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Columna
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Duro con el débil

No paran de surgir líderes cuya única dialéctica es la de insultar a quien no se puede defender. Se conoce como ventajismo y les funciona porque sobre los inmigrantes pesa un silencio social

Dos migrantes se consuelan mutuamente tras la travesía, en Lanzarote.
Dos migrantes se consuelan mutuamente tras la travesía, en Lanzarote.Adriel Perdomo (EFE)
David Trueba

El principio de Pascal aplica al discurso migratorio. Ya en el siglo XVII demostró que la presión que se ejerce sobre un líquido se transmite íntegramente y con la misma intensidad en todas direcciones, lo cual nos obliga a entender que los flujos migratorios nacen de una presión en origen que se traslada al destino. Algo tan obvio y apaciguador es negado de manera terca por nuestros políticos, que llevan meses enfangados en una riña en la que su única misión parece ser la de seguir engañando a los queridos niños para que los voten a la espera de la mágica solución que no llega. También sabemos que la valla y el mar funcionan como alternativa de llegada, a más dureza en un enclave más desembarcos por el otro. La matanza de migrantes en Melilla, por la que se pasó sin depurar responsabilidades, aún resuena y lleva a las rutas marítimas, incluso a nado, a los desesperados por llegar. Lo que no sabemos, a estas alturas, es cuánta paciencia cabe en el cuerpo de una persona. Porque en los últimos tiempos hemos oído encadenadas tantas descalificaciones hacia los inmigrantes que lo sorprendente es que no hayan saltado ya a callar unas cuantas bocas.

Elegidos como los débiles en la representación de la política de los fuertes, no paran de surgir líderes cuya única dialéctica es la de insultar a quien no se puede defender. Se conoce como ventajismo y les funciona porque sobre los inmigrantes pesa un silencio social. No se les oye y mira que hay micros repartidos por las calles para llenar los noticiarios con lo que opina la gente del calor en verano y del frío en invierno. Por ahora los inmigrantes lo han aguantado todo. Incluso un señor muy serio dijo en el Parlamento que habría que mandar buques de la marina contra los cayucos. Hombre, puesto a eso, es más práctico mandar los Geo a los centros de acogida. Hasta por sus físicos se les insulta. Es la única ocasión en que se ha oído faltar al respeto a alguien por tener cuerpo de gimnasio. Y eso en un país en el que ir al gimnasio se ha convertido en obligatorio. También se les insulta por lo bien que les queda la ropa deportiva. No es raro que en estadios de fútbol un reducido grupo de varones a los que les sienta muy mal el chándal se asocien para insultar a algún joven guapísimo que ellos consideran extranjero porque no se les parece.

La mayoría de los españoles ya saben lo que es un inmigrante. Los cruzan por el barrio y conocen las labores que desempeñan cuando tienen papeles para poder trabajar. Incluso en la residencia geriátrica se les puede ver rotando entre contrato precario y contrato precario. Y si tienes un negocio serio los necesitas ya sea para colgar la ferralla como para brincar bajo el invernadero. Olvidamos que las fronteras dibujadas en los mapas son poco más que líneas imaginarias sostenidas con gasto militar y tecnología para frenar la libertad de movimientos. Porque lo de libertad carajo, claro, no va con ellos. Todo el mundo sabe que la inmigración masiva y sin control es algo que se debe evitar, pero el insulto al inmigrante se ha convertido en ese escaloncito diferencial que distingue a los blandos de los duros. Ahora se llevan los duros de boquilla. Es feo que la importancia del inmigrante en el desarrollo económico de nuestros países y su valor en el equilibrio de la pirámide poblacional sean la única razón para frenar los insultos. Faltarles al respeto se ha convertido en rutina. Hasta que se harten.

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