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tribuna
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El cinismo de Podemos y el 15-M, como aviso

Los partidos que han ocupado La Moncloa durante seis años fueron a la manifestación de la vivienda a borrar su parte de responsabilidad

Desde la izquierda, las militantes de Podemos Irene Montero, Ione Belarra e Isa Serra se manifiestan el domingo en Madrid en favor del derecho a la vivienda.
Desde la izquierda, las militantes de Podemos Irene Montero, Ione Belarra e Isa Serra se manifiestan el domingo en Madrid en favor del derecho a la vivienda.Chema Moya (EFE)
Estefanía Molina

A Podemos se le ha ocurrido que la Fiesta Nacional del 12 de octubre pase a celebrarse el 15-M, a modo de exaltación de una presunta efeméride común. El cinismo se describe solo: ¿quién está mejor en España con respecto al año 2011? Tal vez hablen por ciertos miembros de su partido que en poco tiempo saltaron de las plazas al escaño, pero tantos otros jóvenes de entonces, adultos hoy, no han salido de su precaria posición. Al contrario: la manifestación por la vivienda ilustra que el 15-M solo sirvió para anestesiar el paulatino declive de la mayoría social en nuestro país, pero hay quien ha empezado a despertar con frustración.

Bastaba con escuchar las protestas en Madrid ante la subida de los alquileres: si hace 13 años la juventud se quejaba de que nunca podrían comprarse una vivienda, los de ahora se lamentaban por no poder ni arrendar la de su casero, aspirando como mucho a una habitación. Sin embargo, ese drama no es más que el resultado del hundimiento de la clase media a lo largo de las últimas décadas, por más que la agitación en la política española haya dado la sensación de un gran cambio social. Según datos del INE, entre 2008 y 2020 los salarios aumentaron un 14,99%, mientras que el IPC lo hizo un 13%; es decir, una subida mínima en términos reales, siendo incluso un cómputo previo a la pandemia y la guerra de Ucrania. Tanto es así, que desde que la inflación aprieta, muchas familias se han vuelto a empobrecer. La OCDE afirma que los salarios en España no han recuperado aún el nivel adquisitivo previo al coronavirus, mientras que el riesgo de pobreza está repuntando. Es decir, que entre 2008 y 2024 no se aprecia un despegue en el nivel de vida en los hogares, y todo ello, pese a que el Gobierno de Pedro Sánchez y la Unión Europea han sustituido las recetas de austeridad de la crisis financiera por el “escudo social”, el Ingreso Mínimo Vital o las subidas de salario mínimo.

Así que la izquierda tiene un problema: quienes salieron a protestar por la vivienda no eran soldados de la fachosfera, sino una parte de su base social que, entre estancada y precaria, agota sus últimas reservas de paciencia o ilusión por ir a mejor. La prueba está en cómo se afanaron los partidos PSOE, Podemos y Sumar a encabezar la manifestación. Clamaban contra Isabel Díaz Ayuso porque las comunidades son las que tienen competencias para hacer vivienda pública, pero en verdad, los partidos que han ocupado La Moncloa durante seis años fueron a borrar su parte de responsabilidad. No coló: Sumar y Podemos fueron muy criticados por su asistencia y recibieron hasta abucheos.

Cabe preguntarse si el trío de la izquierda está perdiendo pulso de la calle. Podemos, claramente, sí: ya solo están para heredar lo que quede de Sumar, olvidando que muchos veinteañeros no saben qué fue el 15-M porque eran niños entonces. Sumar acusa su desgaste como socio de la coalición: al ver el enfado en redes sociales se desmarcó del “bono alquiler”, pese a ser parte del acuerdo de Gobierno que suscribió con el PSOE. El presidente Sánchez apareció blandiendo esa medida el día después de la manifestación, ante una incredulidad generalizada: muchos economistas sostienen que, al disponer ciertos jóvenes de ese cheque, los caseros no verán problema en subirles el precio, agravando el problema.

Sin embargo, no será Sánchez el más perjudicado de los tres por el clima de queja con la vivienda: si el bipartidismo de PP y PSOE no muestra voluntad efectiva al respecto es porque asume que la paz social se sostiene hoy, aun con pinzas, a los lomos de garantizar el statu quo de quienes ya tienen algo. Como la brecha generacional ilustra, entre 2008 y 2022, los mayores de 65 a 74 años al menos mantuvieron sus niveles de riqueza, mientras que la de los jóvenes se desplomó. No es casual. A ello han contribuido políticas como la revalorización de las pensiones conforme al IPC, o la inacción ante el mercado del alquiler: muchos rentistas no son millonarios, sino clase media de antes, precisamente, porque reciben ese sueldo complementario. En cambio, demasiadas ayudas del Gobierno a la juventud acaban siendo estéticas, como el susodicho bono del alquiler o el pase Interrail. Y ello deja entrever la crudísima realidad de nuestro país: si en la crisis de austeridad muchas familias daban las gracias a la pensión del abuelo, porque les permitía sobrevivir frente a despidos y desahucios, hoy toda una vicepresidenta, como María Jesús Montero, asume que en verdad, los padres o abuelos no quieren las pensiones para ellos, sino para paliar la precariedad de sus hijos o nietos. Es decir, que la política descarga en los lazos familiares su fracaso frente a las nuevas generaciones.

En resumen, los nuevos indignados —jóvenes y no tanto— ya no tienen quien les represente, dado que ni Ione Belarra ni Yolanda Díaz son hoy capaces de metabolizar el malestar como antaño. “El Gobierno más rentista de la Historia”, que no progresista, escribió un grupo de chavales en su pancarta. El cinismo del Podemos del 15-M es solo un aviso: la izquierda a la izquierda del PSOE ya no es contestataria de nada, sino una simple comparsa folclórica frente a la latente indignación.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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