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Red de redes
Columna
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El macronismo, atrapado en su propia trampa

La decisión del presidente francés de disolver la Asamblea Nacional abre la puerta a la llegada de la extrema derecha al poder. En X muchos analistas ya no dudan en tildar al mandatario de “aprendiz de brujo” o de “kamikaze”

Emmanuel Macron, el jueves, durante la cumbre de G-7 en Bari.
Emmanuel Macron, el jueves, durante la cumbre de G-7 en Bari.ETTORE FERRARI (EFE)
Carla Mascia

“Por un lado, el Reagrupamiento Nacional (RN) y el caos económico. Y, por otro, el desorden permanente, en nuestras calles y en la Asamblea, con la izquierda. Quiero que salgamos de esto. Quiero actuar por el pueblo de Francia”, tuiteó este martes Gabriel Attal, el primer ministro francés más efímero de la Quinta República. Al día siguiente, el presidente, Emmanuel Macron, usaba la misma retórica ante la prensa para criticar tanto el acuerdo pasado entre el ala dura de Los Republicanos (LR), encarnada por Éric Ciotti, con la extrema derecha, como el que preacuerdo firmado esta semana por La Francia Insumisa de Mélenchon (LFI), que califica de antisemita, con el resto de formaciones de izquierda. Es decir, o yo, o el caos. Sin embargo, de caos precisamente algo sabe el que muchos analistas de la vida política francesa ya no dudan en tildar en X de “aprendiz de brujo” o de “kamikaze”. Francia nunca fue un país apacible, pero la repolarización actual en torno a los extremos, a expensas de un colapso del centro, es inédita. Y peligrosa cuando se tiene a un presidente tentado de confundir la extrema izquierda con un partido fundado por excolaboracionistas y antiguos miembros de las Waffen-SS. ¿Qué consigna dará Macron a sus votantes en las segundas vueltas que opongan a un candidato ultra a uno de la lista de izquierda (Frente Popular)? ¿Seguirá diciendo que son lo mismo?

El actual escenario, que puede desembocar en una cohabitación y la llegada de Jordan Bardella, el delfín de Marine Le Pen, a Matignon, no lo habíamos imaginado los franceses profundamente republicanos ni siquiera en nuestras peores pesadillas. A menos de 20 días de las legislativas, cabe preguntarse si la estrategia puesta en marcha por Macron de aniquilación de los partidos tradicionales, de difuminación de las fronteras partidistas con el famoso “en même temps” (al mismo tiempo), realmente ha regenerado el sistema político francés, como abogaba entonces, o si al contrario lo ha llevado al límite ofreciendo al RN una autopista hacia el poder. El pésimo resultado cosechado por la lista Renacimiento en las europeas del pasado domingo ―con la mitad de apoyos que el RN, que obtuvo 31,4%― parece evidenciar que, a largo plazo, el “divide y vencerás” por el que optó Macron hace siete años no se sostiene sin una ideología clara, una aspiración más allá de unos discursos siempre etéreos, algo en lo que creer.

La estrategia que eligió el Ejecutivo para combatir a una extrema derecha en constante proceso de desdiabolización siempre fue confusa y contraproducente. ¿Qué sentido tiene denunciar el peligro que representa el RN y sus ideas, y establecer una especie de duelo a muerte entre macronismo y lepenismo, excluyendo a todas las demás formaciones del arco republicano, cuando, al mismo tiempo, se promueven y se legitiman de facto en el debate público los temas predilectos del RN como la inmigración, la autoridad, o la identidad francesa? Pero hay algo más, y es la incapacidad de Júpiter de generar, aunque sea mínimamente, la identificación de los votantes con su figura, altiva e impregnada de desprecio social, en un país atravesado por una fractura territorial y un sentimiento de abandono de las clases populares ante una serie de políticas que han atacado a los derechos sociales. Como recalcaba el periodista del diario Libération Jonathan Bouchet-Petersen, “si los servicios públicos estuvieran aún presentes en todo el territorio, si todos los ciudadanos sintieran que pueden encontrar un lugar en la sociedad y en el mercado laboral, el RN no conseguiría imponer la falsa idea de que el Estado no tiene el dinero suficiente para asumir el coste social de la inmigración”.

Con todo, hay un factor más a tener en cuenta en el éxito electoral de la extrema derecha y que Macron no debería obviar a la hora de disolver un parlamento: el surgimiento en los últimos diez años de una generación de jóvenes treintañeros identitarios provenientes de RN, Reconquista, y del ala dura de LR, que asume totalmente su visión etnicista de la nación y que en un futuro ambiciona conquistar el poder. Como explican los periodistas Marylou Magal y Nicolas Massol Denoël en La extrema derecha, nueva generación. Una investigación en el corazón de la juventud identitaria, estos se apoyan en un ecosistema mediático e institucional ―el canal de televisión CNews, las revistas Valeurs Actuelles o Marianne, el diario Le Journal du dimanche, Le Figaro Vox etc.,― desde el que imponen sigilosamente sus ideas en el debate público y esperan, algún día, lograr la gran unión de las derechas. Se llaman Jordan Bardella, Sara Knafo ―esposa de Éric Zemmour, aunque por edad podría ser su hija―, Marion Maréchal Le Pen, Guilhem Carayon, Geoffroy Lejeune, entre otros ―son muchos desgraciadamente―, y son muy activos en redes. Algunos son políticos, otros editorialistas en la prensa, y llevan décadas desarrollando sólidas amistades, aunque de cara al público mantienen las distancias. Frecuentan los mismos bares del VI distrito de París ―La Cave Saint Germain―, van a las mismas fiestas. Esta nueva generación, obsesionada por la teoría del gran reemplazo, es fruto de los nauseabundos discursos destilados durante años, semana tras semana, por Zemmour en nada menos que la televisión pública, en el talk show de máxima audiencia On n’est pas couchés. Jamás se podrían haber imaginado que, gracias al aprendiz de brujo del Elíseo, habrían conseguido tan pronto su ocasión para conquistar el poder.

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Sobre la firma

Carla Mascia
Periodista franco-italiana, es editora en la sección de Opinión, donde se encarga de los contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es licenciada en Estudios Europeos y en Ciencias Políticas por la Sorbona y cursó el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Antes de llegar al diario trabajó como asesora en comunicación política en Francia.
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