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TRIBUNA
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El pasado y el futuro de Aliança Catalana

El partido xenófobo bebe tanto de las tradiciones más esencialistas del nacionalismo conservador como del desarrollo del ‘procés’ y de la agenda ultraderechista global

La líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols, en un mitin de la formación el 27 de abril en Ripoll (Girona), el municipio del que es alcaldesa.
La líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols, en un mitin de la formación el 27 de abril en Ripoll (Girona), el municipio del que es alcaldesa.Europa Press
Paola Lo Cascio

A pesar de que durante mucho tiempo hubo toda una serie de opinadores cercanos a las tesis independentistas que sostenían que era imposible que brotase una fuerza de extrema derecha del fracaso de la llamada revolta dels somriures la “revuelta de las sonrisas”, como se llamó a la movilización independentista que culminó en 2017 y que, supuestamente, tenía que mover el conjunto del cuadro político catalán hacia la izquierda—, finalmente acaeció.

Los resultados obtenidos por Aliança Catalana en las últimas elecciones autonómicas son solo aparentemente modestos: con el 3,78% de los votos, ha conquistado dos diputados, uno por la circunscripción de Girona (donde se presentaba su líder y alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, que obtuvo el 9% de los votos) y otro por la de Lleida (donde cosechó el 7,7%). En la circunscripción de Barcelona consiguió menos del 2,9% y en Tarragona un 3,5%, aunque en el caso de la capital se quedó a muy poco de lograr representación. Un estreno con fuerza, sobre todo a la luz de dos elementos. El primero: las fuerzas que abogan por la independencia suman el 43% de los votos, y el voto a la ultraderecha de Aliança Catalana representa un 8,8% de ese total. El segundo: donde el voto nacionalista catalán e independentista ha sido históricamente más fuerte, los registros de los de Orriols son absolutamente espectaculares, empezando por Ripoll, donde suma el 33% de los sufragios (y el 25% en el conjunto de la comarca). Pero en todas las comarcas de alta concentración independentista, Aliança Catalana obtiene resultados muy consistentes: por encima del 8% en la Garrotxa, Alt Empordà, Pla d’Estany, Osona, Bages, Berguedà, Lluçanés, Cerdanya, Solsonés, Noguera, Pla d’Urgell y Urgell.

Ambas cosas hacen pensar en un cierto giro a la derecha del electorado independentista como colofón de la agitada década secesionista. Esto tiene que ver con dinámicas locales (el descontento por la acción de los principales partidos del procés, en todas sus versiones: los flujos de votos indican que Aliança Catalana pesca de todas las formaciones independentistas sin excepción), pero también con dinámicas de un alcance más amplio. En este sentido, el partido de Sílvia Orriols no deja de ser el resultado de la fórmula que, en muy diferentes partes del mundo, conjuga elementos de la cultura política local con una agenda de carácter global.

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Aliança Catalana bebe de las tradiciones más esencialistas, que también existieron dentro del magma del nacionalismo conservador catalán hegemónico durante los años del pujolismo. Y no solo porque algunos de sus dirigentes importantes —como Jordi Aragonés, que iba de segundo por Barcelona y se quedó fuera del hemiciclo— han reivindicado explícitamente la figura del antiguo presidente de la Generalitat o porque comenzasen su militancia en la Unió Democrática del alcalde de Vic Josep Maria Vila d’Abadal, quien ya por 2010 negaba el empadronamiento a personas migradas sin papeles. En sus mensajes también se pueden encontrar algunos leitmotivs de esa cosmovisión: la conceptualización de Cataluña como nación milenaria, la desconfianza hacia el fenómeno metropolitano, las posiciones liberales en términos de fiscalidad o la defensa del “derecho de los padres” a elegir la enseñanza de sus hijos, que no deja de ser la base ideológica del modelo de educación concertada construido en la época pujolista (y nunca revertido por gobiernos de otros colores).

Por otra parte, hay distintos elementos que conectan claramente con la agenda política de la extrema derecha global. La negación de la importancia de la emergencia climática, la adopción de la teoría conspiratoria del gran reemplazo, la animadversión hacia las personas migrantes, y más específicamente, la islamofobia —que es el carácter realmente distintivo de esa propuesta política— son buena prueba de ello.

Sin embargo, como ha señalado con acierto Steven Forti en su ensayo Extrema derecha 2.0 (Siglo XXI), y aunque compartan agenda común, todos estos partidos ultras presentan diferencias entre ellos que responden al contexto en que se desarrollan y a la capacidad de conectar con narrativas compartidas por sectores amplios de la población. En este sentido, Aliança Catalana, en el contexto de una sociedad altamente secularizada y liberal en lo que se refiere a los derechos civiles, se aproxima más a los moldes de la nueva extrema derecha de tipo francés. Así se tiene que leer, por ejemplo, la apuesta por una actitud formalmente respetuosa con los derechos de las mujeres o de las familias LGTBI, que acaba siendo, como en el caso del partido de Marine Le Pen, la palanca a través de la cual, una vez más, se ataca a las personas migrantes y, concretamente a aquellas de religión musulmana, presentadas como una amenaza contra estos derechos.

La andadura de Aliança Catalana en el Parlament acaba de empezar y es pronto para saber si es un fenómeno llamado a crecer o no. Habrá que prestar atención a su capacidad de ampliar su estructura —ahora que cuenta con recursos y visibilidad para hacerlo— y, sobre todo, a su capacidad de condicionar la agenda de la derecha “convencional”. En el conjunto de España, la aparición de Vox ha ido condicionando sobremanera las posiciones y los mensajes del PP. Ahora veremos si sucede lo mismo —y en qué medida— con Aliança Catalana y Junts.

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