España se debe todavía una discusión sobre los toros
‘Tardes de soledad’, la película de Albert Serra ganadora en San Sebastián, ofrece la oportunidad de abrir un debate largamente postergado
No he visto Tardes de soledad y me temo que no podré verla como me gusta a mí ver las películas, sin ruido. No me importa que me revienten el final, aunque evito leer entrevistas y reseñas antes de abordar los libros y las películas. Saber quién es el asesino no arruina el disfrute, pero leer monsergas sobre el significado de una obra me agua la fiesta: no hay nada peor que tener una opinión sobre una película antes de verla.
Ya sé que no será posible con la película de Albert Serra. Habrá que ir al cine sabiendo demasiadas cosas y, lo que es peor, con una actitud militante. La sola decisión de ir al cine o quedarse en casa tendrá un sentido político en esta España donde ya no quedan gestos sin ideología. Esa será la gran prueba artística de Tardes de soledad: imponerse a las murmuraciones de unos y otros.
No es frecuente que una obra concebida desde la subjetividad radical y nacida de una fascinación íntima marque el paso de la discusión, pero ese debería ser el empeño primigenio del arte: conmover, inspirar reacciones viscerales —incluyendo las de los retratados, como ese Roca Rey que no se ha reconocido en la cámara de Serra; lo raro hubiera sido que lo hiciera— y desubicar al público, forzándole a palparse un cuerpo que se siente expuesto, desnudo y violentado. Nos hemos acostumbrado a que el arte intervenga en el mundo como una nota a pie de página, una ilustración o un comentario como los que hacemos los columnistas en los diarios, pero el arte no es una guarnición ni un adorno. El arte tiene la capacidad de provocar y desordenar los debates, borrando sus fronteras maniqueas y haciendo irrelevante estar a favor o en contra. Pocos artistas hacen uso de esa capacidad. Y aún menos consiguen que algo tiemble cuando se toman las libertades que les son propias.
España se debe un debate sobre los toros que aún no ha sucedido, y a este paso los toros van a desaparecer antes de que se produzca. El intercambio de insultos entre antitaurinos y taurinos no debería sustituir una conversación mucho más honda. No podemos pensar en España como si los toros no existiesen o no hubiesen existido. No podemos pasar de puntillas por algo tan abrumador, atávico y pasional, en el sentido más profundo del adjetivo. Sea cual sea nuestro lugar en la trinchera, desde el asco o desde el afecto, la cuestión merece muchísima más atención. Tardes de soledad ofrece una oportunidad única de abismarse en ella. Haríamos muy mal en desaprovecharla.
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