En la catástrofe, gestionar emociones
Es trascendental que junto a los primeros rescates, antes de rehabilitar calles, incluso antes de recuperar enseres y de los imprescindibles paquetes de ayudas, se establezca como primera tarea restaurar la confianza
Catástrofe es cuando se hunden las casas. Colapsan las comunicaciones. Mueren demasiados. Lo aprendemos y lo estamos masticando en Valencia. Sabemos ya que al ritmo de esos desastres concretos se desploma instantáneamente la confianza, huye la esperanza. Atención, no quedan en depósito, siquiera residual. Solo podemos intentar recuperarlas, pero será arduo, están a nivel cero.
Por eso es trascendental que junto a los primeros rescates de personas en peligro, antes de rehabilitar calles y trenes, incluso de recuperar enseres y utensilios, y de los imprescindibles paquetes de grandes ayudas, se establezca siempre como primera tarea restaurar la confianza. Sin ella, el aliento colectivo se malea y desmorona.
Más aún, hay que actuar colectivamente, y desde la autoridad pública, antes de que suceda lo peor. Parece obvio y casi nunca lo es: informar, alertar, explicar, orientar. Jamás mentir. No por prurito de transparencia, sino porque el conocimiento es requisito de la expectativa de solución, y de la creencia de que esta sociedad es habitable.
Agredidos por el temporal, los ciudadanos ignoran lo que va ocurriendo unos metros allá. Como el joven Stendhal contemplaba la batalla de Waterloo a ras de suelo, desde el trepidar de las cabalgaduras. La ausencia de alerta pública temprana les rompe unilateralmente el contrato de respeto al gobernante, y frecuentemente a todos los dirigentes.
Los pulsos competenciales y los complejos vericuetos de la gobernanza les traen al pairo, por opacos o carentes de interés. Entre otras razones por que les faltó durante largos días lo esencialísimo material, del agua y la comida a las medicinas y algo de luz: esas urgencias que solemos tener cubiertas y se las negamos colectivamente en el momento clave, por impericia, imprevisión o incapacidad.
Una gran crisis lo es porque todo en ella es urgente, difícil, importante y aparentemente indeslindable en prioridades escalonadas. Un Estado es una normativa, un esquema de gobierno, unos procedimientos para decidir, una caja de herramientas. Y sí. Para resolver catástrofes que desbordan al protagonismo privado, aún heroico y ejemplar. Es falso el dicterio de su ausencia en la escena pública de la dana, aunque haya sido demasiado mejorable.
Pero la nación, vista como el plebiscito cotidiano que pretendía Ernest Renan, necesitaba también otras cosas. Para no despeñarse a la mera y justa indignación o tropezar en populismos fantasiosos. Además de medidas de acierto inalcanzable en catástrofes exponenciales, requería sintonía con sus emociones angustiadas, acompañamiento, una cierta complicidad íntima de lo público.
¿Cuadratura del círculo? ¿Eterno dilema entre presencialidad excesiva y lejanía de una distancia prudente? Tuvo esa respuesta en la pandemia, día a día, mediante los partes y explicaciones oficiales (y la intermediación del mejor periodismo), y la obtuvo consigo misma en los balcones de la resistencia. Apenas, ahora.
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