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tribuna
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Alvise Pérez ‘asusta’ a la derecha

Cuando parecía que Feijóo tenía normalizado a Vox aparece una formación de ultraderecha más dura y oportunista

Alvise Pérez, líder de Se Acabó La Fiesta, en un mitin en la Plaza de Colón de Madrid.
Alvise Pérez, líder de Se Acabó La Fiesta, en un mitin en la Plaza de Colón de Madrid.Claudio Álvarez
Estefanía Molina

Alvise Pérez asusta en las filas de la derecha. Justo cuando Alberto Núñez Feijóo parecía tener a Vox normalizado como muleta, aparece Se Acabó La Fiesta (SALF) pateando nuevamente el tablero político. Y es que la candidatura de Alvise penetró de forma llamativa en el votante de Santiago Abascal en las elecciones europeas del 9 de junio. La mayor pesadilla de Feijóo, por tanto, sería que SALF evolucionara en adelante hacia una especie de recambio de Vox, o que el PP le necesitara para alguna vez gobernar España.

Basta observar que el desdén de ciertos altavoces de la derecha hacia Alvise no solo es fruto de que vuelva a dividir su espacio en tres partidos. La crítica, en esencia, viene de sus casos judiciales, de que el discurso de SALF se alimente de desinformación o de sus choques con ciertos políticos y periodistas. Es decir, le rechazan por una suerte de componente moral sobre los límites de la política. Por eso, es relevante que se hayan escandalizado hasta algunos altavoces que vienen blanqueando la coletilla del “Gobierno ilegítimo” o el todo vale para crispar en el debate público. Quizás exista una diferencia aún más sustancial en la derecha sobre su consideración de Alvise: realmente están alarmados, le ven como un outsider o antisistema. El discurso de Vox, en cambio, les fue útil para ir contra la izquierda y el independentismo o retener poder pactando con ellos. Santiago Abascal, “Santi”, pese a todo, salía de las filas de los populares, era uno de los suyos.

Alvise ha llegado en muy mal momento para un PP que creía haber domesticado a sus competidores. De un lado, porque las alianzas municipales y autonómicas con la ultraderecha estaban bien engrasadas y se había logrado frenar el auge de Vox. Del otro, porque en esta legislatura la derecha oficial estaba dispuesta a cerrar filas en pleno con Feijóo, para que siguiera aglutinando voto de cara a unas generales, tras absorber a Ciudadanos. Y es que hace tiempo algunos se dieron cuenta del lastre que Vox suponía para que el PP pudiera regresar a La Moncloa, pese a haberles servido para gobernar en los territorios.

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Cabe remontarse al 23-J para entender la caída en desgracia de Vox. Pedro Sánchez continua en La Moncloa porque la ultraderecha movilizó el voto a la contra en Cataluña y Euskadi a favor del PSOE, le impidió a Feijóo pactos con el PNV para la investidura, e incluso —y más importante— el partido de Abascal perdió 600.000 votos. Y tal vez ello explique por qué muchos otrora partidarios de Vox han zanjado su luna de miel con ese partido recientemente. No es que de pronto les disguste su discurso negacionista de la violencia de género, o la ausencia de Macarena Olona e Iván Espinosa de los Monteros. Se trata de una cuestión de poder, o de que ya no son tan útiles.

El pinchazo de Vox en las generales auguraba la posibilidad que otra formación más dura u oportunista surgiera tarde o temprano. Ha ocurrido antes en otros países que, una vez la ultraderecha se institucionaliza y sus postulados se demuestran irrealizables, surgen nuevas marcas para capitalizar el malestar con la política. Por eso, no es casual que Alvise se proclame como “antimonárquico”. La derecha se ha encargado de presentar que la situación política es de tal gravedad en España que algunos ciudadanos van diciendo por las redes sociales que el Rey “debería hacer algo” para impedir la ley de amnistía. Es decir, obviando que no es decisión del monarca sancionar o no las leyes que se aprueban en el Congreso. En definitiva, la ultraderecha sistémica —Vox— a muchos les ha empezado a parecer hasta cobarde o blandita.

El propio PP ha mirado para otro lado ante parte del caldo de cultivo social del que puede beber SALF. En Génova arrastraron los pies para lamentar las primeras protestas a las puertas de la sede de Ferraz, asumiendo que era un votante cabreado o de ultraderecha que no les convenía desdeñar. Esas concentraciones, en cambio, fueron simbólicas porque se dinamizaron desde las redes sociales a muchos jóvenes que aún las recuerdan. En ellas, además, se corearon lemas contra el rey Felipe VI. Y por mucho que el PP se indigne, la primera en sugerir eso de que cómo iban a involucrar al Rey en la firma de los indultos fue Isabel Díaz Ayuso. El bumerán antisistema regresa si se alimenta o no se para a tiempo.

La pregunta es qué ocurrirá con SALF en adelante. Vox ya les ha tendido la mano, consciente que es una vía por donde se pierde votos, mientras que es de esperar que el PP se muestre escandalizado. A fin de cuentas, es difícil que la base social de la derecha pueda compartir sus postulados o que Feijóo pueda blanquearlos por el riesgo que suponen para nuestro sistema político. Aunque quizás al líder de los populares se le ha abierto otra ventana de oportunidad para legitimar la vía regionalista a futuro. Es decir, que ante la tesitura de elegir socios de investidura, el Junts saliente de la amnistía acabe pareciendo un partido más vendible eventualmente a los suyos que la vía de las dos ultraderechas transmutada en Vox y Alvise. Los caminos de la derecha siempre son inescrutables.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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