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Lecturas internacionales
Columna
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La democracia tiene sentido

Con el reconocimiento de la victoria y el relevo presidencial, Biden y Harris muestran a Trump cómo debe comportarse un gobernante ante la derrota

El presidente de EE UU, Joe Biden, analiza los resultados electorales, el día 7 en la Casa Blanca.
El presidente de EE UU, Joe Biden, analiza los resultados electorales, el día 7 en la Casa Blanca.GRAEME SLOAN (EFE)
Lluís Bassets

No es quien obtiene más votos quien mantiene viva la democracia. Es el gobernante perdedor, el que ha obtenido menos votos, pero acepta la victoria de su adversario, le felicita sinceramente y facilita el relevo pacífico en el poder, en vez de ausentarse despechado, vaciar los cajones, dejar algún muerto en el armario o promover un alzamiento violento para evitarlo.

Este es el comportamiento ejemplar de Kamala Harris y Joe Biden, expresado en sendos discursos que legitiman a Donald Trump como presidente y expresan su disposición a facilitar la transición y asistir a la toma de posesión. Harris y Biden harán todo lo que no quiso hacer Trump cuando salió derrotado en 2020 y se dedicó a obstaculizar los recuentos, amenazar a funcionarios para que le buscaran los votos que le faltaban y finalmente convocar el tumulto que asaltó el Capitolio. No cabía esperar nada distinto de los demócratas.

La aceptación del resultado electoral por parte de Harris y Biden no ha sido mediante un simple y tedioso trámite, sino con palabras llenas de elegancia y deportividad, de las que se ha ausentado cualquier resentimiento y solo contenían en su ejemplaridad un único e implícito reproche. Solo Trump, escandalosa excepción de la regla democrática que suelen seguir todos los candidatos, no aceptó el resultado precisamente cuando las elecciones se celebraron bajo su presidencia, pero todo le parece impecable cuando las ha ganado bajo presidencia demócrata.

Por una paradoja de la gran democracia americana, el actual vencedor tendrá en sus manos todos los poderes y eludirá cualquier escrutinio, a excepción de la opinión pública, pero la última salvaguardia de la democracia la constituyen los demócratas, que reconocen la derrota y facilitan el gobierno a quien les ha vencido. Las nuevas mayorías pueden cambiar en sucesivas elecciones, pero solo sucederá si la democracia resiste, algo que exige como premisa la actual alternancia pacífica que en 2021 no fue posible gracias a la actitud de Trump.

Esta es la primera advertencia al presidente electo y a la vez el severo reproche por su mal perder de hace cuatro años, heraldo del mal ganar que anuncian todos sus gestos y palabras. Los dos actos legitimadores de toda democracia, como son el reconocimiento de la victoria ajena y la tranquila entrega del poder, no pertenecen a su mentalidad autoritaria. No los quiso protagonizar cuando le correspondía y no pensaba hacerlo ahora si las urnas le negaban la mayoría. Así pudo sostener y alimentar durante cuatro años el bulo de las elecciones robadas hasta convertirlo en dogma trumpista.

La actitud ejemplar de Biden y Harris no es una anécdota de cortesía y buena educación, sino un acto político y moral que gravitará sobre la presidencia de Trump y sobre el siguiente relevo presidencial. Su auténtica dimensión aparece en la exigencia de lealtad personal al presidente y no a la Constitución que se va a exigir a los nuevos altos cargos de la Administración de Trump, según el nuevo código de malas costumbres que quiere imponer la extrema derecha ahora en el poder.

A diferencia de anteriores relevos, los nombramientos no dependerán exactamente de las investigaciones a cargo del FBI, el famoso vetting destinado a evitar descubrimientos escandalosos, sino de la comprobación de la lealtad personal al presidente mediante la sencilla indagación sobre la adhesión de los candidatos a los bulos trumpistas respecto al robo de las elecciones de 2020 y la inocencia de quienes asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021. Será admitido en el Gobierno quien siga aplaudiendo el comportamiento antidemocrático de Trump en 2021, exactamente lo que descalifican Biden y Harris con su impecable actitud democrática.

El pueblo no ha votado mal. Los ciudadanos nunca votan mal. No hay democracia cuando se condiciona su existencia al resultado que arrojen las urnas. No creen en ella quienes rechazan las dos reglas elementales de un relevo presidencial. Creen en el poder y en el dinero, que sirven para ganar elecciones, pero conducen al abuso de poder y a la corrupción del voto. La democracia exige fe, pero también esperanza: si no es esta vez, será la siguiente. Ambas derivan de la confianza en los ciudadanos, el pueblo, la gente, el sujeto de las primeras palabras de la Constitución de los Estados Unidos: ‘We the people’. Son los valores que dan sentido a la democracia y permiten mantener encendida la llama cuando tantos creen que se está apagando.

Harris recuperó con su campaña la esperanza y la alegría y con su discurso de aceptación de la derrota ha demostrado que no piensa perder ni una ni otra. A buen seguro que tiene muy asumidas las ideas de Vaclav Havel sobre la esperanza, que no es la creencia de que algo saldrá bien, sino la certeza de que las cosas, independientemente de cómo salgan, tienen sentido.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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