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Columna
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Gerontofobia y parodia

Antes la autoridad se emparentaba con la experiencia. Ahora vivimos tiempos de renovación tecnológica y parece que hay que sustituir a las personas al primer signo de obsolescencia

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pronuncia un discurso a la nación desde el Despacho Oval de la Casa Blanca en Washington (Estados Unidos), el pasado 14 de julio.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pronuncia un discurso a la nación desde el Despacho Oval de la Casa Blanca en Washington (Estados Unidos), el pasado 14 de julio.Erin Schaff (via REUTERS)
David Trueba

Odiar a los viejos es odiarse a uno mismo. Pero vivimos bajo un estado de ánimo en el que es habitual que nos autolesionemos como expresión más extrema de insatisfacción. Sucede con esos jóvenes que se niegan a sí mismos el verse hoy como lo que serán mañana. Actúan como si pagar impuestos para mantener pensiones y salud fuera un sacrificio innecesario. Se empadronan en Andorra como si allí repartieran el elixir de la eterna juventud que en Zamora no encuentran. Incluso en las democracias, la libertad de elección se utiliza para elegir personas autoritarias y reducir los derechos. Ya se entiende que las revistas de moda y belleza no estén sustentadas en portadas y reportajes sobre ancianos vestidos a la última. Quizá se entiende menos que la actualidad cultural y artística comparta esta fobia por lo que supuestamente no retrata bien. En un tiempo no muy lejano la autoridad y la sabiduría se emparentaban con la experiencia y el conocimiento. Como vivimos tiempos de renovación tecnológica, pareciera que las personas también tuvieran que sustituirse al primer signo de obsolescencia.

Les supongo enterados del escándalo dentro de las filas de ERC. Durante la precampaña electoral por la alcaldía de Barcelona, su candidato oficial, Ernest Maragall, fue ridiculizado con una pegada de carteles en la que se le veía junto a su hermano, el antiguo alcalde Pasqual, y bajo el lema: Fuera el Alzheimer de Barcelona. Se ha sabido que los carteles formaban parte de una acción impulsada desde dentro de las propias filas del partido. En este caso no se afeaba ninguna enfermedad del candidato, pues era su hermano el que la padecía, sino tan solo se le descalificaba por su edad. En Estados Unidos, tras el atentado fallido contra Trump que le ha disparado, literalmente, en las encuestas, se puso tan en duda al presidente demócrata Joe Biden que finalmente ha cedido a las presiones y no se presentará a la reelección. Empezó diciendo que no se retiraría de la carrera presidencial salvo que se lo pidiera Dios todopoderoso. Pues bien, ya sabemos que la presión de los compañeros de partido, las donaciones de campaña y el fragor mediático son el equivalente a Dios todopoderoso.

Si su vicepresidenta Kamala Harris, como sería lógico, accede al puesto de candidata, la propia narrativa mediática tendrá que ser capaz de darle opciones de triunfo. Para ello necesitará un grado mayor de popularidad del que solo puede dotarle la parodia. Maya Rudolph es la cómica de Saturday Night Live que la imita a menudo, tratándola como una especie de tieta divertida y vitalista. Necesitará más gasolina en la parodia. Vamos a ver funcionar toda la maquinaria necesaria para convertir en tres meses a quien se consideraba invisible e inservible en alguien capaz y dotado. Del mismo modo en que hemos visto en una semana destruir a un hombre. El presidente Biden tenía los defectos de la vejez. Tropezaba en escaleras, se quedaba suspendido como una red de wifi, confundía nombres y fechas, pero hasta ahora no parecía confundir el bien del mal. Para sobrevivir en la competición hubiera necesitado alguno de los defectos de la juventud. La egolatría, el adanismo, la saña, la competitividad, cierta indolencia. Realmente en las competiciones de hoy, los ancianos parten con todas las desventajas. Si la vida ya es cruel de por sí, nosotros la hacemos un poco más despiadada. Diviértanse mientras puedan.

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