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Tribuna
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La posibilidad de un ‘tamayazo’ emocional en Cataluña

Puigdemont, que es a ERC lo que los molinos al Quijote, no vuelve para acercar al país a la independencia ni para ser investido. Vuelve para intentar que no muera jamás la depresión política catalana

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, durante un acto en el sur de Francia.
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, durante un acto en el sur de Francia.David Borrat (EFE)

Un país políticamente deprimido es mucho más que la suma de las depresiones políticas de cada uno de sus habitantes. O, según como se mire, mucho menos. Cataluña vive sumida en una depresión política desde hace al menos 10 años. Y pocas cosas proporcionan un placer más inmediato, en medio de la gran nada que es una depresión, que la adrenalina. Así que hay que provocar episodios extraordinariamente emocionantes, a poder ser épicos, para liberar adrenalina a raudales.

Esto es lo que ha ocurrido en la Cataluña independentista la última década. Idear manifestaciones descomunales y obtener de ellas imágenes vibrantes que puedas exportar a todo el mundo. Realizar votaciones entre muy pocas personas cuyo resultado sería irreversible para el destino de un país. Hacer historia tantas veces como la historia lo permita y, si no, peor para la historia. Reconocerse entre las luchas que han dado los pueblos más oprimidos los dos últimos siglos. Pergeñar sesiones parlamentarias de retórica inflamada. Racionalizar el discurso de los fanáticos. Convertir a los adversarios políticos en enemigos demoníacos. O eliminar de la ecuación a los antihéroes. Se trataba de experimentar un éxtasis tan sublime que la única opción aceptable, tras el consecuente bajón, consistía en forzar las situaciones para volver a experimentarlo.

El independentismo ha confundido la adrenalina con la independencia. Han creído que cuanto más emocionante fuera todo, que cuanto más frecuente fuera el subidón, más cerca se estaba de la independencia. Sin embargo, el estado mental adrenalínico no conduce a ningún lugar; es un fin en sí mismo. Así como el estrés laboral no hace que cumplas los objetivos de trabajo que te marcaron, la adrenalina política tampoco hace que te acerques a ninguno de los objetivos políticos a los que aspiras. El proceso independentista fue el ciclo político de la adrenalina, el ciclo político de la depresión.

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Una parte mayoritaria de ERC, por una combinación de razones —algunas instrumentales, otras no—, tomó la decisión hace un tiempo de intentar salir del ciclo político de la adrenalina. Negociaba con el Gobierno central, hacía valer sus intereses y asumía que el improbable proyecto de la independencia de Cataluña requería un enfoque distinto del de los últimos 10 años. Con la misma voluntad de liberarse de la depresión, llegó a un preacuerdo hace unos días con el PSC para investir a Salvador Illa como presidente de la Generalitat. La consulta entre sus bases para refrendar el preacuerdo podía haber sido un normal episodio de democracia participativa. Pero una parte del independentismo, en su eterna luna de miel con la depresión política, decidió convertirla en otro hecho trascendental para la historia de Cataluña. ¿Cómo iban a hacer presidente —se alegaba— al miembro más españolista del PSC? ¿Cómo iban a entregar la Generalitat, en fin, a España? Así que la consulta se convirtió en un nuevo episodio adrenalínico del que todo el mundo debía estar pendiente desde el sofá, móvil en mano. Una vez terminado ese momento, el independentismo depresivo buscó, en las inminentes sesiones de investidura, el siguiente episodio adrenalínico. Y va a poner toda la carne en el asador.

Carles Puigdemont —que es a ERC lo que los molinos al Quijote— retornará a Cataluña para la investidura de Illa y se expondrá a ser detenido por los cargos que, hasta el momento, la judicatura considera que no quedan amparados por la amnistía. ¿Pero para qué vuelve en realidad Puigdemont? No vuelve para acercar a Cataluña a la independencia, tampoco para ser investido como presidente o para actuar como jefe de la oposición. No. Puigdemont vuelve para intentar que no muera jamás la depresión política de Cataluña. Puigdemont vuelve para liberar una dosis descomunal de adrenalina. No tiene ninguna finalidad política. Sólo la voluntad de perpetuar una melancolía patológica en la política catalana.

Tras saberse el resultado de la consulta entre las bases de ERC, Puigdemont escribió que había preferido esperar a pronunciarse después de la consulta para que no se le pudiera acusar de hacer chantaje emocional a ERC. Sin solución de continuidad, procedía en el mismo texto a sostener que la decisión de ERC de investir a Illa en el Parlament hacía posible que lo detuvieran a él mismo. Es decir, responsabilizaba a ERC de su potencial ingreso en prisión. Es posible que esta retorcida declaración de Puigdemont constituya la Capilla Sixtina del chantaje emocional. La pregunta es: ¿hay algún diputado de ERC en el Parlament susceptible de caer fulminado por la belleza de semejante obra maestra de la inmoralidad? Todo parece indicar que Puigdemont cree que hay al menos un Eduardo Tamayo —uno de los dos diputados del PSOE que en 2003 impidió la investidura del candidato socialista a la Comunidad de Madrid y en (des)honor al cual se acuñó la maravillosa expresión “tamayazo”— entre las filas de ERC. Así que está poniendo todo su empeño en lograr algo inaudito: un tamayazo emocional.

Y es que lo último que querría un prócer que declaró la independencia de su país para suspenderla exactamente al cabo de ocho segundos es que el ciclo político de la depresión y la adrenalina se terminara.

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