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tribuna
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Maquiavelo en Washington

La retirada de la candidatura de Biden puede ser un golpe de la fortuna que los demócratas deben saber aprovechar

Joe Biden, embarcando en el Air Force One en la base de Andrews.
Joe Biden, embarcando en el Air Force One en la base de Andrews.Cliff Owen (AP)
Daniel Innerarity

Decía Maquiavelo que un elemento fundamental de la política era la fortuna y esta idea la hemos interpretado muy mal, como si nos dejara al pairo de los acontecimientos, esperando sin más a la buena suerte, cuando de lo que se trata es de seducirla. Nadie dijo que la política fuera fácil y menos en los entornos políticos tan endiabladamente cambiantes, con crisis encadenadas e imprevisibles en los que vivimos. Se afirma que lo más importante en la política es el control del tiempo, pero eso no significa que sea un recurso del que podamos disponer soberanamente cuando intervienen tantos actores con intereses muy diversos e irrumpen giros inesperados que desbaratan toda estrategia. Cualquier acción (también las que tienen un claro propósito y obedecen a una pensada planificación) tiene lugar en un alocado entorno de efectos secundarios, de manera que puede uno estar seguro de que el resultado será diferente e incluso el contrario del que había previsto.

Como consejero de príncipes, Maquiavelo en Washington estaría hoy muy perdido. El embrollo no podía ser más complicado para cualquier estratega: un Partido Republicano en manos de un candidato enloquecido, un Partido Demócrata atado por sus compromisos a un candidato senil, un atentado a Trump cuyo impacto silencia cualquier otro tema y todo en medio de una polarización extrema que parece haber reducido dramáticamente las posibilidades de hablar de otra cosa que no sea de Trump, da igual si como héroe o villano. Trump no necesita nada más cuando el centro de atención no está en lo que dice o pretende hacer sino en lo que le pasó o pudo pasar en Butler, mientras que lo hecho por Biden durante este mandato queda en un segundo plano y la opinión pública solo se fija en sus deslices verbales.

Con motivo del atentado se dispararon las apuestas de que aquello sentenciaba la campaña. Entrenado en las situaciones más adversas, Maquiavelo volvería a aconsejar a los demócratas que no lo dieran todo por perdido y trataran de convertir esa fatalidad en una oportunidad. No está tan claro que el atentado vaya a catapultar a Trump a la Casa Blanca; todo depende del uso que haga de él y conociendo al personaje es muy posible que cometa errores de gestión, que lo instrumentalice en exceso. También los demócratas pueden hacer algo en medio de esta situación desfavorable y argumentar, por ejemplo, que la retórica incendiaria y despectiva de Trump es el caldo de cultivo para una violencia que solo ellos pueden apaciguar.

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La retirada de la candidatura de Biden puede ser un golpe de la fortuna que los demócratas deben saber aprovechar. Su resistencia a retirarse ha sido un regalo inesperado a los demócratas. Para entenderlo así puede ser útil pensar qué habría pasado si el orden de los acontecimientos hubiera sido distinto. Si Biden se hubiera retirado antes del atentado de Trump, el intento de magnicidio habría silenciado completamente la candidatura alternativa de Harris. Pese a la difícil situación en la que se encuentra el Partido Demócrata, ha ocurrido lo mejor que podía suceder: que el orden de los acontecimientos sea ahora el más favorable para ellos, es decir, resistencia de Biden, atentado contra Trump, retirada de Biden, designación de Harris como candidata demócrata. Sabemos que en una campaña electoral lo fundamental es que se hable de uno y, en este caso, la atención informativa y el debate va a girar en torno a qué significa que haya una mujer negra con posibilidades de acceder a la Presidencia de los Estados Unidos. Aunque no ganara en las elecciones de noviembre, podría evitar que los republicanos tuvieran mayoría en las dos Cámaras.

Su éxito es improbable, pero más probable era el fracaso de Biden y de eso ya no se habla. Los cálculos políticos son siempre muy inexactos. No hay un actor omnisciente que pueda calcular todo esto en su propio beneficio, sino una multitud de actores que intervienen en este torbellino endiablado de la política, más caótico hoy que nunca, para conseguir que la fortuna les sonría en el momento oportuno. No olvidemos que la mayoría de quienes lo están intentando obtendrán un rotundo fracaso. La casualidad está más presente en la política de lo que nos resulta soportable y por eso alivia ese malestar el recurso a las teorías conspiratorias o a la Providencia (poco divina aquí, porque al parecer beneficia a unos y no a otros). En cualquier caso, el escenario en política es siempre más endiablado que divino.

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