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Papa Francisco
Columna
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Hacer humor de Dios, sí. Del aborto y del estupro, no, por favor

Para esos insensibles al dolor profundo que solo una mujer es capaz de sentir tras haber concebido fruto de un estupro no cabe ni siquiera la discusión sobre el tema

Mujeres protestan a favor del aborto en Brasil
Una protesta en contra del proyecto de ley que intenta impulsar el Congreso brasileño de equiparar el aborto legal después de la semana 22 al homicidio.Amanda Perobelli (REUTERS)
Juan Arias

El papa Francisco de vez en cuando sorprende a los católicos más conservadores al salirse de los rígidos cánones de la Iglesia tradicional, la de las viejas inquisiciones. Lo ha hecho días atrás. Ha sido el primer Papa que se ha reunido con un ejército de humoristas con quienes se ha divertido. Ha hecho bien porque el humor, el inteligente, es siempre liberador, ensancha el alma, quiebra tabúes.

El Papa argentino en su reunión inesperada con los humoristas defendió que uno se puede reír hasta de Dios o de los dioses sin que sea considerado blasfemia. Llegó a defender la terapia de reír aunque el tema sea la divinidad.

Hay, sin embargo, una excepción: la del aborto a causa de un estupro, sobre el que no caben chistes ni siquiera graciosos si ello fuera posible. Es lo que está ocurriendo en algunas redes aquí en Brasil en la dura polémica nacional en el Congreso Nacional sobre la propuesta, ya bien explicada en este diario por mi colega Naiara, de una ley que pretende condenar el aborto de una mujer tras un estupro que podría llegar hasta a 20 años de cárcel, más que el propio estuprador.

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La propuesta está detenida porque las mujeres de varios colores políticos se están echando a la calle como protesta ante tal absurdidad, mientras los llamados blogueros se aprovechan para hacer “humor” en las redes. El problema es más grave en Brasil, donde en este caso se han unido las dos mayores fuerzas religiosas del país: los evangélicos y los católicos. La Comisión Episcopal no ha llegado a la absurdidad de aceptar una condena a 20 años de la mujer que aborta tras un estupro, pero tras condenar el aborto, hace una propuesta que no sé si no es peor que la de los evangélicos. Proponen los obispos que la mujer embarazada tras un estupro, dé a luz a su hijo y después lo entregue para que otra mujer se haga cargo de él. Al final la víctima acaba siempre condenada, no el violador.

Sí, el humor sobre la religión o las religiones, sobre los dioses, los que sean, está justificado porque ni sabemos si existen. Es un artículo de pura fe. Los agnósticos o ateos no tienen por qué tener limitaciones en hacer humor sobre el hecho religioso. Pero sí las tienen quienes juegan a divertirse con la sacralidad de la vida humana, con la violencia contra la mujer, a veces, casi una niña. Para esos insensibles al dolor profundo que solo una mujer es capaz de sentir tras haber concebido fruto de un estupro no cabe, no digo el humor, pero ni siquiera la discusión sobre el tema.

Como acaba de recordar el veterano periodista brasileño Ricardo Noblat, de familia religiosa que se declara agnóstico aunque dice que invoca a Dios cuando se siente en peligro: “Brasil es un Estado laico, que asegura la libertad religiosa a todos sus ciudadanos, pero que no permite la interferencia de corrientes religiosas en materias sociopolíticas y culturales. En un Estado así, abortar no puede ser un crimen”. Recuerda que para las Iglesias “el tiempo de la Inquisición ya pasó”.

Dado lo que está ocurriendo en Brasil, incluso dentro de la Iglesia católica cuya jerarquía fue en el pasado de las más abiertas teológicamente, lo que sí empieza a parecer claro es que las nuevas levas religiosas, católicas o evangélicas aparecen con añoranzas de los viejos tribunales católicos donde se quemaban vivas a las mujeres y se condenaban los libros que no les gustaban. Mi libro El Dios en quien no creo, publicado primero en Italia, estuvo a punto de entrar en ese antiguo índice de libros prohibidos a los cristianos. Eran los tiempos en los que se arrojaban a la cuneta a los teólogos que osaban discutir los viejos dogmas en los que ya ni parece creer hoy, por suerte, el papa Francisco que nos convida a reírnos hasta de Dios.

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