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TRIBUNA
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El sueño olímpico de las niñas

Muchas cosas han cambiado estos años a mejor para el deporte femenino en España, un avance que ha ido dejando atrás tanto desdén pasado

Tribuna Theresa Zabell JJOO
sr.García

Estamos disfrutando estos días de ver competir a una gran generación de deportistas españolas en los Juegos Olímpicos de París. El interés y el reconocimiento público de las deportistas ha cambiado mucho desde que las mujeres ganamos las primeras medallas en 1992. Gracias a eso, las niñas tendrán referentes que les impulsen a soñar con participar en unos Juegos e incluso ganar una medalla con un apoyo a sus carreras que nosotras no tuvimos. Mi experiencia personal puede servir como punto de comparación de lo mucho que hemos avanzado en estas décadas.

Cuando un deportista sube a un podio olímpico, suele haber una mención a cuatro años de trabajo, esfuerzo y sacrificio. En mi caso, fueron muchísimos más. A los 11 años, descubrí los Juegos Olímpicos a través de la televisión y me enamoré de golpe. Esa tarde, entendí lo que quería conseguir en la vida, que no era más que poder formar parte del equipo olímpico español. Como el resultado final es conocido, podría parecer dicho y hecho, pero nada más lejos de la realidad. El camino resultó largo y lleno de piedras.

A los 15 años, gané mi primer campeonato de España y, mientras mis compañeros (chicos) fueron acompañados y financiados por la Federación Española de Vela para el campeonato del mundo del tipo de barco en el que navegábamos, yo me volví a mi casa. Daba por hecho que no había campeonato para nosotras y mi sorpresa fue máxima cuando, unos meses más tarde, cayó en mis manos un periódico dedicado a la náutica, llamado Nautic Press, y después de leer con mucho interés los periplos de mis compañeros, vi un pequeño párrafo que rezaba: “El campeonato femenino lo ganó la sueca Marit Söderström”. Me pregunté por qué si había campeonato también para nosotras, yo no había ido y decidí interpelar a los dirigentes de mi club, quienes me contestaron que las chicas no íbamos porque no había dinero para costearlo.

Con la inocencia característica de una niña de 15 años, decidí recaudar fondos para poder acudir al mundial del año siguiente. Lavaba los coches de los vecinos, daba clases particulares y cuidaba a muchos niños para ir haciendo mi hucha y ello, además de la ayuda de los dirigentes de mi club, hizo posible que en 1981 participara en mi primer campeonato del mundo en Hoorn (Países Bajos). Esa misma escena se repitió los siguientes cuatro años, durante los que fui cogiendo experiencia y escalando en la clasificación para situarme entre las 10 primeras.

Seguí también por televisión los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 y disfruté de lo lindo de la medalla de oro conseguida por los regatistas Luis Doreste y Roberto Molina. Nosotras aún no estábamos invitadas a participar.

Poco tiempo después, la situación cambió. El Comité Olímpico Internacional y su presidente, Juan Antonio Samaranch, instó a las federaciones internacionales a incluir eventos para mujeres en los siguientes Juegos, y la vela, al igual que otros muchos deportes, pasó a tener una medalla para nosotras. Mi sueño de niña ya tenía una fecha y pasó a convertirse en un objetivo.

Tan poca era la experiencia de los dirigentes deportivos en temas de deporte femenino que eligieron para nosotras el mismo barco en el que navegaban los chicos, el 470, en el que el peso ideal de la tripulación estaba en torno a los 135-140 kilos entre las dos personas. Evidentemente, nosotras no llegábamos al peso óptimo, y tampoco teníamos la fuerza necesaria, pero todas las chicas en diferentes partes del mundo nos lanzamos a probar suerte.

Para poder costearme mi primer 470, conseguí la ayuda de un empresario local a través del Ayuntamiento de Fuengirola y partí rumbo a Barcelona, donde estaba el nivel, ya que allí vivían los chicos del equipo. No había plaza en la residencia Blume, y al llegar me dijeron que solo podía quedarme unos días. Me quedé casi tres años en una cama supletoria. Mi presupuesto tampoco me daba para otras opciones.

Llega la selección para Seúl 88, los que tenían que haber sido mis primeros Juegos, y Sara Yllera y yo habíamos escalado en el ranking. Rozamos el podio en los campeonatos de Europa y del mundo, los astros no se alinearon, y éramos una opción sólida de medalla. Sin embargo, cuando salió la lista de deportistas convocados —siete embarcaciones para hombres, una sola para mujeres— no se habían incluido nuestros nombres. La decepción fue máxima y la incredulidad aún mayor al ver que ni siquiera se mencionaba en los medios de comunicación. Casi no se hablaba de nosotras y eso no era ninguna excepción.

Superado el bache, volví a la carga más fuerte que antes y decidida a darlo todo y más. Para poder costearme un piso compartido de alquiler, además de la preparación olímpica decidí probar con barcos más grandes, al igual que habían hecho mis compañeros, y tuve la suerte de que un armador confiase en mí. Éramos 12 en el barco y ocupaba el puesto de patrón, algo jamás visto hasta la fecha. Tal fue la sensación, que cuando se hablaba de nuestro equipo los titulares rezaban “Una mujer al mando” o algo similar. Fue una puerta que se abrió y que no se ha vuelto a cerrar.

Cuando estás inmersa en una carrera deportiva, con un objetivo tan retador como ganar una medalla olímpica, no te paras a analizar si recibes más o menos cobertura de los medios de comunicación. Sin embargo, luché mucho durante mi etapa de competición por la presencia de la mujer en las diferentes pruebas y después por diferentes aspectos, como la cobertura mediática y los puestos de responsabilidad dentro del deporte.

Siempre me he preguntado por qué, a pesar de haber ganado dos medallas de oro olímpicas y cinco campeonatos del mundo, entre otros títulos, nunca he protagonizado la portada de un periódico deportivo. Tuve la ocasión, pasado un tiempo, de hacerle esa pregunta al director de uno de ellos y me contestó que con una mujer en el centro de una portada las ventas bajarían. Por suerte, hemos avanzado y la situación ha cambiado. Carolina Marín, Mireia Belmonte, Lidia Valentín o la selección femenina de fútbol, entre otras, sí han ocupado ese lugar privilegiado, además de tener la cobertura mediática de la que nosotras no gozamos.

Son muchas más las cosas que han cambiado a mejor para el deporte femenino en España. Desde los años setenta y ochenta se ha ido normalizado poco a poco la situación. Una chica ahora no solo tiene derecho a soñar con acudir a los Juegos Olímpicos o al Mundial de fútbol, entre otras cosas, sino que tiene derecho a que la apoyemos, dadas las necesidades vitales de una mujer con respecto a un hombre. La preparación física está adaptada a su fisionomía, el apoyo psicológico es el más adecuado a sus necesidades y la baja por maternidad se adapta a una persona que necesita tiempo para recuperar la forma física y mental anterior

Sin duda, hemos avanzado. Las mujeres ya no somos las que, según el barón Pierre de Coubertin, teníamos que acudir a los Juegos para aplaudir a los hombres. Ahora vamos para recibir los aplausos de toda la sociedad por nuestras hazañas deportivas en el terreno de juego.

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