo comunitario con el argumento de que Ribera, llamada a ser la número dos de Ursula von der Leyen, tiene que rendir cuentas en el Congreso español sobre la dana resulta impropio de un partido serio que, además, se define como europeísta. Ningún otro partido de oposición en la UE con posibilidades de gobernar hace ejercicios de filibusterismo de ese calibre.

La desafortunada novedad ahora es que el primer grupo de la Eurocámara se preste a desestabilizar la institución con más poder de la UE para sacar rédito político en uno solo de los Estados miembros (España) y, en el fondo, para enmascarar su propia responsabilidad política en la tragedia.

El movimiento del PP español tiene profundas consecuencias sobre el proyecto europeo. El PPE parece decidido a poner fin en esta legislatura a la alianza entre conservadores, socialistas y liberales que ha codirigido la UE desde su fundación. La mayoría proeuropea se resquebraja: los populares acusan a liberales y socialdemócratas de no entender que la aritmética del Parlamento Europeo ha cambiado. Y socialistas y verdes advierten al PPE del riesgo de bloqueo si prosigue su acercamiento a la ultraderecha. La evaluación de Ribera en la Eurocámara se ha convertido en la prueba de fuego de la estrategia del líder popular en el Parlamento, el alemán Manfred Weber, enfrentado a su compañera de grupo Von der Leyen. El arriesgado movimiento de Weber toma como palanca la fuga hacia adelante del líder del PP español, Alberto Núñez Feijóo, que en su intento por salvar al presidente de la Generalitat, y su propio liderazgo, ha ido buscando chivos expiatorios hasta dar con Ribera. Este marrullerismo cortoplacista, unido a la temeraria visión de largo plazo de Weber, puede abocar a la Unión a una crisis de gobernabilidad, hasta el punto de condenar al fracaso a la Comisión de Von der Leyen o de obligar a la alemana a basar su segundo mandato en el apoyo de fuerzas claramente contrarias a la integración europea como el grupo Patriotas por Europa (encabezado por Orbán y con Vox entre sus miembros) o los ultraconservadores (ECR) de la neofascista Giorgia Meloni.

La derecha europea se adentraría así en terra incognita justo cuando en la otra orilla del Atlántico aparece Donald Trump. En la corta andadura de esta legislatura, iniciada en julio, el PPE ya se ha saltado varias veces el cordón sanitario y ha pactado con la ultraderecha aun a costa de dejar a los socialistas y verdes en la estacada. Ese riesgo estaba ahí desde el 9-J, ante el empuje de la marea ultra, y ahora se materializa nítidamente. Pero la UE es una estructura política demasiado valiosa y delicada como para aplicarle una mera aritmética de suma de escaños. La integración comunitaria ha avanzado gracias al impulso de partidos que, más allá de sus diferencias ideológicas, ponían por encima de todo el interés común de mantener una Europa unida, próspera y en paz. Weber y el PPE, empujados por el PP español, parecen despreciar el valor intangible de esa gran coalición entre las principales fuerzas del continente de derecha e izquierda. Su ceguera puede condenar al continente a una crisis política justo cuando debería estar cerrando filas para hacer frente al segundo mandato de Trump, aún más imprevisible y potencialmente peligroso para Europa que el primero.

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