Leire, Amaia y cuatro tíos
Vale que ellos son los compositores, los propietarios, los cerebros de La Oreja de Van Gogh, pero ella, ellas, son el alma y, sin alma, no hay paraíso
Nunca fui fan de La Oreja de Van Gogh. Su aparición estelar, en 1998, me pilló cumplidos los 30, una edad malísima para gestionar prejuicios. Demasiado vieja y resabiada para apreciar esas letras de chica conoce a chico bajando del tren y desde entonces lo quiere y lo adora y lo vuelve a querer. Demasiado joven y arrogante para no despreciar esas músicas que se te adherían al hipotálamo y no te quitabas ni con electrochoque. Demasiado soberbia, al menos, para admitir mi culpa. Porque, sí, confieso: ya entonces berreaba esas canciones en la intimidad de la ducha y el habitáculo del coche como quien se entrega a un placer solitario. Podía gustarte o repatearte, pero había que estar muerta en vida para no sentir el chorro de pasión y vulnerabilidad que soltaba por esa boca esa chica que se comía el micro, el escenario y a los cuatro tíos que tocaban detrás de ella. Se llama Amaia Montero. El resto es historia.
Se fue Amaia del nido queriendo volar sola, y, perdida, no acabó de hallar su ruta. Los chicos la sustituyeron ipso facto por Leire Martínez, quien, desde entonces, ha tenido que lidiar con la sombra de la ex fuera y dentro del grupo, como la Rebeca de Hitchcock en Manderley. Tres lustros después, el cuento se repite. Los chicos, ahora ya señores, acaban de comunicar, unilateralmente, que separan sus caminos de Leire. Solo ellos saben si se ha ido o la han invitado a irse por activa o por pasiva. Puede que todo sea un plan para que vuelva Amaia, ahora que vende. O que Leire se haya cansado de ser la otra sin que los suyos la defiendan. Personalmente, estoy menos con quienes ven el asunto como una pelea de divas, y más con quienes ven un cálculo de mercado de cuatro tíos. Ellos son los compositores, los propietarios, los cerebros del negocio. Pero ella, ellas, son el alma, y, sin alma, no hay paraíso. No creo que esta sea una historia de buenas y malos ni viceversa. Ninguna lo es del todo. Pero, en el proceso, se les ha visto las costuras. Y eso, en tiempos de comunicados de parte, maratones de entrevistas clónicas y dictadura de las relaciones públicas, es rock and roll del bueno.
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