_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Kamala Harris en el café triste

A la candidata demócrata le toca convencer ahora a los votantes que han quedado marginados del sueño americano

Kamala Harris, después de participar en Johnstown, Pensilvania, en una ceremonia para conmemorar los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Kamala Harris, después de participar en Johnstown, Pensilvania, en una ceremonia para conmemorar los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.Elizabeth Frantz (REUTERS)
José Andrés Rojo

La cuestión sería saber cómo vieron el debate entre Kamala Harris y Donald Trump los habitantes de esos pueblos y ciudades de los Estados que van a ser decisivos a la hora de inclinar la balanza por una u otro en las elecciones de noviembre: Pensilvania, Wisconsin, Míchigan, Nevada, Arizona, Georgia y Carolina del Norte. Los analistas y los creadores de opinión le dieron la victoria a Harris: se movió con más desenvoltura, sacó de quicio a su rival, acudió a la cita mucho más preparada, se lo tomó en serio y se explicó bien. También la encuesta que realizó la CNN entre los votantes registrados consideró que lo había hecho mejor la actual vicepresidenta, el 63%, que el expresidente, el 37%. Trump dijo algunos disparates muy notables, como ese de los inmigrantes que se comen a los perros, los gatos y las mascotas de los estadounidenses. Son argumentos —si pueden llamarse argumentos— que producen risa. Y Kamala Harris se rió. El problema podría ser que en algunos lugares se interpretara que se estaba riendo de su rival, y no de sus ocurrencias, y le atribuyeran un exceso de suficiencia.

Es difícil saber los resortes que terminan por inclinar el voto de la gente. Todavía queda un trecho largo para que se pongan las urnas y a Kamala Harris le toca la ardua tarea de seducir a aquellos que aún no han caído en la retórica trumpista del héroe que va a salvar a los que han sido empujados por las élites a la ruina.

A principios de los cincuenta, Carson McCullers publicó La balada del café triste (Seix Barral), que se desarrolla en un pueblo de Georgia “solitario y triste” y que está “como perdido y olvidado del resto del mundo”. Hay unas cuantas casas, una fábrica que da trabajo a buena parte de sus habitantes, y casi siempre no hay nada que hacer. “Los inviernos son cortos y crudos y los veranos blancos de luz y de un calor rabioso”. Carson McCullers cuenta la historia de Miss Amelia, del jorobado primo Lymon, del tóxico Marvin Macy y también, como telón de fondo, del puñado de personas que los rodean. Un día, y de una manera casual —se abrieron algunas botellas y un par de cajas de galletas y se compartieron con los que estaban allí—, el almacén de Miss Amelia dio el primer paso para convertirse en un café. Y Carson McCullers explica que aquel lugar terminó por ser “el punto central y cálido del pueblo”.

“Pero no era sólo el calor, los adornos y la iluminación los que hacían al café tan precioso para el pueblo; había una razón más honda”, escribe. “Y aquella razón estaba relacionada con cierto orgullo que hasta entonces no se había conocido por aquí. Para comprender este nuevo orgullo hay que tener en cuenta el poco valor de la vida humana”. Y la escritora se refiere entonces a que, en ese rincón olvidado de Estados Unidos, “la vida llegaba a convertirse en una larga y turbia lucha para conseguir lo necesario para mantenerse vivos”. Y añade después: “Cuántas veces, después de haber estado uno sudando y esforzándose, y al ver que las cosas no se le arreglan, se le mete a uno en el fondo del alma el sentimiento de que no vale gran cosa”.

El caso es que aquel café les dio a esos seres indefensos y abandonados un poco de compañía y ese “cierto orgullo” del que habla Carson McCullers. A Kamala Harris le toca ahora, para ganar en esos lugares desvalidos de su país, devolverles a sus habitantes el orgullo que han perdido. Y llegar a ellos consiguiendo ser más convincente que las formulas simplistas y demagógicas del magnate Donald Trump.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_