Para qué sirven los premios taurinos si nadie se preocupa de los verdaderos problemas del sector
La supresión del Premio Nacional de Tauromaquia ha levantado un revuelo que oculta la situación real de la fiesta de los toros
¿Para qué sirven los premios taurinos? Generalmente, para justificar la existencia de una peña, publicitar una marca comercial, para gloria de los políticos que solo conocen de los toros la gratuidad y la incomodidad de los callejones, y, también, cómo no, para reconocer el triunfo legítimo de un torero o un toro.
Pero un premio no es un elemento trascendental en la tauromaquia; por eso, el revuelo creado a raíz de la eliminación del que concedía el Ministerio de Cultura responde, sobre todo, a un lógico enfado por el evidente afán de fastidiar de quien ha tomado la decisión, pero no más. Y sí debiera preocupar sobremanera que hayan surgido organizaciones privadas y públicas dispuestas a dar más premios, como si ese fuera el gran problema de la fiesta de los toros de 2024.
Cuando el presidente del Gobierno nombró a Ernest Urtasun ministro de Cultura conocía que este era un enemigo declarado de la tauromaquia y que, tarde o temprano, adoptaría alguna decisión, dentro de sus competencias, que le ofreciera notoriedad como antitaurino ante los suyos y los aficionados.
Y como Cultura manda poco en los toros -todo lo referente al sector está en manos de las Comunidades Autónomas excepto el registro de profesionales y las estadísticas anuales- el ministro decidió no incluir a ningún taurino en las Medallas a las Bellas Artes y suprimir el Premio Nacional de Tauromaquia.
El 29 de mayo, PP y PSOE compitieron en elogios a los toros en el Senado, y el pasado miércoles el partido del Gobierno votó en contra de que se restituya el premio nacional en el Congreso
Se supone que el ministro imaginaba que su medida haría temblar el sector, que este reaccionaría con innumerables comunicados de repulsa y que resurgirían por aquí y allá galardones similares para tratar de restituir el honor mancillado. Lo que, quizá, no sospechaba es que su ataque haría brotar una sentimiento de rebeldía y alargaría las colas en las taquillas de las plazas.
Pero todo ello no es más que la coyuntura pasajera provocada por un ministro, efímero también, que un día quedará en el olvido, y llegará otro, también olvidable, que repondrá los premios suprimidos.
Incluso pudiera ser temporal esta afluencia desmedida de espectadores a las plazas de Sevilla y Madrid, y que, pasado algún tiempo, se desinfle el globo de la euforia provocada por las actuales circunstancias políticas.
Pero la supresión del Premio Nacional de Tauromaquia ha provocado un tsunami que ha llegado a altas instancias institucionales como el Senado y la Asamblea de la Comunidad de Madrid.
El pasado 29 de mayo, en plena Feria de San Isidro, los dos grandes partidos nacionales PP y PSOE, se ensartaron en la Cámara Alta en un encendido debate promovido por los populares para pedir al Gobierno que restablezca el premio eliminado. Y los representantes de ambas formaciones defendieron la tauromaquia como si a ellos -a sus partidos- les importara de verdad.
“Estamos ante un nuevo ataque a la fiesta nacional por una decisión sectaria que impone la censura sin otro argumento ni fundamento que el puramente ideológico. Un grave ataque que, además, proviene de una institución que es el ministerio de Cultura”, criticó el senador del PP Juan Manuel Ávila, quien aportó, además, numerosos datos que avalan a su juicio el potencial económico, laboral y turístico de los espectáculos taurinos.
“El PSOE aclara, anuncia y determina que no solamente respeta la tauromaquia, sino que, como legalmente se recoge en el ordenamiento jurídico, la vamos a seguir ayudando y manteniendo”, afirmó el socialista Alfonso Moscoso.
“Como senador y como alcalde taurino”, añadió, “defiendo la tauromaquia no solo como un espectáculo, como un arte, sino como un rito cargado de un fuerte sentido simbólico en el que concluyen valores estéticos, la armonía, el equilibrio, el color y la técnica, que ofrece un momento único de arte e inspiración y que convierten la fiesta en un elemento cultural, artístico, de valor patrimonial, que trasciende el propio valor del toro”.
Y los dos, Ávila y Moscoso, se quedaron tan panchos. Pero los dos saben que lo suyo fue puro teatro. Populares y socialistas tienen demostrado que los toros no les interesan más que como reclamo electoral en aquellas circunscripciones locales, provinciales o regionales donde la tauromaquia cuenta con arraigo.
El Partido Popular aprobó la ley de la tauromaquia como patrimonio cultural en 2013 y nunca movió un dedo para ponerla en marcha; el PSOE jamás ha votado a favor de una propuesta taurina ni en el Congreso ni en el Senado. Incluso el pasado 29 de mayo, después de esa declaración amorosa del señor Moscoso, el Grupo Socialista volvió a abstenerse, como es su costumbre. Es decir, palabras huecas y papel mojado.
Pero si quedaba alguna duda sobre la ambigüedad taurina del PSOE, este miércoles pasado, en el Congreso de los Diputados, votó en contra de una proposición no de ley que perseguía el mismo objetivo, el restablecimiento del premio eliminado. El 29 de mayo, abstención, y el 26 de junio, voto en contra.
Entre los muchos galardones que se conceden, los políticos de todo signo y la Fundación Toro de Lidia, nadie parece dispuesto a coger el toro por los cuernos
Y el pasado día 19, Victorino Martín, presidente de la Fundación Toro de Lidia (FTL), acudió a la Asamblea de Madrid para hablar sobre el asunto del premio eliminado, y se extendió sobre el carácter cultural de la fiesta y el animalismo, que es el tema preferido de esta organización.
“En España vemos a las claras que, aunque se utiliza la causa animal como bandera para tratar de prohibir los toros, no son realmente los animales lo que preocupa; son solo los toros precisamente por su carácter cultural y simbólico”, afirmó.
“En el mundo entero, España son los toros, y los toros representan a España”, continuó; “por ese motivo, quienes pretenden acabar con una España enraizada en su historia, heredera de sus valores y de sus tradiciones, unida desde su diversidad, han puesto entre sus objetivos principales acabar con la tauromaquia”.
Llama la atención que, entre los muchos que conceden premios taurinos y los que están dispuestos a concederlos para llevar la contraria al ministro, los políticos de todo signo y la Fundación Toro de Lidia, nadie parece dispuesto a coger el toro por los cuernos, analizar la situación real de la fiesta, elaborar un libro blanco sobre la misma, establecer un plan de medidas urgentes e imprescindibles y presionar a las administraciones públicas para que defiendan y promuevan la fiesta de los toros.
Si la preocupación prioritaria es conceder galardones, lanzar peroratas e insistir sobre el animalismo, llegará el día en el que ese público festivo y triunfalista de hoy busque la diversión en otro espectáculo más dinámico, moderno e interesante. Porque es evidente que la tauromaquia necesita una profunda renovación normativa (la reciente Feria de San Isidro ha demostrado que el Reglamento Taurino Nacional de 1996 está obsoleto en no pocos aspectos) y una adaptación a los nuevos tiempos sin olvidar la recuperación del toro como protagonista esencial, la búsqueda de la pureza y la exigencia de una lidia íntegra y emocionante.
Todo lo demás, incluidos los premios, son elementos pasajeros con escasas perspectivas de futuro.
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