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Columna
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Cataluña y la burbuja europea

Vivimos tiempos de luchas identitarias por el simple temor a que la gente pueda elegir libremente lo que quiere ser

ilustración Máriam M.Bascuñán 19.05.24
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

Las elecciones catalanas constatan que las urnas plasman la lógica bélica y tribal cuando las campañas se diseñan para tal fin, esto es, para alimentar la polarización. Por eso hemos de agradecer a Salvador Illa que haya evitado la tentación de sacar réditos de los antagonismos y su lógica ensimismada, esa que nos dice que no merece la pena discutir con quien afirma ciertas cosas. Solo así ha conseguido resquebrajar un bloque que parecía petrificado mostrando, además, generosidad en la victoria con su compromiso de no humillar al vencido. El peligro de hacer política con la lógica amigo/enemigo es que, tras las elecciones, se impone la exclusión del derrotado, nunca su cuidado. Por eso es importante ese “gobernaré para todos, vengan de donde vengan y hablen lo que hablen”. Vivimos tiempos de luchas identitarias por el simple temor a que la gente pueda elegir libremente lo que quiere ser. Que le pregunten a Putin qué es lo que intenta evitar con la invasión de Ucrania.

Lleven ahora estas reflexiones a las inminentes elecciones europeas. Uno de los principales retos de las democracias es romper las burbujas que nos envuelven: la crisis europea tiene que ver con la aparición de tribus políticas que no encajan con los patrones ideológicos tradicionales que permitían, curiosamente, una conversación común. Si muchos dirigentes pueden hoy decir barbaridades es porque también los ciudadanos decidimos saltar fuera de cualquier comunidad de comprensión para refugiarnos al calor de las emociones tribales. Lo explica el politólogo Ivan Krastev con una increíble paradoja: desde que Giorgia Meloni llegó al poder, ha aumentado el número de inmigrantes irregulares en Italia, pero la inquietud por las olas migratorias se ha apaciguado. Cuando se trata de inmigración, “la extrema derecha se ve recompensada simplemente por su retórica hostil a los inmigrantes: para muchos votantes de extrema derecha lo importante es que su Gobierno exprese abiertamente como ellos su odio a la inmigración”.

El ejemplo muestra hasta qué punto nos han dejado de importar los hechos y cómo nos refugiamos en la promesa de un mundo alternativo que nos ofrezca seguridad emocional. Pero la realidad alternativa no se crea con hechos alternativos, sino con emblemas efectistas que prometen un futuro estable y previsible, un mundo de consistencia aparente que, como decía Hannah Arendt, es “más adecuado a las necesidades de la mente que la realidad misma”. Meloni sabe que su discurso de odio es más útil que los hechos porque preferimos nuestras burbujas a la compleja realidad del desacuerdo. Pero hay una manera de romper esa burbuja que apenas mencionamos: hablar abiertamente de las cosas. Los ultras simulan ser los únicos que dicen las verdades del barquero en la escena pública, de revelar mediante puras soflamas lo que denominan “verdades incómodas”, por supuesto abiertamente falsas. Lo hacen porque los políticos tradicionales han decidido dejar fuera de la conversación los temas con los que se sienten incómodos, o imitar en su lugar la retórica ultra. Lo hemos visto en Cataluña. Mientras el PSC guardaba silencio sobre la inmigración, Feijóo alertaba en Cornellà, al más puro estilo Abascal, contra el peligro de que “ocupen nuestras casas y nuestras propiedades”. Por eso, ante las próximas elecciones europeas cabe preguntarse, así, en qué se diferencia el PP de Vox, la Unión Cívica de Orban, Junts o Aliança Catalana, más allá de las banderas nacionales que dicen defender.


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