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Con un solo caballo, vaya carrera

Si los demócratas no son capaces de reaccionar, los electores deberán elegir entre un presidente decente pero decrépito y un delincuente convicto, amoral y lunático

debate presidencial estados unidos
Un momento del debate televisado entre Joe Biden y Donald Trump.Brian Snyder (REUTERS)
Lluís Bassets

Eso ya no es una campaña electoral. El deterioro físico y mental de Joe Biden ha quedado expuesto a la vista de todos en el primer debate. Ningún mérito corresponde a Donald Trump ni a sus previsibles pero cada vez más monstruosas mentiras. El actual presidente fue hundiéndose por sí solo y nada tuvo que hacer su rival, ese criminal convicto que confunde adrede el aborto con el infanticidio.

No es un accidente ni un fallo que permita algún milagroso remedio, como la súbita resurrección ensayada al día siguiente. El desgaste de la edad hace de Biden un presidente incapaz de enfrentarse a sus responsabilidades actuales y todavía menos a las que pudiera asumir durante un segundo mandato, que no está en condiciones de obtener ni de protagonizar. Le incapacita incluso para lo que pueda quedar de su campaña agonizante, para aceptar la nominación de la Convención Demócrata en agosto y en especial para el segundo debate en setiembre al que probablemente llegaría en condiciones peores a las ahora exhibidas.

La edad le ha convertido en motivo de división en el campo demócrata, no tan solo por la derrota que le acecha personalmente, sino por el lastre que representa para el entero partido de cara a la jornada electoral de noviembre, en la que se eligen la entera Cámara de Representantes, un tercio del Senado y numerosos cargos y cámaras de los estados federados. Dificulta la recaudación de fondos y desanima a los votantes, a los demócratas y más allá, a los indecisos, los independientes o los republicanos fieles al ideario liberal-conservador y hostiles al trumpismo. También se alejan de sus pretensiones los swing States, esos territorios electorales cambiantes donde Trump venció a Hillary Clinton.

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Todo lo que podía ir mal ha ido peor. Trump se ha escapado vivo, a pesar de sus desmanes y delitos, hasta hacerse con el partido republicano, mientras la suma de edad y obcecación castiga a Biden hasta amenazar el balance de su carrera política justo en su hora final. Si los demócratas no son capaces de reaccionar, los electores deberán elegir entre un presidente decente pero decrépito y un delincuente convicto, amoral y lunático, tan caótico como presidente como peligroso para el orden internacional. Pésimo para el sistema político y electoral de Estados Unidos, su liderazgo mundial y el prestigio de su democracia y óptimo para Vladimir Putin, Xi Jinping, Viktor Orban o Benjamin Netanyahu y sus numerosos amigos y admiradores de las extremas derechas europeas y latinoamericanas.

¿Quedan márgenes para evitar el cataclismo? Los republicanos no pudieron con Trump y ahora habrá que ver si los demócratas pueden con Biden y saben reaccionar al hundimiento de su campaña o se dejan arrastrar al despeñadero. Si el único que cabalga sin obstáculos ni rivales hacia la meta es ese caballo loco, negro y desbocado, la democracia tal como la hemos conocido puede darse por despedida al menos para una larga temporada.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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